Los "programas de gobierno" de los partidos y movimientos políticos en tiempos electorales, generalmente son un rosario de intenciones que elaboran los técnicos y especialistas de esas colectividades, de los que los candidatos apenas tienen una vaga noción y que son desconocidas por casi la totalidad de su militancia y de su cuerpo electoral. Los técnicos que diseñan las campañas reducen los programas en simples consignas o slogans.

Esta circunstancia nos lleva a pensar que en realidad, más importante que el programa y el llamado discurso del candidato, es el talento de este para  ganar simpatía y de sintonizarse con el electorado, lo cual zanja la discusión sobre quien es el mejor candidato, en términos de resultados, entre aquellos que tienen reales posibilidades de triunfo.

Cierto es que una buena campaña es de suma importancia para ganar unas elecciones, pero el mejor contenido, el mejor atributo de un equipo de campaña es el talento del candidato y no refiero a las luces y talante intelectual de este, sino a su capacidad de comunicarse con la gente. A eso es que, en este caso, llamo talento.

De otra manera no podría explicarse el hecho de que las elecciones no siempre las ganan los candidatos de mayor formación intelectual, sino los que tienen la capacidad de inspirar simpatía y confianza en la gente.

Cierto es que los programas constituyen importantes puntos de referencia para tener conocimiento de la idea de sociedad de los candidatos y/o de las colectividades en liza, pero como son elaborados por equipos de técnicos o de especialistas, estos son ideas de ellos, no de la colectividad a la que pertenece el candidato y peor aún, generalmente una vez se llega al poder, la realidad impone otras urgencias y el programa es abandonado.

Es más, grandes pensadores han expresado que  muchas veces el programa de los vencidos es recogido y aplicado por los vencedores. Por tales razones, quizás lo más sabio sería exigirle al candidato por el cual se apuesta que discuta con la gente, organizadas en colectividades o no, las cuestiones que más interesa que se resuelvan y que alrededor de esa discusión se articulen una serie de propuestas concretas entendibles por la gente, con sentido de pertinencia y viables.

De ese modo, se haría una suerte de concertación entre partes, donde se especifique con cuales personas de esas partes se aplicaran las propuestas, el costo de su aplicación y la identificación de los recursos para tal propósito.  De un ejercicio como este surgiría una verdadera guía de acción, un compromiso de ejecución de la obra de gobierno que el candidato se propone aplicar una vez alcance el poder, que permita la participación en ejercicio de este de una diversidad de voluntades, saberes y de intereses junto a los militantes calificados del partido o movimiento del candidato, como es natural.

Que una vez en el poder el candidato abandone el compromiso?, es muy posible y ejemplos no faltan. Que cumpla lo prometido?, es posible y también hay ejemplos. Todo dependerá del talante del candidato y del talento, el tesón y la imaginación de quienes concertaron con él. Lo que está claro es que, los programas de los técnicos y los discursos del candidato, generalmente, no dejan de ser meros fetiches. Son palabras. Como dijera un brillante poeta andaluz.