La educación es una ciencia que posee finalidades concretas y rigor específico. Posee, además, códigos y conceptualización propios. Esta ciencia asume el método científico como elemento estructural que le permite permanecer abierta a nuevas formas de pensar y de hacer en su campo de acción. La dimensión científica le imprime a la educación un carácter dinámico y perspectiva de integralidad. A su vez, le demanda innovación permanente; y lectura lúcida de los avances del conocimiento y de las tecnologías. Le exige, igualmente, una producción intelectual constante y seguimiento propositivo a las involuciones de todo orden. Desde este marco, la educación dominicana tiene décadas buscando y ensayando propuestas educativas que le aporten calidad a la formación escolarizada, a la educación superior y a la formación no escolarizada. Ha sido una búsqueda con logros vinculados a la ampliación de la cobertura, a las revisiones y ensayos de propuestas curriculares. De igual modo, esta búsqueda ha supuesto la introducción de la modalidad de la Jornada Escolar Extendida. A estos logros cabe añadirle los pasos que se dan en inducción docente y desde la formación centrada en las necesidades de los centros educativos. El interés por una educación que articule presencialidad y enseñanza en línea es, también, otro aspecto destacable. No son logros acabados; pero ponen en evidencia que ha habido movimiento en educación. Podemos hablar de un movimiento lento y frágil. Cada paso ha estado acompañado de dificultades tangibles e intangibles. Estos pequeños logros han sido costosos económicamente y por los esfuerzos que han requerido. De igual manera, han sido motivadores aunque no ocultan las preocupaciones que genera el Sistema Educativo Dominicano por sus inconsistencias y sus vacíos intencionados.

En este contexto, consideramos que la educación dominicana ha de ser repensada. La sociedad del Siglo XXI no soporta una educación que continúe considerando al ser humano sin visión integral. Esta situación se acentúa cuando se demoniza la educación afectivo- sexual de los estudiantes. Con esta posición se viola un derecho de los estudiantes. Tienen derecho a recibir este tipo de educación en coherencia con la teoría de la educación integral que plantea la Ley General de Educación 66-97 de República Dominicana. Los temores han de ser resueltos con una política de formación seria y sistemática del profesorado y de los padres; con una selección del personal docente que supere la simulación y los controles de los intereses políticos y partidarios. No hay razones que justifiquen una educación recortada mientras aumenta el embarazo de adolescentes, lo que coloca a nuestra nación como líder de la región en ese capítulo. La situación de violación a los derechos de los estudiantes se repite con el rechazo a la política de género en educación. Esta política ha de otorgarle centralidad a la educación de las personas en igualdad y en equidad entre los géneros. Ha de buscar un desarrollo humano y social en reciprocidad entre los géneros. La política de género es imprescindible para que haya paz y justicia en la educación y en la sociedad dominicana. Por otro lado, la ideología de género instrumentaliza a las personas y a la educación. Este tipo de ideología cosifica a las personas haciéndolas dependientes de una visión y de una práctica predeterminada por otros. Repensar la educación dominicana pasa por la adopción de una política de género que afirme los derechos y las responsabilidades de hombres y de mujeres con igual intensidad y respeto. Ningún espacio educativo puede continuar permitiendo la discriminación y la minusvalía de la mujer con respecto al hombre; tampoco ha de promover lo contrario. El rechazo de este tema nos coloca al margen de la historia. Nos sitúa, especialmente, a la orilla de los cambios que anteponen la dignificación y la humanización de los seres humanos sin distinción alguna ante cualquier otro proyecto.

La educación dominicana ha de ser repensada, asimismo, para que los valores no se impongan, sino que se propongan. La mejor propuesta es la práctica y la peor propuesta es la del discurso desencarnado. La Biblia para los creyentes tiene un valor excepcional. La Biblia no es un libro más, es palabra de vida y de luz; es proyecto para ser y vivir el sentido trascendente y el compromiso social. Por todo esto y más, no se puede imponer en ningún contexto. Hacerlo es violentar su significado; es quebrar de un plumazo la educación en valores. Los legisladores dominicanos, en un alto porcentaje, prefieren imponer valores para asegurar el voto de sectores específicos. Una cuestión urgente es la educación de los legisladores. Los resultados de su ejercicio como legisladores lesionan el desarrollo integral de la sociedad y desvirtúan la naturaleza y el carácter de la educación. Vamos a repensar la educación dominicana para humanizarla desde la igualdad y la justicia.