“El hombre nunca debe avergonzarse de reconocer que se ha equivocado, puesto que hacerlo corresponde a decir que hoy sabe más que lo que sabía ayer”.  (Alexander Pope).

Reformar es modificar, es enmendar, es corregir, significa restauración, cambio, la necesidad de construir una renovación, el encuentro de un liderazgo transformacional, tener la posibilidad de realizar enmiendas, pues todo lo que el ser humano hace se puede mejorar, perfeccionar. Es la óptica del progreso para ponerse a tono con los nuevos tiempos y no dejar a nadie atrás. Es revisarnos como nación para diseñar una nueva reparación ética moral, para no andar en tres agendas distintas en un mismo territorio de apenas 48,442 kilómetros cuadrados. Reformar es hoy consustancial al devenir que la humanidad está viviendo, en este caso como fruto del shock pandémico. Ahora la esencia de reformar es vislumbrar, avizorar desde una perspectiva más proactiva.

Reformar es inherente a la naturaleza humana y social. Es la construcción de un diseño con visión (visión es la imagen mental de lo que es posible y deseable de cara al futuro. Es el compromiso con el futuro. Es dónde estamos y a dónde queremos llegar). Es pautar, a menudo con anticipación, lo que queremos y en el caso de la sociedad dominicana, corregir, enmendar, mejorar en medio de “esta paz social” y el florecimiento del clima de confianza, para colocar al país a tono con la sociedad del Siglo XXI. Hoy lastrado con agendas de los Siglos XIX y XX.

El gatopardismo, como síndrome y eterna simbología del statu quo, no ha de tener lugar ni espacio. Hemos sido una sociedad profundamente tautológica, incrustada en el mismo libreto de la peor herencia del pasado. Una sociedad larvada en hicoteísmo. Una sociedad que a partir de 1996 creyó que los cambios estructurales que ameritaba y amerita se iban a agilizar con la llegada al poder de una nueva generación que al arribar al poder promediaba 43 años. A partir del 2004 en vez de abanderarse en el pensamiento liberal de Bosch, Peña Gómez, Bono, Espaillat, se encandilaron en Balaguer, Báez, Santana. El desafío era para ellos la creación de instituciones sólidas, el imperio de la ley, la creación de la decencia en la vida pública, el vigor de la transparencia, de la rendición de cuentas y de gobiernos abiertos. ¡Que las normas, la plataforma jurídica no constituyeran meras sugerencias, simples enunciados!

Requerimos reformas que debieron hacerse a partir del 2004 cuando Leonel Fernández ganó con un 57.11%, en el 2008 cuando triunfaría de nuevo con un 53%. Danilo Medina a partir del 2013 cuando gozaba de una amplia aceptación, también a partir del 2016 cuando obtendría el segundo triunfo con un 61.91%. Reformas que impliquen que el precio de la civilización sea halagüeño, significativo para el conjunto de los 10.7 millones de dominicanos y dominicanas. Que la eterna crisis de más de 6 millones, como consecuencia de la pobreza, marginalidad y desigualdad, no siga siendo el reflejo profundo de una partidocracia adocenada, alienada y pésimamente ensimismada por el poder y el dinero. De una elite empresarial con ceguera inaudita y visión tubular que solo mira lo corporativo, sin entender la dinámica del mundo social y el calado a que ha llegado.

Reformar, hoy, es ir a todo el tejido social, a todo el tejido empresarial, religioso, ideológico para que la búsqueda del consenso no sea como pacto de la oscuridad, de actitudes sumergidas, manipuladas. Visibles, de cara al sol, con disposición, reciedumbre y el necesario carácter, revestido de firmeza. Hay, si se quiere, una razón de la esperanza. Una renovación que nos permite los sueños iluminados, donde hoy la posibilidad de renovación, de mejorar en el orden institucional y de la transparencia, es real. ¡El primer peldaño es el de la voluntad del Ejecutivo!

Teníamos una profunda crisis moral, latigado por una elite política, sin límites, sin fronteras entre lo público y lo privado, con un patrimonialismo en la concepción del Estado, propio de una sociedad del Siglo XVII y XVIII. Una superestructura donde el espíritu cívico no encontraba el camino cierto de la bonhomía. Como nos dice Jeffrey Sachs en el Precio de la Civilización: “De poco sirve tener una sociedad con leyes, elecciones y mercados si los ricos y poderosos no se comportan con respeto, honestidad y compasión hacia el resto de la sociedad…”.

Las reformas, hoy, implican una mirada necesaria para recuperar el diálogo, la credibilidad, la confianza para que el grado de cohesión social se amplíe como horizonte válido, que evite lo más posible el malestar social y con ello, oleadas de tensiones sociales. Reformar es restaurar la decencia política y la responsabilidad social del empresariado. De entender que el juego de poder: Yo gano y los demás no tienen cabida en la sociedad. No es sostenible una democracia con las reglas del juego del ayer, sin oír el palpitar del corazón de cada ciudadano. Las reformas son una oportunidad valiosa para encontrar los factores y causa nodales de los problemas económicos, de salud, de educación, institucionales, que nos acogotan como pueblo noble y valiente. ¡Los revolucionarios, los progresistas verdaderos, la gente sensible socialmente, los decentes, aprovechan los matices para encaminar el ritmo de la historia!

Empujar para que el sistema político piense más en los intereses de la sociedad, para que ser político no sea la anulación del ciudadano por la vestimenta de oropel y los privilegios que se otorgan. Entender que ser funcionario es servir y constituye un honor coadyuvar con políticas públicas con la sociedad. Reformar es asirnos de más transparencia, de un cuerpo social más abierto. Vamos a anular en este tránsito de la reparación el dilema de riqueza y poder, para aquellos que acceden a la dirección del Estado. Reformar contribuye con reinventarnos a fin de incluir lo más posible a los habitantes de esta tierra, dándole la oportunidad de tomar agua potable en la tercera década del Siglo XXI.

Hoy no nos estamos planteando la dicotomía Reforma-Revolución que nos ilustrara la intelectual y revolucionaria Rosa Luxemburgo. Desde la perspectiva sociológica actual, toda reforma y más en nuestra sociedad, significa un levantamiento en contra del statu quo, no importa la dimensión de ese cambio, de esa mejora. Esa mutación que signifique mejores niveles y calidad de vida en contra de la pobreza secular y a favor de un marco institucional, es la chispa de un nuevo acontecer y un resorte plausible para acumular fuerzas en medio del avance, por más nimio que luzca el fenómeno social.

Si logramos que en una Reforma Fiscal integral ésta sea más progresiva, esto es, que los que más tienen aporten al fisco más tributo proporcionalmente, constituiría lo que Rosa Luxemburgo establecía “por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”. Que la composición de los ingresos de los tributos, el 67% no siga siendo indirecto, es una falta de “grandeza de espíritu, de moral elevada y sin gestos nobles” de parte de los actores políticos que en los últimos 21 años han realizado seis reformas tributarias, cuasi todas con el mismo contenido: regresivas.

Una elite política sin sensibilidad, que no empuja el bienestar común a través de logar que lo dueños del capital tengan la necesaria visión para la construcción de una democracia más sostenible y para ello deben aportar más, a fin de que el país no tenga que endeudarse. Elite económica sin visión y la partidocracia que se subordina y acuclilla a ese statu quo, impidiendo el logro de la mayoría puesto que por el endeudamiento la suma de intereses, comisiones, amortización y capital, esto es, el saldo de la deuda, drenan inmensos ingresos que pudiesen invertirse en protección social y capital humano, para que enfermedades del Siglo XVII y XVIII desaparezcan.

La economía, como toda ciencia social, ha de analizarse en su conjunto, en su contexto. Es una trampa verla aislada. Las ciencias sociales están umbilicalmente imbricadas, interconectadas. Todo acontecer económico lleva en sí mismo, en su vientre, los espacios de la política, de la psicología, del medio ambiente, de la cultura, incluso, de la geopolítica y los riesgos que traen consigo la inobservancia de las mismas. Contexto y realidad nos llevan a la priorización sin sesgarse ni perder la nobleza de espíritu.

Es ahí la importancia de contribuir con las reformas que coadyuven a que nuestro país se enrumbe por un verdadero Siglo XXI y no esperar que el peso trepidante de la inequidad e iniquidad nos encuentre destrozando lo pequeño bien hecho que hoy hayamos logrado como sociedad. No esperemos una crisis social frente a esta realidad que nos engulle y nos dilata la existencia como humano. Las reformas han de tener validez, pertinencia para evitar que la carroña de la inercia, de la irresponsabilidad, del conservadurismo nos sigan hundiendo en esta pésima modorra.