El nuevo gobierno surge en el contexto la pandemia más devastadora, desde el punto de vista económico y sanitario que jamás haya existido, conjugado con el llamado fin del ciclo de los gobiernos progresistas en esta región, lo cual plantea una casi total refundación del país. En tal circunstancia, son de suma importancia la selección de un tren administrativo plenamente solvente y eficiente, además de una justicia independiente. Pero eso es insuficiente para producir un cambio, porque el deterioro de esta sociedad no sólo es político, sino social. Por lo cual, la articulación de sujetos político/sociales es imprescindible, básicamente de aquellos que hicieron posible este nuevo régimen.

El éxito o fracaso de cualquier proyecto de cambio reside en la capacidad de sus gestores de incorporar a la población a dicho proceso. Sin embargo, esa incorporación no debe confundirse con cooptación de individuos, ni mucho menos de las organizaciones de la sociedad civil, porque tan pronto comete el error de integrarlas a la lógica/estructura del proyecto, limita el pluralismo que es el pivote fundamental de la política en todo proceso con pretensiones de regeneración y democratización de una sociedad casi totalmente fracturada por un régimen, como el que afortunadamente está finalizando.

Nadie, con un mínimo de sentido de la política, puede pensar que el final de los gobiernos del PLD y su partido, constituye el fin de la política, el fin de las grandes contradicciones y de las exclusiones sociales y de clases presentes en la sociedad dominicana. Además, esas contradicciones y exclusiones vienen de lejos, no sólo atribuibles a ese partido/gobierno. Tener conciencia de esta circunstancia, al tiempo de actuar en consecuencia, es fundamental para que aquellas fuerzas político/social que hicieron posible la caída del antiguo régimen, jueguen un rol determinante en el nuevo proceso. De ese modo apuntalarían lo ya logrado y se fortalecerían como fuerzas.

Su acción deberá dirigirse contra las causas determinantes del estado de pobreza, marginalidad y falta de oportunidad para una vida mejor de la mayoría del pueblo dominicano. El nuevo gobierno deberá ser eficiente, pero esencialmente eficaz si enfrenta resueltamente las causas de la pobreza y nuestro bajo índice de desarrollo humano. Su futuro, y el de las fuerzas que lo apoyan, dependerá del éxito o fracaso de la lucha en el territorio en general y en los espacios urbanos en particular, para mejorar los servicios básicos, por gobiernos locales eficientes y transparentes, la laicidad del Estado, control migratorio, pero terminando la apatridia, apoyo a los pequeños y medianos sectores productivos, limite los impenitentes poderes fácticos y la voracidad del gran capital nacional e internacional, etc.

En la lucha por estas cuestiones, y en su éxito, está la posibilidad de la rentabilización de la apuesta por la coalición ahora el poder, hecha por los partidos, tanto del grande como de los pequeños. Si estos últimos lo aprovechan sólo para acomodarse en puestos en el Congreso y en el Parlacen, estarán cavando sus tumbas, porque difícilmente se les presentará otra ocasión como la presente. Por experiencia, los gobiernos progresistas o que se presentan como tales, son embestidos furiosamente por los sectores conservadores cuando se toman medidas que afectan sus intereses y los medios de comunicación son su principal instrumento. Cómo enfrentar ese potencial factor y los efectos de la pandemia y cómo hacerlo, constituye el gran reto del nuevo régimen y de las fuerzas que lo apoyan.

En la presente coyuntura, lo determinante es cómo se procesan las contradicciones entre las fuerzas políticas emergentes y las del antiguo régimen, sino también entre el nuevo régimen y los intereses económicos y de los poderes fácticos que en gran medida configuraban del anterior. Esa es la cuestión, por lo tanto, es imperativo dejar a un lado el tremendismo verbal que muchas veces impide ver los matices o peor, hacer de un matiz la esencia de una cuestión. Uno

o dos nombramientos que puedan calificarse de infeliz, de malo o bueno no, determina automáticamente la tendencia futura de un nuevo régimen ni la posición a tomarse frente a este régimen.

Lo determinante es la inteligencia para actuar y pensar políticamente para, en todos los escenarios,  impulsar un cambio que última instancia, a breve y largo plazo, marcará el destino de este país y de las fuerzas políticas dentro o fuera del gobierno entrante, además de aquellas, las desplazadas, que le estarán en contra.