Entre las más notables tradiciones de nuestros gobiernos, hay una que parece inmutable: recordarnos que Haití es una dura realidad, que es muy pobre; que tiene más gente que nosotros; que es políticamente atrasado; que es casi un desierto irreversible; que no tiene agricultura ni pesca; que tiene serios problemas de salud; que carece de educación; que es ingobernable y que nos van a tomar por asalto…Pero no emprenden la urgente tarea de edificar un “muro” de progreso socioeconómico en la frontera, mientras crece un discurso de odio fascistoide que desea un holocausto, para dejar lo de 1937 como un juego de niños.