Sea como sea que lo veamos, la realidad es que el mundo venía registrando progresos formidables y la calidad de la vida se había venido elevando, con tropiezos, con diferencias entre países y regiones, pero mejorando. 

El desarrollo tecnológico y el comercio venían posibilitando que la población pudiera disfrutar de una cantidad y variedad de bienes y servicios inimaginables medio siglo atrás.

En adición, en el mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial, tratando de que se pudiera convivir en un ambiente de paz y confianza entre los países, el progreso vino acompañado de un esfuerzo de mayor concertación y cooperación entre las naciones y apertura económica.

Pero no todo era color de rosa: primero, la voracidad del capitalismo estaba arrastrando el mundo a un terrible deterioro del medio ambiente y la amenaza de calentamiento global. Y segundo, se cuestiona sobre lo injusto de un crecimiento en que los ingresos y las riquezas se concentran en una élite, empobreciendo a las grandes masas.

Esto último era sólo una verdad a medias. Visto desde el plano de las naciones, el mundo es ahora más justo, pues el crecimiento económico se fue trasladando desde los países más ricos hacia otros más pobres de Asia y África, con lo cual, la pobreza mundial se reducía sistemáticamente.

Pero es cierto que, al interior de cada país, la distribución del ingreso se fue deteriorando, generando insatisfacción colectiva, movilizando incluso la estupidez humana al punto de patrocinar el surgimiento de líderes capaces de explotar los más abyectos sentimientos, amenazando el orden mundial de postguerra, con efectos también impredecibles.

Menos mal que, por primera vez, el concierto de las naciones había llegado a un acuerdo para impulsar la Agenda 2030 sobre Objetivos de Desarrollo Sostenible, con miras a contrarrestar los impactos más negativos y procurar un mundo más próspero y justo en todos los sentidos. Poco a poco, algo se avanzaba.

Ahora nos sorprende el coronavirus y con él, una crisis económica y social de magnitudes que hasta hace poco no preveíamos. Lo único seguro es que todos terminaremos más pobres y endeudados que antes.

Los economistas de todo el mundo vivimos haciendo proyecciones sobre la magnitud de la caída, y sobre la fecha y ritmo de la recuperación. Pero ahora eso enfrenta una dificultad. Toda proyección se basa en la suposición de que la vida volverá a la normalidad antigua, que la gente va a volver a consumir lo que consumía y, consustancialmente, a producir lo que producía. Eso no es tan seguro.   

La pandemia ha cambiado los hábitos de consumo, la cultura y las relaciones humanas, y podría tener efectos de largo plazo con repercusiones en la estructura y las magnitudes económicas. La experiencia de la época está haciendo ver a mucha gente, principalmente entre las generaciones más jóvenes, que podía vivir una vida diferente, que podía prescindir de muchísimas cosas sin cuyo disfrute la vida parecía inconcebible.

Cuando se analiza la canasta media de un hogar en los países ricos, y aún en los de ingresos medios como la República Dominicana, se descubrirá que contiene una porción muy grande, quizás más de la mitad, de bienes y servicios prescindibles. O sencillamente, que es preferible no usarlos para no andar en el medio buscando perros sin cencerros.

Si la gente se adapta a consumir menos, de manera sostenible, es bueno para la naturaleza. Por lo pronto, la pandemia ha sido una bendición para la flora y la fauna mundial, el aire, los ríos y los mares. El que ha tenido la oportunidad de ir por las montañas, habrá notado cómo el oído y la vista se deleitan con la presencia cercana de pájaros que hacía tiempo no se escuchaban ni veían. Eso va a facilitar el logro de algunos ODS.

Pero eso mismo puede dificultar otros, pues de la producción de esos bienes y servicios menos necesarios depende al empleo e ingresos de muchos millones de seres humanos; y del consumo de esos, dependerá también el empleo de muchísimos otros millones. Sencillamente, si la gente dejara de consumir la mitad, pues la mitad de los empleos se perderían, y eso generaría otro problema también grave. Como vemos, las proyecciones sobre la recuperación de las economías no siempre son fáciles.