En este mes de octubre se ha estado conmemorando, con diferentes actividades, el aniversario 80 de la terrible masacre contra la población domínico-haitiana, impuesta y realizada por decisión del tirano y ejecutada por el ejército del dictador Rafael L. Trujillo, en 1937.

El sociólogo Amín Pérez ha señalado con precisión: “Entre 15,000 y 20,000 haitianos y domínico-hatianos fueron asesinados cruelmente con machetes y palos sobre todo en la zona fronteriza entre República Dominicana y Haití. Aunque esta masacre ha sido documentada por múltiples fuentes, incluyendo el testimonio de muchos sobrevivientes y registros internacionales, el Estado nunca la ha reconocido. Peor aún, han ocultado su historia real como una forma de silenciar las voces de las comunidades domínico-haitianas y de la población de origen haitiano en el suelo dominicano hasta el día de hoy”.[1]

Un conjunto  de entidades académicas, culturales y sociales han unido esfuerzos, en los meses de septiembre y octubre de este año, para desarrollar un programa  que permita un análisis sosegado, profundo, crítico y reflexivo sobre las causas y consecuencias de la masacre del 1937. Entre las principales instituciones organizadoras convocantes de estas actividades han estado: Flacso, Clacso, Fundación Juan Bosch, Intec, Instituto de Historia de la UASD, Instituto Filosófico Bonó, Médicos Del Mundo, Ciudad Alternativa, Reconoci.Do, Teatro Guloya, entre otras.

Las actividades se han estado realizando desde el 29 de septiembre, partiendo con los actos de Fronteras de Luz en Dajabón y Santiago, continuando con una Muestra de Cine de La Isla en el Teatro Guloya; luego la presentación de dos libros sobre la temática en la Sala Juan Bosch de la Biblioteca Nacional; un Seminario Internacional en la Universidad INTEC; y se ha concluido con una exposición sobre memoria y conflicto en Comendador, provincia Elías Piña, del 24 al 27 de octubre.

Entre las principales ideas, reflexiones y propuestas que han salido a la luz en las diferentes actividades realizadas están las siguientes:

1.- Es necesario establecer un compromiso básico con el principio de “no repetición de crímenes de lesa humanidad”, como fue la Masacre de 1937 y todos los crímenes cometidos por el trujillato y el balaguerato

2.- Es necesario desenmascarar la ideología oficial del Estado dominicano y de sus aliados que ha sido sostén de la discriminación étnica, de la opresión laboral, y de la manipulación ideológica para mantener a las comunidades domínico-haitianas en un régimen de encerramiento y exclusión en las comunidades bateyeras.

3.- Tener en cuenta lo que planteaba J. Bosch en su famosa carta de 1943: “Así como en la gente del pueblo en ambos países hay un interés común ―el de lograr sus libertades para tener acceso al bienestar que todo hijo o hija de mujer merece y necesita―, en las clases dominantes de Haití y Santo Domingo hay choques de intereses, porque ambas quieren para sí la mayor riqueza”.

4.- Se trata de respetarnos y fraternizar, entre dominicanos y haitianos, por lo que nos une, aprovechar nuestros recursos y coexistir de la mejor forma posible, respetando las diferencias culturales, costumbres, y sobre todo, atendiendo al ámbito de la Ley.

5.- Es hora de reflexionar, reconstruir nuestra memoria distorsionada de aquellos hechos, y con ello avanzar hacia la verdad, hacia la justicia, y hacia un compromiso pleno con los derechos fundamentales, la democracia y el Estado democrático y social de derecho, en el principio de No Repetición. Es hora de romper con las cadenas culturales, políticas e ideológicas que nos dejó la Tiranía sangrienta de Trujillo, de Balaguer y de los gobiernos neo-liberales de las neo-dictaduras económico-partidaria de las últimas décadas.

6.- Es necesario seguir denunciando el desconocimiento de la nacionalidad dominicana de los hijos e hijas de migrantes haitianos nacidos en territorio dominicano, así como el despojo de documentos a los que ya los tenían y sobre todo las consecuencias fatídicas de la Sentencia 168-13, pues al aplicarse retroactivamente hasta 1929, terminó afectando la condición de legalidad de cientos y cientos de dominicanos y dominicanas de ascendencia haitiana.

7.- Es necesario reconocer la continua solidaridad mutua que ha existido al interior de muchas de las comunidades domínico-haitianas. La fuerza de ese vínculo social ha emergido en condiciones cotidianas de precariedad, consciente e inconscientemente, creando ideales de justicia comunal y estructurando y dando sentido a la vida colectiva, superando los intereses particulares de las élites económicas y partidarias. Pues es en esos campos y bateyes, la cuestión no es de dónde vienes, sino lo que nos hace estar juntos y hacia dónde nos dirigimos ahora.

Como muy bien ha señalado A. Hintzen: “Con la masacre de 1937 Trujillo intentó destruir este tipo de comunidades en la frontera, pero ellas crecieron en otras partes del país. Cuando la industria desalojó a numerosos campesinos en el Este a principios del siglo XX, muchos se mudaron a los ingenios y se quedaron. Allí la población combinó costumbres campesinas haitianas y dominicanas para crear comunidades permanentes que vivían de la caña, pero también del cultivo de pequeños terrenos reclamados al ingenio. El Estado dominicano no logró aislar la “influencia” haitiana y los residentes de los bateyes encontraron maneras de resistir los intentos del gobierno dominicano y del Consejo Estatal del Azúcar (CEA) de controlarlos; esta no es una historia solo de las fuerzas represivas en el país. Los migrantes haitianos y residentes de los bateyes tenían sus propias visiones de la dominicanidad, y sus propios enfoques para el futuro de la RD”.[2]

Las comunidades domínico-haitianas, apoyadas por las personas e instituciones que defendemos sus derechos a vivir con dignidad en el suelo en donde han trabajado, donde han producido riquezas que han sostenido el presupuesto nacional desde el siglo XIX, y en donde han visto nacer y crecer a sus hijos e hijas, tienen el desafío de mantener la lucha constante por lograr que la sociedad dominicana y el Estado dominicano reconozcan, de una vez por todas,  su derechos adquiridos.  Ejemplo de esta lucha continuada son los cañeros que no renuncian a su exigencia de tener una pensión digna que haga menos gravosos, en el ocaso de sus vidas, su eterno viacrucis y su historia ancestral de abusos, despojo y opresión

[1] Amín Pérez, La solidaridad que no pudieron matar: una historia popular sobre la masacre de haitianos de 1937. Acento, 6-10-2017. Disponible en: https://acento.com.do/2017/actualidad/8498204-la-solidaridad-que-no-pudieron-matar-una-historia-popular-sobre-la-masacre-de-haitianos-de-1937/

[2] Amelia Hintzen (2017), De la Masacre a la Sentencia 168-13. Santo Domingo: Fundación Juan Bosch, pag. 147.