Trabajar con la niñez desfavorecida en sectores de alta vulnerabilidad es fuente inagotable de experiencias. Es una escuela de vida que pone muchas veces en entredicho los estereotipos que llevamos todos dentro de nosotros; por ejemplo, cuando nos hacemos “pana full” de una señora que vende lo que le queda de cuerpo para “picar algo” y llenar la barriga de sus hijos que adora.

Estas vivencias llevan a la humildad y al asombro; demuestran la dificultad de la labor social. No basta con tener las mejores intenciones, ni trabajar con equipos capacitados en escuchar los clamores de los niños y las niñas que más lo necesitan, ni tener la suerte de encontrar una red de personas e instituciones solidarias. Interactuar con seres humanos conduce a veces a fracasos dolorosos.

Juanita tiene 8 años, es una niña huérfana, de ascendencia haitiana y sin acta de nacimiento. No estaba escolarizada hasta ahora. Vivía en un cuartucho alquilado a la semana donde una sola cama para tres ocupa toda la habitación, situado en un lugar desolado de Villas Agrícolas. Juanita vivía allí y compartía la cama con sus hermanos de madre: el de 18 años, “jefe de familia” contra su voluntad, y el de 12, que prefiere la calle y las pandillas a los golpes que le propicia el mayor quien, al “no saber de letras” solo puede cargar en el Mercado de la Duarte. El escaso dinero que gana apenas le alcanza para pagar la pieza que ocupan. La niña ha sobrevivido, hasta ahora, en este ambiente adverso gracias a unas vecinas solidarias que a pesar de su propia miseria se han apiadado de la familia, echan un ojo sobre la niña y han buscado apoyo para rescatarla de este ambiente propicio a las golpizas y a todos los abusos.

Colocar una niña en situación de riesgo en un hogar de acogida requiere de tiempo y esfuerzos: son tantos en nuestra sociedad los niños y las niñas que corren peligros que atentan contra su inocencia y sus derechos más elementales y pocos son los lugares donde acudir.

Dos días antes de ser llevada al hogar de monjas que aceptaba acogerla al inicio del año escolar con la anuencia de la niña y del hermano mayor, Juanita fue agredida sexualmente por su propio hermano que estaba esa noche bajo los efectos de sustancias tóxicas. Por la mañana Juanita fue donde la vecina y le contó lo que le había sucedido, a pesar de la amenaza del muchacho de “matarla si abría la boca”. Asustado, se la llevó para esconderla. La niña había desaparecido, hasta que después de varios episodios fue encontrada encerrada en un cuartucho de un hotel de Villa Consuelo. La niña felizmente tiene una semana en el orfanato; además de problemas psicológicos propios a los niños abusados,  le detectaron hepatitis A y una grave anemia por  falcemia que podían costarle la vida en las condiciones de precariedad en que vivía junto a su hermano.

Las preguntas son infinitas. El incesto o la violación de niños pequeños son actos que la sociedad impide por medio de la interiorización de normas sociales que producen un bloqueo mental y social al respecto. Sin embargo, este doble bloqueo salta mucho más a menudo de lo que parece en todos los estratos sociales bajo el impulso de la promiscuidad, la pobreza extrema y la inmensa miseria moral en medio de la que sobrevive una parte considerable de nuestra población.

 ¿Cuál habrá sido el detonante en este joven que pidió ayuda para que su hermanita fuera sacada de su custodia y que a último momento abusó de ella? ¿Estaría repitiendo el joven experiencias previas de abuso en su infancia?  ¿Tendrá él un componente psicopático o habrá actuado con desinhibición bajo el efecto de drogas?  Se puede deducir fácilmente que esta familia sufrió de deficientes relaciones afectivas en padres e hijos. No podemos negar que la promiscuidad en que vive una gran mayoría de familias en ciertos sectores, compartiendo camas entre tres o cuatro personas, propicia tales situaciones haciendo del acto sexual un encuentro, que si bien está rodeado de tabúes, también puede ser percibido de manera mucho más desinhibida y “normal”, como el deshago de una pulsión.  No hay, en muchos casos, una interiorización sobre los lazos que vinculan el acto sexual y sus consecuencias. La relación íntima que se realiza a puertas cerradas en un dormitorio con aire acondicionado tiene lugar también todos los días en piezas con paredes de cartón desde donde todos los ruidos y gemidos llegan a los callejones adyacentes. Estamos en presencia de situaciones sociales complejas, agravadas por el aislamiento social del núcleo familiar y por las enormes carencias psicoeducativas de prácticamente todos los miembros de la familia.