«El significado de una palabra depende de su uso». L. Wittgenstein

La expresión latina vox populi, vox Dei (la voz del pueblo, es la voz de Dios), le presta un sentido de providencia y dependencia divina a las aspiraciones, deseos, a la opinión popular de la gente común, en donde se da una especie de epifanía de la voluntad de Dios sin aceptar desobediencia alguna contra ese mandato popular.​

No cabe ninguna duda ese vaivén manido en que ha discurrido el concepto de pueblo, partiendo de la práctica política nuestra. Sin embargo, me asaltan las figuras inconfundibles de Judas y Barrabás. Como punto de partida, cabe señalar que la élite (grupo selecto dentro de una sociedad por su condición socioeconómica y su saber, fichas del poder) y la masa (colectivo sin forma, moldeada por las circunstancias tan parecido a quienes gritaron “Crucifícale” en el escenario judío, manipulable) no son pueblo. El pueblo es la contraposición de ambos. Las élites serán pueblo cuando asumen a este con todo lo que el pueblo carga, sufre, padece y sueña. Las masas serán entonces pueblo, cuando se indignan, se organizan y se transforman (una especie de conversión) a través de su lucha y resistencia, que terminan en una reciedumbre humana inquebrantable.

El pueblo no es un actor secundario de la película o un extra que desempeña un rol de acuerdo al trazado de las élites. No señor, “el «pueblo» por lo tanto, nace y es el resultado de la articulación de los movimientos y de las comunidades activas.” (Leonardo Boff). Refiero los grupos organizados hacia el bien común: Sindicatos, mujeres, estudiantes, ambientalistas, juntas de vecinos, recicladores, campesinos, jornaleros, agricultores, amas de casas, guías de turismos, empleados hoteleros de líneas, comerciantes, motoconchos, taxistas, cooperativas…todos aquellos que saben su sentido de pertenencia, se organizan alrededor de un proyecto colectivo que rebasa su sombra y tienen la capacidad de movilizarse por el bien común.

Los hábitos, el lenguaje, las costumbres y conductas de las élites nada tienen que ver con el pueblo. Cuando éstas usan el término de “pueblo” es un piropo perverso, como el que acaricia el caballo porque se prepara a ensillarlo, para luego montarlo y lograr que lo lleve a donde la élite pretenda. No les interesa el pueblo, más que como caballo que montan y desmontan cuando les nacen ganas. Con razón ponía el punto en las íes Leonardo Boff, cuando citando a Cicerón, san Agustín y Tomás de Aquino decía que «pueblo no es cualquier reunión de hombres de cualquier modo, es la reunión de una multitud en torno al consenso del derecho y de los intereses comunes».

En nuestra sociedad dominicana hay que identificar quiénes son partes del pueblo y quiénes no. No debemos confundir la oveja con los lobos disfrazados dentro del rebaño. Como tampoco, un agricultor avisado nunca confunde las gramíneas que son malezas con el maíz sembrado, aunque sean de la misma familia.