La prensa de la pasada semana destacó el tema de la mortalidad infantil entre los quemados del Hospital Reid Cabral, subrayando el hecho que la ciudad de Santo Domingo carece de una unidad especializada para niños quemados a diferencia de Santiago.

En la República Dominicana el tema de las quemaduras de niños está íntimamente ligado con la vulnerabilidad de los sectores marginados y su escaso desarrollo humano. Frente a esta situación hace más de 10 años el gobierno, de manera muy acertada, dio el primer picazo para la construcción de una Unidad de Quemados que debía responder a los más altos estándares internacionales.

Esta obra vanguardista tenía el financiamiento del gobierno de Taiwán. Se anunció entonces una inversión de un millón de dólares para la construcción, fondos que serían manejados por el despacho de la primera dama de entonces, Margarita Cedeño. “El 70% de los recursos se usará en la construcción y el 30% en la compra de los equipos. El dinero se entregará en tres partidas y el último pago se hará en junio para comprar los equipos”, según las declaraciones hechas en 2006 por el embajador taiwanés Eduard Chen.

Esta decisión correspondía a una necesidad, ya que el éxito del tratamiento de las quemaduras depende no solamente de su gravedad sino también del nivel de asepsia y del número de camas que un hospital puede dedicar a los quemados en condiciones óptimas.

A quienes trabajamos en sectores marginados no se nos escapa que muchos de nuestros niños y niñas corren peligros inimaginables de manera permanente. Es más, se puede decir que nuestros niños son pequeños milagros ambulantes. Viven en condiciones a veces indescriptibles, en las que su integridad y seguridad mínima no están aseguradas. Se queman precozmente por todo tipo de fuegos. Sus condiciones de vida no están en acuerdo con los estándares establecidos por los organismos internacionales para la niñez, a pesar de cifras macro que no desvelan la magnitud de los riesgos de todo tipo a los cuales están sometidos a diario esos niños.

Las estadísticas de los hospitales dominicanos comprueban que una gran parte de los incidentes ocurren en las propias casas por descuido de los padres o tutores. La mayoría de los niños y adolescentes se queman por derrame de líquidos calientes, explosiones de tanques de gas para cocinar,  problemas de conexiones eléctricas y uso de velas durante apagones.

Al vivir en espacios minúsculos muchas veces las hornillas  de la estufa oxidada ocupan un lugar preeminente en medio de los demás enseres de la vivienda. El cilindro de gas está tan oxidado como la estufa y casi nunca está lleno. Según los cheles que entran en el día se manipula el cilindro sin ninguna precaución cargando el tanque en un motor para comprar 100 o 200 pesos de gas. Luego se reconecta el cilindro con mangueras desgastadas, lo que cualquier niño de 10 años se jacta de saber hacer y sin el más mínimo cuidado.

Esta cultura de la miseria se aplica igualmente a todo lo que es conexiones eléctricas. Predominan los alambres en mal estado, mal conectados y mal aislados. Así, una madre soltera de cuatro infantes en Villas Agrícolas, luego de mudarse en una minúscula parte atrás, se la bandea para recuperar cables eléctricos pelados en los botes de basura y los conecta desde la calle, haciéndolos pasar por arriba de la casa de adelante. Demuestra orgullo de alumbrar su casa a costa de la seguridad de los vecinos y de sus  propios hijos, sin percatarse un solo instante de los riesgos.

Estas condiciones de peligro son pan cotidiano y se ven multiplicadas porque los padres, madres y tutores dejan muchos de los quehaceres domésticos y el cuidado de los niños más chiquitos recaer sobre los hombros de los hermanos mayores; o sea, niños cuidando otros niños, cuando lo que éstos más quieren es salir a jugar con sus amiguitos y son incapaces de tomar las medidas adecuadas en caso del  más mínimo incidente. Así se murió el hermanito de D, en un incendio que arrasó la casa; así se quemó la casa de A,  reconstruida gracias a la solidaridad barrial, y así ha sucedido en tantos otros casos que podríamos enumerar, cobrando altas cuotas de muertos y quemados.

La pregunta fundamental es, ¿cómo superar estas situaciones? ¿Cómo proteger nuestros niños y niñas? ¿Cómo romper este círculo vicioso que hace de nuestros niños y niñas presas de todo tipo de violencias insoportables?

De lo que se trata es de evitar la violación permanente de los derechos de los niños a la salud, a la diversión, a la educación, a una vida sana, en una palabra. Si lo logramos habrá menos niños quemados.