En esta semana  se ha estado desarrollando  en Santo Domingo una asamblea general de la Organización de Estados Americanos (OEA), en donde ha sido aprobada una enmienda de “desagravio”, por el papel jugado por el organismo continental en legitimar la tercera invasión norteamericana del siglo XX a nuestro territorio isleño (Haití, 1915, R. Dominicana: 1916, 1965).

Esta declaración de la OEA, que ha sido presentada por el oficialismo como una gran hazaña, se ha quedado corta, ya que la misma no incluyó el desagravio de los principales responsables de la invasión, el gobierno de los Estados Unidos de América, representados en la asamblea de la OEA por J. Kerry, Secretario de Estado.

Según uno de los diccionarios de nuestra lengua materna, consultado por el autor de estas líneas, “agravio” es un perjuicio que se hace a alguien en sus derechos e intereses”. Y “desagraviar” significa “borrar o reparar el agravio hecho, dando al ofendido satisfacción cumplida”. En ese sentido no nos debemos dar por satisfechos con lograr declaraciones propagandísticas y populistas como el de la OEA. Es necesario ir más allá, a la raíz de los hechos y no solo exigir reparaciones a los de fuera, sino también a los grupos de los poderes fácticos: económicos, partidarios, militares, religiosos, de nuestra tierra que desde el inicio de la constitución de la República (1844) han agredido y siguen agrediendo, con sus hechos cotidianos, a los grupos más empobrecidos y excluidos de la sociedad isleña y de la sociedad dominicana.

¿Quién pedirá perdón por el agravio hecho a J.P. Duarte por el largo exilio venezolano y a las y los trinitarios por las vejaciones sufridas, por el asesinato de la valerosa María Trinidad Sánchez y de su sobrino, Fco. Del Rosario Sánchez, acciones todas instrumentadas por P. Santana y su equipo, representantes de los intereses económicos de los hateros? ¿Quién pedirá perdón y desagraviará a G. Luperón y demás líderes y lideresas por desconocer los frutos y la propuesta de la gesta popular liberadora llamada impropiamente “restauración” y al pueblo que luchó en un combate desigual con el ejército del poderoso imperio español, durante los años de 1863-1865? ¿Quién pedirá perdón por el grupo económico-partidario liderado por Ulises Heureaux que frustró el sueño del partido azul, que propugnaba por un proyecto democrático , en una nación solidaria? ¿Quién pedirá perdón al pueblo dominicano por las víctimas de las largas y sangrientas tiranías de Trujillo y de J. Balaguer?

¿Cuándo los poderes fácticos desagraviarán al pueblo dominicano por haber frustrado el proyecto de la Revolución Democrática de 1963, con su luminosa Constitución y su gobierno liderado por una persona del talante ético y político de J. Bosch? ¿Cuándo los responsables locales -económicos,partidarios, empresariales, religiosos, militares- pedirán perdón por haber frustrado el propósito de la revolución constitucionalista de 1965? ¿Cuando el liderazgo del PRD y el PLD, concebidos originalmente como instrumentos de liberación del pueblo dominicano, pedirán perdón por haber convertido estas iniciativas impulsadas por Juan Bosch y un grupo de hombres y mujeres comprometidos, en maquinarias de acumulación originaria, de robo, corrupción e impunidad, al servicio de los intereses de minorías indolentes, escandalosamente enriquecidas?

¿Quién desagraviará a las y los que votaron por un/a candidato/a específico/a en las pasadas elecciones y a los que el oficialismo, con todos sus mecanismos fraudulentos, impuso otros u otras? ¿Quién desagraviará a las enfermos que no tendrán atención médica de calidad ni medicinas porque el dinero de los hospitales se malgastó en publicidad, combustible o en compra de conciencias en la pasada campaña electoral y en el día de las elecciones?  ¿Quién desagraviará a las comunidades de Cotuí y de Bonao por los inmensos daños ambientales realizados por Falcondo y la Barrick Gold?

¿Quién desagraviará a los sectores más empobrecidos del país por la falta del dinero para invertir en salud, educación y vivienda, por la falta de pago de impuestos de las empresas de Félix Bautista y de una buena parte del gran empresariado nacional? ¿Quiénes de los que decidieron pagar el doble del valor de las plantas contaminadoras del ambiente de Punta Catalina desagraviará a la mayor parte de la población dominicana por el deficiente servicio eléctrico? ¿Quién desagraviará a Ana M. Belique y a todas las dominicanas y dominicanos de origen haitiano por el permanente crimen del genocidio civil, al haber sido despojados y despojadas de su nacionalidad?

No basta con recordar efemérides históricas como la expedición liberadora del 14 y 20 de junio de 1959, o el proyecto del gobierno de la revolución democrática del 1963, que incluye la gesta constitucionalista del 1965, desconociendo su origen, sus causas y el inmenso sacrificio de las vidas envueltas en esas luchas, inspiradas por indignaciones, opciones y decisiones de transformación social. Es necesario ir más allá.

Las nuevas generaciones, cuyas conciencias están tan manejadas por la publicidad comercial, por la competencia y por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación  al servicio de los oligopolios, necesitan conocer, analizar y entender aquellos acontecimientos como los relacionados con el movimiento 14 de junio y el proyecto de la revolución democrática (1963-1965) que presentaron una propuesta de vida feliz y de bienestar compartido. En este sentido es necesario dar a conocer el aporte que están haciendo instituciones como el Museo de la Resistencia y el Archivo General de la Nación, entre otras iniciativas orientadas a mantener vivas la memoria histórica de las personas y de los hechos que han hecho aportes significativos a los procesos de transformación de la sociedad dominicana.

En estos tiempos de “amnesia histórica impuesta”, como señaló E. Galeano, es necesario mantener la memoria los ideales y las prácticas históricas transformadoras de las personas y de los colectivos que asumieron el compromiso con la creación de una sociedad justa, inclusiva y participativa. Y que esa memoria y esas prácticas inspiren nuestras luchas presentes por lograr una vida digna para todos y todas y en particular para las y los más excluidos. Es la mejor manera de desagraviar a los sectores sociales tradicionalmente pisoteados, heridos y condenados a vivir en el empobrecimiento, la exclusión y la invisibilidad históricas.