La institución familiar se considera a nivel mundial como un pilar fuerte y necesario para garantizar paz, desarrollo y estabilidad social. Esta institución no es la única que aporta en esta dirección, pero ocupa un lugar preponderante por su naturaleza y, especialmente, por su influencia en la sociedad. Esta incidencia, si es positiva, propicia cambios favorables, para sí misma y para sus entornos. En los contextos con una realidad familiar que disfruta todavía de organización, de relaciones humanizantes y de condiciones socioeconómicas estables, los miembros marcan la diferencia en la sociedad. En la República Dominicana, aunque la situación de las familias es crítica, no todo está perdido; por ello se precisa de la búsqueda de alternativas para recomponerlas y, sobre todo, para infundirles la vitalidad que requieren. De estas alternativas, las más urgentes son las que les restituyen sus capacidades de formación en valores; y de transformación de la visión y del comportamiento de su membresía.

El tiempo dedicado a las familias, para lograr su completa reconstrucción, no es tiempo perdido; es una inversión que tiene repercusión en todos los ámbitos y dimensiones de las personas y de la sociedad. En este sentido, el Estado y la sociedad en su conjunto han de prestarle atención al dolor que afecta a las familias del país. Es un dolor cuya profundidad  fragilizan los cimientos de la sociedad. Este dolor, generado por la pobreza, por la violencia doméstica y por las muertes por accidentes de tránsito, se incrementa cada día. Además de estos problemas, el índice de suicidios agrava la vida de las familias y de la organización social. Por esto, se requieren políticas sociales que, sin demora, empiecen a restaurar el dolor a las familias. La demanda es de políticas sociales reales que se ejecuten y disminuyan significativamente el estado de pobreza que vive un alto porcentaje de las familias. Este dolor no se recompone con bonos coyunturales, con apoyos efímeros en la campaña preelectoral; tampoco se resuelve con visitas y discursos mesiánicos.

Ha llegado la hora de formular, aplicar y de darle seguimiento a políticas que eleven el nivel socioeconómico de las familias y que garanticen educación de calidad para sus hijos. El año escolar inició el 20 de agosto; y todavía no hay seguridad de que los estudiantes del sector público, población mayoritaria, cuente con libros de textos. En la sociedad de las tecnologías de la información y de la comunicación, para muchos el libro de texto es un recurso obsoleto; en este país no lo es todavía; y, por lo tanto, es un recurso necesario. Asimismo, el programa República Digital hasta el momento es una idea genial que no llega a todos. Es urgente que la política vinculada al tránsito cambie el caos generador de muertes; y que se designen personas con capacidad para enfrentarlo, con disposición a trabajar para que el dolor de la familia dominicana no aumente, sino que disminuya. De otra parte, se ha de formular y aplicar una política que atienda la educación familiar y que prevenga los feminicidios y suicidios. Esto no puede  depender de ruedas de prensa esporádicas del Ministerio Público,  anunciando avances en problemas que se profundizan y crean alarma nacional. Es conveniente, también, impulsar la organización de los ciudadanos para defender la paz y la estabilidad de las familias. Sin organización y sin un plan serio no es posible lograr que el Estado actúe. Si no movilizamos a los diferentes sectores sociales por esta causa, el dolor que abate a las familias, sobre todo a las más empobrecidas, seguirá ahondándose. Las instituciones de Educación Superior han de procurar una coordinación más amplia y efectiva para trabajar con rigor científico y corresponsabilidad social el dolor que las familias dominicanas han de superar. Pongámosle atención al dolor familiar por la  paralización y la pérdida de esperanza que produce.