A las mujeres se nos acusa de ser complicadas. Y hablando en términos muy personales, les concedo toda razón. Muchas veces decimos un no queriendo decir sí o nos cuesta ir directamente a la raíz del asunto sin rodeos. Tantas veces tomar una decisión se nos convierte en tremendo dilema.
Pero en nuestra defensa ¿Quién entiende a los seres humanos? A todos nosotros, en términos generales. Como nos complicamos la existencia por tantas cosas que uno en el fondo sabe que son pasajeras, que tienen solución y de las que tarde o temprano terminaremos riéndonos.
A mitad de la semana pasada recibo un mensaje de una buena amiga rindiendo cuentas sobre una discusión que a todas luces desde el primer párrafo puedo afirmar que está peleando sola, que el pleito lo ha armado en su cabeza y que probablemente su oponente, por llamarlo de alguna forma, ni siquiera se ha enterado que está en problemas.
Mi amiga se queja porque el caballero, según ella, la ha dejado en visto en WhatsApp. Una situación que resulta hasta jocosa pero que, créalo o no, ya es una realidad de vida de estos tiempos. Y un dolor constante cuando ese cotejo se pone azul y llega el silencio.
Miro la conversación. Ciertamente mis sospechas quedaron confirmadas. El caballero, igual que yo, leyó y entendimos que el tema se había terminado. Todo estaba claramente dicho en el último mensaje de mi amiga. Le hago ver que no la han dejado en visto. Y justo allí entra en escena el temible “Si, pero él por lo menos debió decirme tal cosa…”.
¿Se imaginan que anduviéramos por la vida con una bola de cristal a cuestas? ¿O que supiéramos exactamente las palabras adecuadas que el otro quiere escuchar? Se acabarían los pleitos, no habría más divorcios y creo que la vida también sería absurdamente aburrida. Sin contar con el hecho de que es imposible.
Dos días más tarde, la misma amiga se queja porque luego de una discusión el caballero está más atento, más cercano y muchísimo más interesado que de costumbre. Sí, han leído bien, se quejó de que el hombre le está buscando el lado para que superen el mal rato y sigan con la vida. Básicamente, y aquí me tomo la libertad de hablar de mis convicciones, para que dejen de perder el tiempo estando guapos.
Otra vez me tocó apelar a su sensatez con una pregunta: “Ok entonces. Ahora imagínate que él no hiciera el esfuerzo que le estás criticando. ¿Y tú, no tendrías ese mismo empeño para que te perdonaran?”.
Poco faltó para que me dejara ella en visto a mí, pero entró en razón y vistió los zapatos del otro. Es cierto que nos toca hacernos las fuertes, darnos el permiso para que nos cortejen un poco de vez en cuando. Esos susticos que hasta reactivan el cariño y el interés y que traen consigo una reconciliación de las buenas. Pero también nos toca ser sensatos y sacarle provecho a la vida.
No conozco a la primera persona que sea feliz estando enojada con la vida. No es justo irse a la cama de espaldas a su pareja siendo todos nosotros hijos del destino y presa de la incertidumbre de no saber si mañana nos volvemos a ver. Hay que bajarle un poco a la inconformidad, la indignación y las quejas.