La segunda parte del título de la obra de Alexis Gómez Rosa es: “147 libras en formato de libro”. Siempre jugando con las palabras. Desde chiquito. Se corre peligro si uno se queda en el juego. No hay adultez. No hay responsabilidad y la vida se toma por un juego, que la escritura reduplica. A muchos les ha sucedido eso en nuestra cultura literaria. Y no literaria, donde la cosecha es a borbotones.

El libro de Gómez Rosa está dedicado a dos gladiadores fallecidos. Enrique Ripley Marín, siempre ligado a los deportes desde La Normal. Y a Carlos Rodríguez Ortiz, ido a destiempo en la jungla de acero y cemento. Allí le traté a fines de los 90, pero le conocí más a través de sus escasas obras poéticas publicadas. Importa la última parte de la dedicatoria: “con quien conversaba de boxeo antes que de poesía, quizás por comprender que en el boxeo está en juego la naturaleza misma de la poesía.”

La práctica literaria puede abordar cualquier tema, aunque no se decide por ahí el valor poético. Pero la hipérbole y el entusiasmo de Gómez Rosa contradicen la opinión de un maestro: Juan Bosch, para quien un boxeador era el símbolo de la fuerza bruta hecha de músculos y puños, sin nada en el cerebro. Examínese su historia reciente, no del Medio y Lejano Oriente, desde la primera olimpíada en 476 antes de Cristo y su paso por Roma con la fanfarria del Coliseo Máximo hasta recalar en el siglo XXI. ¿Aporte? Diversión, entretenimiento, pan y circo, dinero, sexo, apuestas, mafias.

La pelea puede contener elementos poéticos porque cuando no existe, en sus escasos momentos, contubernio o coalición, tiende a la perfección de la técnica, al igual que la escritura de valor que siempre tiende a la perfección del ritmo-sentido: su sinónimo de forma. Pero no el boxeo abstracto, sino en el terreno de lo concreto: la pelea. Uno de esos escasísimos ejemplos de ausencia de contubernio o coalición sea quizá algunas peleas de boxeadores como Mohamed Ali (antiguo Casio Marcelo Clay) u otros que tuvieron un destello acerca de lo político (ÉL SE NEGÓ A IR A VIETNAM A PELEAR Y COMO CASTIGO LE DESPOJARON DEL TÍTULO DE CAMPEÓN MUNDIAL DE LOS PESOS PESADOS).

Caricatura-de-Gómez-Rosa-en-su-libro-Prosas-de-un-peso-welterPero generalmente, en el 99 por ciento de los casos, los boxeadores son máquinas de matar. No hay que sacralizar, pues forman parte, con conciencia política o sin ella, de la diversión y el entretenimiento que el Poder y sus instancias (el entramado financiero del negocio) programan a intención de “las masas” a fin de que durante todo el año no les falte “pan y circo” y no se dediquen a pensar y reflexionar sobre las causas de su miseria. En los Estados Unidos, imperio sucesor de Roma, al béisbol sucede el baloncesto, a este el fútbol, a este el rugby, a este el jockey sobre hielo, a este las carreras de caballos, a estas el automovilismo de fórmula Uno, a este el abierto de tenis o los campeonatos de golf, a estos la lucha libre profesional y, finalmente, y no acabo, las artes marciales mixtas. Periódicos y canales de televisión se encargan las 24 horas del día de darle forma a la ideología local e internacional que anestesia a “las masas” de la mundialización del capitalismo prevista por Don Carlos Marx en el siglo XIX. Las “masas” deliran con estos deportes y ponen en funcionamiento toda su capacidad de sujetos dormidos, es decir, desideologizados y despolitizados.

Creo que así percibe el poeta Gómez Rosa la actividad del boxeo, pero la disfruta con la conciencia de la ideología que comporta. La percibe como búsqueda de la perfección de la técnica y eso le otorga a cualquier deporte un acercamiento a la escritura como un tema más. Pero Gómez Rosa a través de su narrador, personaje típicamente de escritura pero ligado a la vida, orienta el sentido a la crítica y disfrute de ese deporte. Así lo veo en “Fistiana” (=país de los puños), el primer poema que abre el libro: “Los hombres con fiereza sus nudillos/cruzaron, y el más hábil y aguerrido/engrosó las arcas del Chase Manhattan Bank/ (y por supuesto, su minúsculo patrimonio/celebrado por sus puños de piedra”. (p. 27).

Ese sujeto del poema está despierto. Ha visto el negocio del boxeo y su mecanismo de acumulación de riquezas para el banco y en menor escala para el boxeador, que siempre, en un 99 por ciento de los casos, termina en la miseria, porque le falta la inteligencia cerebral que observó Bosch y derrocha el dinero ganado en mujeres, drogas y vanidades. Y pese a disfrutar del espectáculo, el poeta liga ahora jazz, poesía y boxeo en “Miles Davis”: “Como en el boxeo, cuando toco, /yo no bajo la guardia. /Porque me da fuerza el boxeo, /siempre soplo acorralando/al adversario que en mí tiende a ocultarse, /yo no bajo la guardia.” (p.28). Trompetista y boxeador (homenaje a Jack Johnson) jamás bajan la guardia. Al igual que el poeta. Poeta que baja la guardia, lo noquean  los miembros del partido del signo.

El sintaxero Alexis disloca el sentido, en un poemita que celebra el encuentro entre dos colosos: “Nicolás Guillén/y Langston Hughes vinieron al mundo/en 1902, para reunirse en La Habana, /Cuba, en 1949, /con un fardo común de licor y poesía. /Discreparon y unificaron/criterios en torno a la naturaleza/del verso volvieron a discrepar/Nicolás Guillén/y Langston Hughes.” (p. 63) Pero más que la dislocación, lo importante es la escenificación de dos concepciones poéticas diferentes mantenidas por dos grandes poetas en medio de una pelea de boxeo. ¿No nos remite Gómez Rosa o casi nos obliga a leer la obra de Langston y Guillén para saber dónde está la diferencia? ¿En la afrocubanía o la afroamericanía, aunque ambos fueran socialistas? ¿En la teoría del compromiso literario? ¿Cómo un poema tan breve puede remitirnos al examen de tantos temas? Si la memoria no me falla, Langston Hughes fue muy apreciado algunos poetas dominicanos de la negritud y el compromiso.

Portada-libro-Prosas-de-un-peso-welter-Gómez-RosaEl sintaxero se muestra en p. 88: “Los poetas, por sensibles, gustan del boxeo su estrategia.” Para fingir que existe diferencia entre prosa y poesía, esa estupidez critica por Shelley en “Defensa de la poesía”; en p. 97: “Nos vemos en la fonda de María nos veremos (…) No hacía falta hacer cita donde Baden (sic, por Bader) nos arremolinábamos/sin pena”, que posee tres lecturas, como mínimo; en p. 110: “Este otro, de hablar meloso y embaucador, sabía (sabe)/tirar la cabeza y el codo mete a partir: corrió la colorá’; en p. 114: “Lo sonaron temprano le ablandaron el tierno abecedario, sin escuela ni  castañuela, madrugándolo por ratero”; en p. 117: “Le prometió la faja, la corona, apegado a su verija de agria peste, que sabe a guante de boxeo (no lo creo), que huele a guante de boxeo; ‘me lo vas a meter no es prometer’: a eso te has impuesto, perverso; le aseguró cielo en tierra es una historia de gamberros”; en p. 168: “Para llevar a cabo Pepe las últimas dos peleas de su vida, la González, mejor conocida como Lucinda Thompson, tuvo que emplearse a fondo combatiendo, al desgaire, pero insistente, con una legión de fantasmas, invasores de su pasado”; y, por último, para no ser exhaustivo, p. 171: “Los carteles llenaron la ciudad se convirtió en carnaval la vida, borrachera, jolgorio, sangre en desenfreno.”

La técnica del sintaxero: obligar al perezoso a releer continuamente sentidos ocultos, entre líneas. Obligar al lector perezoso a recomponer la sintaxis canónica de una sintaxis anticanónica. Obligarle a descubrir los sentidos que se orientan, en la escritura del sintaxero, en contra de las ideologías literarias, históricas, políticas y culturales de una época: la del texto y el lector.