El nuevo año 2013 empezó de manera muy ominosa para la democracia en el hemisferio. El primer capítulo tuvo lugar en Caracas, escenario el día 10 de un golpe de estado técnico y popular para ratificar el continuismo del chavismo sin Chávez. ¿Quién lo diría, el país que en el siglo pasado fuera referente de estabilidad democrática, ahora inmerso en la dicotomía alucinante y embriagante del populismo y el caudillismo, con un partido que pisotea y defeca en su propia Constitución?
El 23 de enero de 1958 Marco Pérez Jiménez fue derrocado en Venezuela por un alzamiento popular en rechazo a su dictadura. 62 años después, una izquierda carnívora, con un partido que apenas recibió 3,7 millones de votos en las elecciones presidenciales recientes, pretende imponer la dictadura del partido único con respaldo popular a una población nacional de más de 28 millones de habitantes, en nombre de una democracia extraña que narigonea una minoría ideológica recalcitrante.
¿Permitirán los dominicanos conscientes que la democracia sea socavada para que se enquiste en el poder una minoría política corrupta, una cleptocracia?
Y lo más absurdo en ese mundo de realismo mágico que es Venezuela, un país rico en petróleo, recursos humanos y naturales, es que sea administrado a control remoto por un régimen en una isla con un sistema político y social en bancarrota como lo es el de Cuba. Y es que el socialismo carnívoro tiene una particularidad: destruye todo lo que toca. Así lo ha demostrado en la historia.
De ahí los afanes sigilosos y secretos del descabellado Diosdado y el inmaduro Nicolás, con su mesías moribundo en La Habana, aunque en Venezuela no haya “pampers” para los niños y sea escasa la harina para los bizcochos, mientras se rasgan las vestiduras ante los ojos preocupados de Brasil por el rumbo político-dictatorial, al parecer incierto, por donde su socio comercial intenta llevar el sistema democrático.
El segundo capítulo antidemocrático, esta vez en Santo Domingo, lo constituye sin lugar a dudas, el golpe de estado brutal al debido proceso interno del PRD por parte de una minoría dominante a la orden del presidente del partido, Miguel Vargas Maldonado, al expulsar de manera sumaria a un grupo de líderes encabezados por el ex presidente Hipólito Mejía, el 14 de enero.
¿Cómo es posible que en el seno del partido que sembró la semilla de la democracia política en la República Dominicana, hace casi 50 años, haya elementos cuyas ambiciones desmedidas de poder y con una reputación dudosa reciente al ser involucrados presuntamente en negocios turbios, pretendan erigirse en amos y señores de un ente político esencialmente democrático, atropellando y pisoteando la unidad y el derecho a disentir?
Al ala del PRD que representa Hipólito Mejía le llegó la hora de cruzar el Rubicón y jugarse el todo por el todo. Hay mucho en juego para el futuro del país y las próximas generaciones. Si desaparece el partido, se acabó la esperanza democrática.
¿Acaso será esa estrategia, la de destruir la esencia democrática del PRD, parte de un ardid de Vargas Maldonado en contubernio con sectores cavernarios y de retroceso del PLD, cuyos propósitos y objetivos a largo plazo sería hacer de República Dominicana otra Venezuela, devorada por la corrupción, el caudillismo y el populismo demencial?
¿Permitirán los dominicanos conscientes que la democracia sea socavada para que se enquiste en el poder una minoría política corrupta, una cleptocracia?
Es obvio que esas tormentas no anticipan nada bueno para el país y el resto del hemisferio. Hay que invocar la Carta Democrática Interamericana. Se conspira contra la estabilidad democrática y se juega a ser caudillo y a la dictadura.
Hay que tener mucho cuidado con los procesos políticos, históricos y sociales. Porque como dice el refrán: el que juega con candela, tarde o temprano se quema. Y ya nos hemos quemado demasiado…