La República Dominicana vive actualmente un momento político de extremo cuidado. Lo primero que el país necesita es saber lo que pasó, y ni la Junta Central Electoral, ni los organismos de investigación y persecución del Estado gozan de la suficiente credibilidad para esclarecerlo. Mientras tanto, hay que organizar las elecciones.

Tras la insólita suspensión del proceso, han surgido múltiples voces reclamando que renuncien todos los miembros de la JCE, así como sus funcionarios principales vinculados a las elecciones. En realidad, eso es lo que procedería tras apreciar la permisividad con que vieron pasar las violaciones a la ley electoral, y la tozudez con que pretendieron imponer el voto automatizado, cuando tanta gente les advertía de los riesgos que conlleva ese sistema de votación, el cual terminó en un estrepitoso fracaso, pese a ser declarado “invulnerable”.

Sin embargo, conviene advertir que la renuncia en pleno de los integrantes de la Junta colocaría al país ante una peligrosísima situación de vacío político institucional.

Por tanto, sería un acto de impensable irresponsabilidad de su parte renunciar en un momento tan crítico. Mucho más cuando parece haber consenso en que, si hubo realmente sabotaje como prácticamente todos admiten, es muy probable que esto se hiciera al margen de la Junta, no con su complicidad o participación.

¿Se imaginan los propulsores de esta idea lo que pasaría ahora si todos renuncian?, ¿no les parece que sería una oportunidad propicia para el que quiera pescar en rio revuelto? ¿quiénes los sustituirían? ¿Tenemos seguridad de que sus suplentes serían más confiables? Y si fuera para escoger integrantes completamente nuevos, ¿quién los escogería, si no es que mentalmente ya los escogió?

Si es para que se busquen como parte de una gran negociación política, ¿en qué tiempo se negociaría sosegadamente para buscar las personalidades adecuadas?  ¿Aparecerían personas con la debida probidad y confiabilidad que estén dispuestas a empeñar su honra y buen nombre comprometiéndose a conducir un proceso administrativo y político tan delicado en tan pocos días?

Es cierto que poca gente cree que la JCE actual es completamente imparcial como debería ser, viendo la forma en que fue escogida y la permisividad con que ha actuado frente a las violaciones de la ley electoral. Pero al menos desde el pasado domingo, las decisiones que ha tomado han sido las más pertinentes: parar completamente el proceso y convocar rápidamente para el 15 de marzo antes de que finalice el tiempo de vigencia constitucional de los actuales alcaldes y regidores, y comprometerse a realizarlas todas manualmente.

Si el país tiene experiencia en elecciones manuales, y así se estaba haciendo en muchos municipios, no sería difícil organizar rápidamente un nuevo proceso manual en todo el país. Pero pretender que esto se haga bien con personal directivo completamente nuevo puede degenerar en caos, provocar inestabilidad política, y poner en peligro toda la elección, incluso la presidencial y legislativa.

No olvidemos que, independientemente de la fecha y los organizadores, estas son unas elecciones de alto riesgo. La experiencia de América Latina, y particularmente de la República Dominicana, es que cuando un gobierno dura mucho tiempo en el poder, y más con la gran concentración que tenemos, se articulan vínculos y se crean intereses que después hacen muy difícil sustituirlos con elecciones libres.

En todas las elecciones dominicanas ha habido irregularidades, pero los tres grandes traumas que hemos vivido en la época moderna, ocurren en momentos en que la población manifiesta cansancio con gobiernos ya viejos, con funcionarios entronizados al poder que se resisten a cederlo, y se ven en peligro real de perderlo.

Ocurrió en 1978 cuando se intervino militarmente la Junta, se paralizó el cómputo y se dispuso el “Fallo Histórico”; en 1994, en que se falsificó el padrón para impedir el voto de ciudadanos simpatizantes de la oposición, y ahora en que no se sabe qué pasó, pero se suspendió.

En este contexto, las voces más sensatas parecen ser las del principal aspirante de la oposición y las del propio Presidente de la República, no así las del presidente de su partido, que han provocado más desasosiego. De no ser por eso, nadie sabe el curso de los acontecimientos.