“En algún lugar del tiempo, más allá del tiempo, el mundo era gris. Gracias a los indios ishir, que robaron los colores a los dioses, ahora el mundo resplandece; y los colores del mundo arden en los ojos que los miran.

Ticio Escobar acompañó a un equipo de la televisión, que viajó al Chaco, desde muy lejos, para filmar escenas de la vida cotidiana de los ishir.

Una niña indígena perseguía al director del equipo, silenciosa sombra pegada a su cuerpo, y lo miraba fijo a la cara, de muy cerca, como queriendo meterse en sus raros ojos azules.

El director recurrió a los buenos oficios de Ticio, que conocía a la niña y entendía su lengua. Ella confesó:

–Yo quiero saber de qué color ve usted las cosas.

–Del mismo que tú –sonrió el director.

––¿Y cómo sabe usted de qué color veo yo las cosas?”.

(Eduardo Galeano, puntos de vista, en Boca del Tiempo).

Aquí, al parecer, alguien hizo un pacto con el diablo. Y esta percepción está planteada, por esa tendencia al sectarismo y a la división, que pesa en el seno de nuestra sociedad. Diablo, viene de diaballeim que significa “división”; “sectarismo” que viene de sectare, que es lo mismo que decir “desgajar”, “partir en pedazos”.

Hay personajes omniscientes, omnipresentes y omnipotentes, que están al servicio de la división día y noche. Contaminan todo. Dividen con las palabras, dividen con los hechos, son las deidades que todo lo desgajan hacia el desatino. Se creen predestinados e inmunes de la historia. Se olvidan, que en la comunidad tarde o tempranos, quienes creen en el símbolo (symballeim= unión) les van a pedir cuenta, de una forma u otra. Ellos ni se imaginan que en el subsuelo de nuestra sociedad, allí en el caos, existe un espíritu nuevo que sueña y arrastra consigo la capacidad de revolucionarlo todo como en el génesis. Sabemos por radio bemba, que su primer compromiso, es exorcizar los diablos, que han copado todos los espacios, casi hasta la asfixia, para que no quede rastro de demonios ni de maldad. Segundo, sabemos de su afán por implantar la solidaridad, la cooperación y tolerancia, que rebase los signos de los partidos y los colores; y que además, los colores no tengan la culpa de ser usados por los bandos políticos, y que la gente se ponga el color de la ropa que les venga en ganas, y no sea una decisión de la cumbre impuesta por la dictadura del partido al que rinde tributo.

Tercero, el quehacer de cada día será el escenario para la expresión de nuestra manera de ser, hacer, servir y pensar el pasado, el presente y el futuro. Nuestra identidad se expresará en todo lo que hacemos: en la comida, en el baile, la recreación, el trabajo. No habrá divorcio entre el pensar y el actuar.

Cuarto, los más viejos de la estirpe, tendrán la función de servir de ejemplo de los más jóvenes: en lo moral, en el trabajo, en lo ético. Nada de enseñar el aprovechamiento como filosofía. Los que enseñan, aprenderán primero, y seguirán aprendiendo en el proceso, para evitar fosilización de la gente y de las estructuras para ser fiel a Heráclito en eso de que “nadie se baña dos veces con la misma agua de un rio”. Los que dirigen entidades, cuando sientan que no aportan nada se irán a retiro, para no convertirse en retrancas de las nuevas ideas, pues de retrancas están plagadas la mayoría de instituciones nuestras con miedo al riesgo  y a la creatividad.

Los que aspiren a cargos políticos deberán pasar la prueba de la comunidad. La de los partidos no garantiza nada. La comunidad los elegirá primero y los presentará a los partidos políticos, para incluirlos en las boletas de las agrupaciones, así no tendremos ni decepciones posteriores, ni sustos, ni aprobaciones medalaganarias ni estupideces, no habrán lacayos, ni corruptos ni dictadores.  Las primera prueba será su hoja de servicios desinteresados por años en grupos culturales, ambientales, juntas de vecinos, deportes, religiosos etc.; la segunda, su hoja de trabajo aunque sea echando día; tercero su hoja moral, para no servir de referencia diabólica a las multitudes, que puedan emular su mal ejemplo. No será necesaria su militancia política, pues los partidos son instrumentos del pueblo no al revés. Y todo debe manar del pueblo.

Esto parecerá un sueño. Sin embargo, reitero que nuestro sueño debe ser diferente a la realidad en que vivimos, pues si nuestro sueño no rebasa esa realidad, estaremos preparando otro escenario para que los mismos diablos se multipliquen en nuestro caldo de cultivo y se posesionen de los espacios vitales de nuestra sociedad…“Quiero la esencia, mi alma tiene prisa…” (Mario Raul de Moraes Andrade)