La campaña política de cara a los comicios de este año ya comenzó. Y comienza bajo la mira de todos los grupos y denominaciones que componen la demografía religiosa del país. “Veeduría moral” que, desde la reflexión inspirada en los principios más depurados, habrá de imprimirle a esta campaña y al proceso electoral mismo una dinámica y un comportamiento que supere lo grotesco, lo falso y lo indecente. Sin derroches económicos. Sin agravios. Cargada de verdad, de ética, de respeto y de transparencia.
La buena noticia consiste en que el poder moral de la religión tiene la fuerza suficiente para exigir a los candidatos elevadas virtudes cívicas, respeto por los deberes contraídos con el pueblo, al tiempo que sirve de telón de fondo para evaluar y juzgar las buenas y las malas prácticas políticas y a sus autores actuales y potenciales. La mirada y el juicio que la religión pueda tener de la política y de la campaña, de los políticos y del gobierno, habrán de tomarse muy en serio.
Esta “mirada religiosa” constituye un compromiso para adecentar y reenfocar la política y para ello habrá que asegurar que las religiones se mantengan alejadas del poder, sobre todo del poder nefasto, ya que “la religión –dirá Tocqueville- no puede compartir la fuerza material de los gobernantes sin cargar con una parte de los odios que generan”.
Si en política fuese válida la máxima de que “todo está permitido en interés de la sociedad”, en el marco de los valores fundamentados en la religión –dirá también Tocqueville- pasaría a ser una máxima perversa para legitimar a todos los tiranos del porvenir”. Desde esta perspectiva, los excesos, desmanes, engaños, manipulaciones abusos, corrupciones e inconductas de políticos y gobernantes no podrán jamás ser callados ni aceptados, ni en campaña ni nunca, por los grupos basados en la fe. Más bien, en nombre del apego a la verdad, deberán ser denunciados, aborrecidos y rechazados. Y estas actitudes deben verse reflejadas en las urnas.
No se trata de que las religiones se conviertan en partidos políticos, sino en testigos visibles y defensores de unos principios éticos vigorosos capaces de inspirar y fomentar el reclamo para la renovación y las reformas sociales que a que están obligados la política y todo gobierno democrático. Siendo que la misión de la política -al decir de Hannah Arendt- consiste en “asegurar a todos la vida en el sentido más amplio” y, según Michael Walzer, este mismo fin consiste en “asegurar la vida buena para todos”.
En este mismo sentido, el teólogo alemán Hans Küng sostiene que “las religiones por sí solas no pueden resolver los problemas económicos, ecológicos, políticos y sociales que padecen nuestras naciones, pero sí pueden conseguir lo que solamente con planes económicos, programas políticos y regulaciones jurídicas resulta a todas luces alcanzable como deberes, propósitos y compromisos dirigidos al logro del bienestar colectivo. La noción de bien que propone la religión complementa y robustece la que propone la política.
Las campañas políticas, como antesala del ascenso al poder deben estar matizadas de valores y bien les hace sintonizarse con las virtudes y valores religiosos. No hacerlo significa distanciarse de los hombres y mujeres que basados en su fe emitirán un “voto de conciencia” alejado de todas las acciones políticas y de los candidatos que dan la espalda “al buen decir”, al “al buen hacer” y al “buen vivir”, olvidando que “la política nos afecta a todos y que debe ejercerse a la vista de todos y en beneficio de todos”.
Durante las campañas políticas los candidatos suelen recordar todos los problemas que padece el país; otros habrán de recordárselos los ciudadanos, incluyendo aquellos mal resueltos o acallados maliciosamente. Y habrá también que exigir de los candidatos una responsabilidad pública y privada más allá de la simulada o de la modelada por el marketing político. Ningún candidato podrá pretender hacerse con el “voto religioso” al margen de los valores que norman la conducta y la filosofía de vida de la comunidad creyente.
En los comicios de este año el voto responsable del “homo religiosus” será determinante para hacer posible la elección de gobernantes probos, capaces de garantizar un gobierno democrático y eficiente, libre de vicios, de demagogia, de clientelismos, favoritismos, de corrupción y de “pecados cívicos y políticos”. Es por eso que los candidatos deberán sintonizar sus agendas, sus visiones, sus programas de gobierno y su moral pública y privada con los valores que encarnan los hombres y mujeres que ajustan su vida a los valores religiosos. Si hay un votante capaz de separar “las paja del trigo” es el votante que basa su vida en los principios religiosos. Ellos saben cuidarse de los “lobos políticos” que se presentan vestidos de ovejas.
Las comunidades religiosas, de todas las denominaciones, deberán volver la mirada a la política y a la campaña electoral de este año. Deberán hablar sobre las armonías y desarmonías entre el pensamiento político nacional y los principios religiosas aplicados a la realidad nacional. Deberán hablar las jerarquías y también las comunidades eclesiales de base. Con la valentía de Juan, la voz que clamó en el desierto; con la valentía de los profetas, con la valentía de nuevos Montesinos. En esta campaña no sólo deben hablar los políticos. También deben hablar los creyentes. Es necesario sintonizar las verdades y la calidad moral de los discursos.
Así habló la comunidad evangélica representada en el Consejo de Unidad Evangélica, CODUE, que agrupa al 80% de la comunidad evangélica en el país y entre el 22 y el 30% de la población del país, que en la persona de su presidente, el pastor Fidel Lorenzo, llamó a la gente a “que se olvide de los colores de los partidos y que identifiquen los valores de las personas por las que van a votar en las elecciones de este año”. (Diario Libre, 02 marzo 2015).
Así habló también la Conferencia del Episcopado Dominicano en su Carta Pastoral del 27 de febrero del 2015: “La mayoría de nuestros políticos invierten sumas millonarias en las campañas electorales con el fin de alcanzar puestos públicos donde se manejen fondos del Estado para luego multiplicar su inversión económica. Por su parte, las grandes empresas y negocios apoyan las campañas de los partidos y candidatos que tienen posibilidades de subir a los puestos públicos. Lo hacen con el propósito de que estos a su vez les concedan privilegios tributarios y les favorezcan con la elaboración de leyes que resulten ventajosas para sus empresas y negocios. Así la política es vista más como un negocio que como un servicio al bien común” (CP, 37). Recomendamos a todos los candidatos la lectura “comprensiva” del documento entero.
Faltan otras voces. Esperemos que surjan, que se hagan sentir. Esperemos que esas voces motiven al “arrepentimiento” de muchos candidatos, verdaderos “lobos políticos” con piel de mansas ovejas. El pueblo dominicano desea que la presenta campaña electoral sea un concierto de verdades, de recios compromisos y de despojos de vicios y perversidades que desdicen de la virtud política. En esta campaña electoral el pueblo de Dios debe estar atento a las verdades y a las mentiras de los candidatos, consciente de que la religión es una forma particular de la esperanza, y que con su “voto de conciencia” puede también rescatar y hacer posible la “esperanza política” del pueblo dominicano.