Conocí a Chalito en Puerto Plata, hace más de 30 años, como una persona cercana a la familia Puig, un amigo leal y desinteresado, un defensor de los mejores intereses de su ciudad y de su país.

Hacía tiempo que no lo veía, pero siempre sabía de él entre un viaje y otro a Puerto Plata. Lo recuerdo como una persona jovial, simpática, sonriente, amorosa, conocedora de muchas anécdotas, con mucha sensibilidad social y capaz de hacer discursos kilométricos. Era un aliado incondicional de mi suegra, Dona Elvia de Puig, con quien andaba “tramando” últimamente algunos proyectos a favor del rescate de los valores y el brillo de la cultura de Puerto Plata, temas caros a sus corazones.

Nació en una familia muy humilde de El Guano, Sosúa. Contaba que nunca le habían hecho un solo regalo hasta los 14 años y que su primer obsequio lo recibió de parte del doctor José Augusto Puig, mi suegro. No llegó al bachillerato. Se formó en periodismo por correspondencia.  Con desvelos, esfuerzos y curiosidad se transformó en amante de la lectura y alcanzó altura intelectual.

Hizo tantas cosas buenas por su pueblo que la lista tomaría páginas. Aportó al deporte y trabajó por muchos años con niños y adolescentes a través de la Liga Deportiva Estrellas de Puerto Plata, que fundó y orientó en la práctica del béisbol. Fue locutor, corresponsal y columnista de los principales periódicos puertoplateños y nacionales (Listín, El Siglo, El Caribe, El Nacional); director del periódico El Porvenir, entre otras muchas actividades dedicadas a la comunicación social. Escribió numerosos libros sobre temas históricos y culturales y obras de teatro

Carlos Acevedo recibió, en diciembre de 2016, un homenaje del Archivo General de la Nación junto a más de una docena de escritores de todo el país en la apertura de la III Feria del Libro de Historia Dominicana. Se dedicó igualmente a la vida espiritual; era miembro de la Iglesia de Cristo, y cayó predicando.

Fue un ciudadano ejemplar de principios y valores inquebrantables, sano, solidario, digno. Su trayectoria fue diáfana y desinteresada a tal punto que nació pobre y murió pobre.

Su muerte dejó su ciudad bajo shock, doblemente enlutada por la forma tan anormal de su partida. Víctima de un accidente cerebrovascular mientras predicaba en su iglesia, no recibió atención médica en el hospital Ricardo Limardo, de Puerto Plata, ni en ningún centro médico privado de la ciudad, porque supuestamente el seguro básico que lo protegía no le cubría la asistencia necesaria en este caso, ni su familia contaba con las garantías económicas requeridas.

Siempre con vida, fue trasladado al hospital regional José María Cabral y Báez, en Santiago, donde no fue intervenido por supuestas limitaciones de ese establecimiento público, y luego al Centro Médico Cardiovascular Renal del Cibao, donde falleció tras ser sometido a una cirugía.

Uno se pregunta cómo un profesional de vuelo y reconocido, íntegro, que no se lucró ni abusó de su posición en la sociedad para trepar y venderse al mejor postor, acabó su vida sin recibir la debida atención medica por no poder depositar 100,000 pesos como garantía.

El viacrucis de Chalito y de sus familiares solo habla del poco valor que le reconocemos a la vida en la República Dominicana. Podemos jactarnos del crecimiento del PIB, de todo lo que haremos para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible en el 2030, hacer hojas de ruta sobre todos los temas por haber y por venir, pero una vez más nuestra realidad choca con el pobre desarrollo humano de la República Dominicana.

Este triste acontecimiento es propicio para llamar la atención sobre la muerte de tantas otras personas vulnerables y de escasos recursos. Personas que conocemos todos, porque las tenemos entre nuestros servicios, entre nuestros colegas de trabajo y relacionados, cuyas muertes no son reseñadas por los medios de comunicación. ¿Quién mató a Chalito y está matando cada día a cientos de ciudadanos indefensos de nuestro país?

Como un eco a esta pregunta nos responde la carta de renuncia, en fecha del 18 de febrero, escrita por el ex director del Servició Nacional de Salud (SNS), el doctor Nelson Rodríguez Monegro, publicada en el periódico Hoy Digital del 21 de febrero, donde afirma que el sistema de salud hay que cambiarlo de arriba hasta abajo. Al leerla entendemos que este sistema –parte de un sistema social injusto- por su ineficiencia y desidia, pudo haber matado a Carlos Acevedo como mata a tantas otras personas en situaciones como la que este vivió, por no brindarles la asistencia en tiempo oportuno para salvarles la vida.