No conocía este emblemático espacio del Distrito Nacional. Lo descubrí hace unos 6 años cuando me desempeñaba como profesor investigador de una prestigiosa universidad del país. Me tocó formar parte de un equipo que realizó una inmersión etnográfica en el área cuya dirección compartí con la doctora Yesilernis Peña de la University of California.
Vivir allí tres días intensos nos obligó a enamorarnos del lugar. De su fascinante cotidianidad, de su multiculturalidad. De sus códigos de convivencia. De sus ritualizaciones. De sus particulares estilos y expresiones económicas, culturales, religiosas y jerárquicas. Sintiendo tristeza por la ausencia de los muchos elementos y servicios para el bienestar de sus “habitantes”.
Han sido muchos los intentos emprendidos por los gobiernos para el remozamiento, reordenamiento y desarrollo de la “Duarte con París”. En un lapso de 30 años más de una docena de proyectos han resultado fallidos. Con estas iniciativas fracasadas se ha perdido tiempo, dinero y esperanzas. ¡Hay que aprender de estos fracasos!
Cada gobierno que llega lo asume como “un propósito estelar” pero que termina perdiendo fuerza al convertirlo en una iniciativa arrebatada y alejada de los deseos, expectativas y necesidades de sus habitantes. Ahora también este gobierno anuncia la buena noticia. ¡Apostemos a que esta vez resulte realizable!
Lamentablemente desde ya se observa un nebuloso alejamiento de los “habitantes”. Muchos manifiestan que desconocen el proyecto y que temen que el mismo “los deje sepultados”. No se ha logrado que la gente de allí se enamore del proyecto y haga suya la propuesta.
El descontento está rodando. “Los propietarios de los locales que bordean la calle París, próximo a la intercepción con la avenida Juan Pablo Duarte, externaron este martes su inquietud ante el hermetismo con el que se han manejado las autoridades sobre el proyecto de remozamiento del importante punto comercial capitalino”. (Listín Diario, julio 14, 2021).
La gente de allí es el corazón del proyecto. Para que sea exitoso se requiere de un modelo teórico ya llevado a la práctica en otros países que aporte pautas para diseñar soluciones que no resulten traumáticas y excluyentes y que sean consensuadas, porque la “ciudad” es eso, “la ciudad es de todos”. El escuchar a su gente debe ser una obligación ciudadana permanente y una expresión de democracia municipal.
Si bien es cierto que muchos ocupan un lugar, que les toca porque ellos también son “ciudad”, ello no significa que deban continuar ocupándolo desordenadamente, quizás porque carecen de la educación básica, cívica y ambiental suficiente y no se les han dado las pautas y los aprendizajes necesarios para hacerlo correctamente.
Para llenar este vacío se recomienda recurrir al modelo de la “topofilia” como estrategia pedagógica de transformación y de participación comunitaria. Vista como el “vínculo que tienen los sujetos con el lugar, como una estrategia para la apropiación territorial y como el primer paso para lograr una educación ambiental comunitaria que forme sujetos espaciantes, democráticos y conscientes de su papel en la formulación de planes de manejo y conservación de la biodiversidad local, como patrimonio biocultural e identitario”.
La topofilia proviene de un investigador de la Universidad de Wisconsin (EE. UU.), Yi-Fu Tuan, un experto en diseño de ciudades. Él sostiene que “las personas que viven en un espacio le toman cariño, se enamoran, le toman afecto, y que si utilizamos ese afecto y creamos una relación amigable con el entorno, son ellas mismas las que van a hacer los cambios para hacer el lugar más habitable y más organizado”.
Desde esta perspectiva, son las mismas personas que han habitado ese espacio urbano por años las que van a hacerlo más habitable, más organizado, más saludable, más productivo, atractivo, gobernable y resiliente, en estrecha alianza con el gobierno central, el gobierno local y otros actores que puedan aportar al éxito del proyecto.
Se trata de un doble movimiento: crear un marco para que puedan florecer los pequeños, medianos y grandes negocios y unas fronteras que definan una vida comunitaria controlada y segura. Siendo que el arraigo y la identificación que experimentan los “habitantes” con el entorno se traducen en una sensación de seguridad.
Conviene destacar que no se trata solamente de un proyecto estrictamente “turístico y económico”. Se trata también de un proyecto urbano, ecológico, educativo, estético, social, comunitario y democrático que haga posible trabajar y convivir armónicamente respetando las leyes y normativas de ordenamiento urbano y uso del espacio público.
De lo que se trata es de hacer posible, a través del diseño de una estrategia pedagógica y de unos mecanismos concretos de participación, el mejoramiento de las condiciones de gobernabilidad, productividad y habitabilidad del espacio urbano de la “Duarte con Paris”.
Siendo que la psicología se ocupa de temas de ciudad y espacio público, y que el proyecto supone una cantidad de “sucesos urbanos” de gran importancia social, se debe contemplar la participación de investigadores de la psicología y de las otras disciplinas de las ciencias sociales y humanas para educar y empoderar a los “habitantes” para participar en el cambio, la convivencia comunitaria y la solución de conflictos.
Para comenzar bien, el proyecto debería realizar conversatorios, grupos focales, mesas de diálogo y foros urbanos orientados al levantamiento de los diversos problemas, potencialidades y fortalezas de la “Duarte con París”, en relación a su ordenamiento y su desarrollo urbano sustentable, involucrando a sus “habitantes”.
Esto aportará insumos importantes para la elaboración de una agenda compartida y participativa de investigación y de acción, que incluya a diversos actores sociales que están directamente involucrados con el desarrollo urbano sustentable de la zona. ¡Esto es topofilia!