Casi en los prolegómenos del invierno, llueve. En mitad del otoño con sus lunas recortadas, simplemente llueve. En medio de la famosa pandemia y de las noticias que llegan desde la frontera, llueve. Sobre los aprestos consumistas navideños que empiezan a invadir los medios, llueve. Como para olvidarse de un mordiente país y aplazar la palabra que pide, la palabra que clama, la palabra que hie­re, la palabra que ofende. Llueve, simplemente llueve, como homenaje a la flor y a la fruta, como re­galo al amor de los amantes que celebran el agua, llueve. Simplemente llueve. ¡Que viva la lluvia, carajo!