Con frecuencia me pongo a imaginar que a Cenicienta se le perdió la media y no la gastada zapatilla, así hubiera sido más emocionante, por lo menos para el Príncipe. Cómo reconocer la pierna de la chica despistada, que la víspera había huido sin dejar nombre, dirección o tan siquiera una cuenta de twitter.
Si estiro la fantasía veo a las madres, siempre presentes (quizás por eso Cenicienta era huérfana) reprendido a sus hijitas: “¿el príncipe te vio las medias?…Cómo que se te perdió pues qué estaban haciendo…Ave María Purísima, qué va a decir la gente Clotildita…Prepárate y vámonos, ojalá y se acuerde de ti ese mañoso”.
¿Y Cenicienta? Sabemos que el hechizo caducaba a las doce de la noche. Después de haber bailado como trompos, el Príncipe Azul se la había llevado a un jardín apartado. “Oye, no jales tanto que la vas a romper y no es mía, te dije que podías ver pero de lejecitos y sin tocar…”. Sin embargo el noble no escucha (cuándo se ha visto a un monárquico obedecer) y se dispone a desabrochar las ligas que sujetan las medias. En cuanto logra apoderarse de una, la doncella -para efectos moralizantes quiere seguir siéndolo- le propina una cariñosa patada. Sin disculpas ni adioses, pero sin olvidar la zapatilla, Cenicienta hace un sprint hasta la carroza …Esta versión seguramente habría sido proscrita por “las buenas conciencias” y casi nadie la hubiera conocido.
Ahora bien, ¿media o calcetín? “Sirven para lo mismo”, dirá la mayoría. La primera engalana la pierna mientras que éste último acompaña al zapato y así le evita ampollas al pie. Luego tenemos a la Real Academia que nada define: “prenda de punto, seda, nailon, que cubre el pie y la pierna hasta la rodilla o más arriba”. En todo caso, ambos van “del pie o de la pierna” suscitando deseos, repulsiones. Los malos olores o su propensión a atrapar hongos en albercas públicas no demeritan el erotismo de un pie sutil y fino, como surgido de un haikú. Por su parte, una media bien puesta también desata pasiones, incluidas las futboleras, no es igual merengue que blaugrana, por ejemplo. ¿Bastara acaso señalar que medias, calcetas, calzas o calcetines otorgan un anonimato permanente y que sólo volvemos a ellos cuando, infestados de agujeros, los tiramos a la basura?
¿Tal vez así pasó con la gente del Hospital Carlos III, se olvidaron del calcetín o quisieron reciclarlo para ahorrarse un par de euros? En estos tiempos postmodernos se recicla todo, desde papel hasta a amores aburridos. Los médicos y enfermeros que habían atendido a dos misioneros contagiados de Ébola, se metieron en unos trajes tan amarillos como resistentes. Todo parecía perfecto, salvo por el detalle de que las calzas no eran impermeables. “Es obvio que este hecho aumenta las probabilidades de contagio”, aseguró un especialista al diario español El Mundo.
El Ébola, es un virus feroz. Sus primeros brotes fueron descubiertos en 1976. En pleno corazón del África, en la aldea de Yambuku, unas religiosas belgas dirigían un precario hospital –todo les faltaba, hasta médicos- donde muchas de sus compañeras morían fatalmente sin saber la causa. A unos pasos de allí corre un afluente del Congo, el río Ébola, de donde toma su nombre.
Desde entonces esta enfermedad saltó a la (mala) fama y no ha dejado de golpear al África. Los brotes más recientes aparecieron en la costa occidental en marzo del año pasado. De nueva cuenta otros misioneros, los españoles Miguel Pajares y Manuel García Viejo se contagiaron cuando realizaban tareas humanitarias.
Un operativo espectacular los llevó a Madrid. Las imágenes que vi me recordaron a esas películas que anuncian el inminente fin del mundo. Los enfermos están a un costado del avión, enfundados en unas capsulas transparentes y gigantescas mientras unos médicos disfrazados de astronautas se preparan a meterlos a la ambulancia.
Teresa Romero, trabajaba en el citado hospital Carlos III y atendió a los religiosos infectados; sin sospechar que ella misma sería infectada. Por fortuna, después de varias semanas angustiantes Teresa recuperó la salud (a diferencia de aquéllos). Sin embargo, su caso fue emblemático, nunca antes el ébola se había metido hasta la cocina de Europa. “Con el ébola no hay lugar donde esconderse’’, confiesa un liberiano en una crónica de Médicos sin Fronteras, situación que ignoraron los europeos, pese a los quinientos años que llevan sirviéndose con la cuchara grandota a expensas de los pobres africanos.
De este modo, la negligencia española de carecer de trajes adecuados y seguros se expandió como otro virus. Aunque los dueños del balón no han dejado de voltear para otro lado y nosotros también preferimos seguir apoltronados en el sillón del wifi y responder sin demora los llamados de la diosa compra-todo-ya en lugar de pensar en males “lejanos”, como los ocho mil muertos que dejó en 2014 (Organización Mundial de la Salud).
Ante tan aberrante indiferencia no me queda sino hablar de otras medias, éstas son made-in-Italy, las lleva Sophia Loren que, para el regocijo general, no tardará en quitárselas. Lejos estoy del especialista de cine pero cuántas actrices tuvieron esa gracia, ese encanto. Su porte (estatura de 1.70) cautivó democráticamente a abuelos, padres y demás. La suya era una belleza entre salvaje y renacentista, pero sobre todo era auténtica; nada que ver con las rubias charlatanas de hoy en día, ebrias de botox, dependientes del bisturí.
Volvamos a doña Sophia, estamos en 1963 cuando el cineasta Vittorio de Sica irrumpe con la comedia Ieri, oggi e domani, (Ayer, hoy y mañana). Una prostituta pone una canción en francés antes de despojarse de sus escasas ropas: un negligé de seda, unas medias oscuras…empieza primero con la pierna izquierda, la media se hace como un rollito en su piel antes de caer en las manos de Marcello Mastroianni, que está a un tiempo congelado y ardiente en la cabecera de la cama. La Loren se está sacando la segunda y él comienza a aullar y a sacudirse de excitación pues para Marcelito el mundo se limita a esas piernas magnéticas que ojalá lo cobijen, lo enloquezcan, lo curen, lo fulminen… ¿Así habría reaccionado el Príncipe Azul cuando al fin descubrió que la media era de Cenicienta o habría ocultado la emoción del deseo, obligado a conducirse con la prudencia que le exigen los protocolos de la monarquía?