El conocimiento de los médicos y organizaciones de la salud sobre el COVID-19 ha experimentado cambios radicales desde el momento en que se descubre la enfermedad y, con ello, la percepción de los economistas y la política económica que estaríamos dispuestos a recomendar.
Al principio, parecía que todo sería transitorio y que la enfermedad se incubaba en dos semanas, al cabo del cual, el que no se curaba se agravaba y podía morir. En términos médicos, la solución era poner a la gente en cuarentena por 15 días, y el que no había desarrollado la enfermedad ya podría salir y hacer su vida normal, mientras que los enfermos y familiares se someterían a confinamiento obligatorio, segregados del resto de la humanidad. Excepto estos últimos, la sociedad y la economía podrían volver a la vieja normalidad, pues ya no habría mezcla de sanos con enfermos ni más contagios.
En términos económicos había que garantizar que todos se quedaran en casa por ese tiempo. Para ello, habría que paralizar la economía, el Gobierno tendría que subsidiar a los hogares pobres para que pudieran sobrevivir, a las empresas para que conservaran a sus empleados y su capacidad de reabrir en breve, a los bancos para que mantuvieran el flujo del crédito y pudieran asumir las moras, etc.
Al mismo tiempo, el Gobierno tenía que aumentar drásticamente el gasto público en salud, en protección social y en seguridad ciudadana. En este caso el déficit fiscal estaba plenamente justificado y había que financiarlo a como diera lugar, aún al costo del endeudamiento público e incluso de la emisión monetaria inorgánica.
Pero el tiempo siguió pasando y la gente se siguió contagiando. Los médicos descubrieron que el período de incubación podía ser más largo, que había portadores sanos contagiando a otros, y que la pandemia vino para quedarse. En adición, los datos parecen avalar la idea de que, al menos en nuestro trópico, la letalidad del virus no es tan grande como se creía.
Entonces ya la recomendación de política económica no puede ser la misma. Es imposible que el gobierno se siga endeudando y siga subsidiando masivamente de manera permanente. En economía, no hay desayuno gratis, porque el déficit fiscal de este año hay que pagarlo con grandes sacrificios los años siguientes, sea cual sea la forma como se financie.
El endeudamiento público tiene su límite y, si bien la pandemia ocurre en momentos de poco riesgo inflacionario, la facilitación excesiva del crédito, la expansión monetaria, la erosión del sistema de recaudación de impuestos y el abatimiento del aparato productivo, sobre todo el generador de divisas, van a cobrar consecuencias terribles.
De paso, en un contexto electoral, el alargamiento ha permitido al gobierno servirse con la cuchara grande en favor de los candidatos oficialistas, repartiendo dinero público y ayudas de diversos tipos para torcer la democracia. Incluso en los EUA, con una institucionalidad mucho mayor a la nuestra, la gente se refiere a la asistencia social como “el cheque de Trump”, aun cuando dicho presidente se oponía ferozmente a esa ayuda.
Otra cosa a considerar es que la gente siempre ha seguido saliendo; claro que no en la misma medida, pero en el contexto social dominicano nunca era posible mandar una reclusión total, porque muchas actividades no se podían cerrar, y siempre será así, por razones de sobrevivencia, aunado a la inmensa informalidad de la economía y la debilidad del Estado. A su vez, independientemente de la decisión del Gobierno, mucha gente va a permanecer recluida por decisión propia, sobre todo los de mayor riesgo.
Por otro lado, la asistencia gubernamental no está llegando a todos los pobres, por razones administrativas, de información e incluso, de índole partidaria, porque se discrimina el beneficiario, y muchísimos infelices están pasando las de Caín.
Finalmente, si bien la política sanitaria aplicada ha sido exitosa en evitar que el sistema de salud colapse, y aparentemente las camas hospitalarias están siendo subutilizadas, también es al costo de dejar abandonados el resto de la población no COVID-19; al final, no se puede olvidar el efecto neto en la salud y la mortalidad. El confinamiento y aislamiento social afectan la salud física y mental, y en particular, la socialización de los niños, esencial para su desarrollo.
Cualquier cosa se justificaba mientras se tuviera la certeza de que iba a ser por un período corto, pero las circunstancias obligan a repensar lo que hemos estado haciendo.