La necesidad imperante de una profilaxis profunda en el cuerpo policial no viene de ahora. Llevamos la vida conscientes de esa urgencia y exigiendo a cada gobierno que la Policía se someta a una reforma integral desde la raíz.
Con cada tragedia que termina siempre cobrando la vida de gente inocente, la sociedad se sacude, se indigna y se recuerda a sí misma que el sistema policial aquí, además de obsoleto, dejó de funcionar hace muchísimo tiempo atrás. Y con la indignación, aumentan los niveles de rechazo y descrédito de un cuerpo del orden rezagado, desfasado y que parece andar muy lejos, precisamente de eso, del orden.
Leslie Rosado, una arquitecta, madre, embarazada y con apenas 35 años, fue asesinada por un miembro de la Policía Nacional. Que, aunque la versión del cuerpo del orden ha sido que no estaba en servicio, nos obliga a cuestionar la capacidad y la salud mental de quienes integran esa fuerza, ante cualquier eventualidad.
¿Qué clase de barbaridad puede justificar un tiro en la cabeza? ¿Qué pasa por la cabeza de un ser humano que, se supone, está entrenado y formado para proteger, para asesinar a una mujer embarazada frente a su hija menor de edad? Y siendo aún más condescendientes, ¿cómo es que a un oficial entrenado se le zafa un disparo de su arma de reglamento? ¿Por qué para un oficial, del rango que sea, discutir con un arma en la mano debe ser una opción? Interrogantes hay muchísimas y esperanza de respuestas, muy escasas.
Lo cierto es que del suceso trágico hay una mujer embarazada muerta, una niña que presenció el asesinato de su madre y dos familias destrozadas. La versión de Leslie no será escuchada y el oficial, joven también, le esperan consecuencias judiciales y una sociedad que le pasará factura de por vida por una desgracia que lo marcará por siempre.
Esta tragedia, sumada a los hechos similares que han sucedido recientemente, debe llamar a seria reflexión a las autoridades. En nombre del sosiego de una sociedad que dejó de confiar en quienes se supone que imponen la ley y la justicia y un cuerpo policial que parece permeado por las malas prácticas y afanado en dañar las manzanas buenas que hacen carrera ahí.
No es posible que aquí nos toque cuidarnos de los delincuentes comunes y de aquellos que se escudan en un uniforme para delinquir. Merecemos una policía que deje de pedir “para la cena” y que cuando a un ciudadano se le ordene detenerse, el pánico y la incertidumbre no lo ponga a temblar, porque uno nunca sabe lo que puede pasar.
Que se imponga la voluntad y se conjugue con acciones contundentes para que estas tragedias, que parecen sacadas de una película de horror, no sigan sucediendo. Que uno no se sienta tan huérfano de autoridad, desprotegido y la buena de Dios en un país en el que estas cosas no se veían.
La Policía Nacional tiene un gran reto y les toca hacer un esfuerzo enorme, demostrando con hechos que son los buenos de esta película y enterrando el descrédito y la desconfianza que estos hechos le han costado.