Danilo Medina, en su carta del pasado 24 de abril, dirigida al Congreso Nacional por intermedio del presidente del Senado, solicitó la aprobación de la extensión del estado de excepción por otros 25 días adicionales argumentando que:
“Levantar las medidas en estos momentos representa un riesgo de que la tasa de contagio aumente significativamente y que la pandemia haga mucho más daño a la población dominicana”.
Sin embargo, dos días después, Migdonio Adames, el Peregrino, con una cruz al hombro, entraba al casco de la ciudad de Puerto Plata acompañado de miles de personas y ampliamente protegido por autoridades del propio Gobierno de Danilo Medina.
Mirando bien las fílmicas, le queda a uno la impresión de que, en los hechos, aun cuando no fuera el propósito, aquella aparatosa escolta de policías, Defensa Civil y el 911 sirvieron más para garantizar la libre circulación del virus entre miembros de una multitud desprevenida y exaltada, que para proteger a un triste peregrino que nunca ha sido amenazado.
Además, proteger el virus desde el poder oficial fue negarse a aplicar pruebas masivas en la población para conocer con precisión la cantidad, donde esta y como se mueve el contagio entre los ciudadanos. El limitado número de pruebas realizadas le restan credibilidad a los datos y comparaciones presentados por el propio presidente Medina en su último discurso al país.
Para esa fecha, 17 de abril, el Ministro de Salud había informado que solo se habían aplicado 13 mil pruebas en todo el país, mientras que en la misma fecha el presidente Medina afirmaba que su gobierno había aplicado 40 mil.
Según el presidente de la OMS, doctor Grebeysuss: “No puedes combatir un incendio a ciegas, y no puedes detener una pandemia si no sabes quién está infectado”.
Por otro lado, obstaculizar y desestimular la iniciativa privada o de organizaciones políticas legitimas para la instalación de hospitales ambulantes que ayuden al aislamiento y control de pacientes infectados, es una manera directa de facilitar el avance de la muerte.
Sabemos que la política es espectáculo, y que su escenario natural es el espacio social en el que discurren hechos, emociones e interacción cotidiana entre individuos y organizaciones de la sociedad. De manera que resulta cuesta arriba pedirle a un político, máxime a un gobernante en plena campaña electoral, que no actúe cuando el teatro inicia y que no aproveche las escenas servidas. Las tragedias son escenas blandas, preferidas por los políticos para cebarse en comunidades aterradas y frágiles que buscan refugio y consuelo en el fuerte, el dadivoso o el demagogo de toda laya.
Ahora bien, llegar hasta el extremo de estimular el contagio masivo, hacerse el sueco o apuntar hacia otro lado frente a la propagación de un virus letal en el seno de su pueblo, es una despreciable manera de ejercer la política y el poder.