¿Quién eres para defender que la vida de un feto es más valiosa que la vida de una madre?
¿Quién eres para decir que tus hijos no pueden participar en el carnaval o tomar clases de yoga porque son cosas de Satanás?
¿Quién eres para decidir que una orientación sexual que ha acompañado la humanidad desde sus inicios es una patología o una depravación?
¿Quién eres para negar los derechos de una mujer a empoderarse de su cuerpo y a prevenir los embarazos no deseados?
¿Quién en nuestro país está encargado de velar por los derechos y quién está encomendado de velar sobre nuestras almas?
Para los educadores que asumen los derechos en sus prácticas y tienen que hacerle frente a situaciones que los ponen ante encrucijadas, estas preguntas surgen cada día.
La falta de respuestas claras a estas preguntas frena el tránsito hacia la modernidad de nuestro país porque la redefinición del rol de la religión es una asignatura todavía pendiente en la sociedad dominicana. Es el Estado dominicano que debería garantizar que la educación pública sea realmente laica y que la religión esté fuera de las decisiones políticas en vez de ahondar en la confusión y la falta de coherencia sobre estos temas.
El asunto es cómo progresar y revolucionar la educación dominicana cuando se enfrentan, quizás con más fuerza que nunca antes gracias a la velocidad de la comunicación a nivel planetario, visiones del mundo basadas en los derechos y los progresos de la ciencia y visiones milenaristas e integristas que resurgen cíclicamente con nuevo vigor en tiempos de crisis y dudas.
La filósofa Ikram Antaki decía al respecto: “Las relaciones religiosas deberían ser, en este fin de siglo, nuestra preocupación máxima. En todas partes se exacerban las religiones, y mientras la humanidad va hacia más ciencia el individuo va hacia más religión, mito, pasión de pertenencia y guerras tribales. Nuestra modernidad se anuncia arcaica”.
Es generalmente aceptado que la nota definitoria más característica de la laicidad es la separación entre el Estado y las iglesias a partir de una delimitación entre el ámbito público y el privado de los asuntos humanos, y que esta tiene por finalidad garantizar el cumplimiento de las libertades individuales y de los derechos.
Solo la laicidad nos permite educar de manera democrática, moderna, científica, plural en respeto de la diversidad y no quedarnos sumergidos en el atraso crónico. Dejemos a Dios el dominio de juzgar a los hombres y brindemos a los hombres la excelencia de una educación libre de prejuicio .