Su Eminencia Reverendísima baja línea hacia la Constitución, leyes y códigos; hacia ministros, jueces y legisladores; sanciona la política migratoria y las relaciones internacionales; bendice los intercambios de disparos de la Policía; le corta los ojos a Wally (por gay) y al Nuncio (por prieto y haitianófilo); acaba a los políticos (menos a Leonel) y a la sociedad civil. He revisado la historia y en ningún lado encuentro que tantos sueños luchas republicanas hayan sido para instalar un estado teocrático medieval, producto de la pusilanimidad de los políticos (tan farsantes que hasta los que son ateos rezan en la Catedral, aunque ninguno se acerca al confesionario).