Para concluir con esta serie sobre la práctica del periodismo, muy propia de la festividad navideña, basada en lo que he podido aprender a lo largo de más de cinco décadas de ejercicio en medios nacionales como extranjeros, quiero referirme a un tema al que frecuentemente me siento obligado a responder.
Me refiero a la importancia de entender que una buena práctica del oficio está íntimamente asociada al nivel que un medio o un periodista tengan o exhiban frente a las críticas que puedan generar sus editoriales o comentarios. Muchos amigos me cuestionan en privado las razones por las que suelo, con esporádica frecuencia, reproducir o hacerme eco de ellas, muchas veces agrias y subidas de tono, que recibo en mi dirección electrónica de lectores enojados por el contenido de uno que otro comentario en mi columna diaria, en los programas de televisión en los cuales participo e incluso por las redes.
Lo hago porque pienso que la queja de un lector puede ser el sentimiento de muchos otros y que si mi intención es propiciar un debate de las ideas, como una contribución al fortalecimiento de la democracia dominicana, actuaría deshonestamente frente a muchos de mis críticos que no tienen la posibilidad o el privilegio de dar a conocer sus posiciones en un medio importante.
Por supuesto, sólo presto atención a aquellos enojos expresados con un deseo serio de discusión. No cuando son el fruto del resentimiento o de la intolerancia, cuyo único interés es el de acallar voces para allanar el camino de la tiranía.
Leer las críticas a mis ideas me hace sentir mucho más libre. Negar a los demás el derecho que reclamo sería una fatal incongruencia de mi parte.