El acompañamiento docente como estrategia para mejorar la práctica educativa en el aula universitaria es un tema objeto de estudio de muchos educadores, de investigadores, de pedagogos, de instituciones de educación preuniversitaria y de Educación Superior. La importancia de este proceso radica en las potencialidades que tiene para activar la motivación, las capacidades y una nueva práctica en los sujetos acompañados, en los acompañantes y en los escenarios del acompañamiento.
Interesa mejorar la práctica y este concepto lo utilizamos cotidianamente. El diccionario de la Real Academia nos recuerda que deriva de la palabra latina practicus que significa “activo, que actúa, versado y diestro en algo, que piensa o actúa ajustándose a la realidad y persiguiendo un fin útil, uso continuado, ejercicio de cualquier arte o facultad, costumbre o estilo de algo, aplicación de una idea o doctrina, contraste experimental de una teoría”. Se constata que este concepto está vinculado directamente con acciones, con movimientos y decisiones. Es un concepto dinámico que requiere la activación del pensamiento, de la voluntad y de la capacidad de determinación de las personas, si se pretende una acción con sentido.
La reflexión sobre la práctica nos lleva a tener en cuenta que son diversos los enfoques que se emplean para abordarla. De una parte, el enfoque de la racionalidad técnica que separa la teoría de la práctica; de otra parte, el enfoque interpretativo que le otorga relevancia al significado que tiene la práctica para las personas involucradas en los procesos educativos. A su vez, desde la perspectiva crítica se asume que la teoría se articula estrechamente con la práctica. Cada uno de estos enfoques presenta rasgos característicos del proceso de acompañamiento a la práctica educativa, así como formas diferentes de entenderlo y asumirlo.
En este marco, consideramos que la práctica del docente universitario del Siglo XXI ha de estar orientado por una perspectiva crítica y sus rasgos más relevantes han de ser: a) capacidad crítica para analizar su propia práctica y generar cambios significativos en su entorno social y educativo; b) habilidad para activar el pensamiento y la acción de los estudiantes, de modo que construyan comunidades científicas permeadas por la pregunta, la exploración y construcción de nuevos conocimientos; c) capacidad para gestionar la complejidad educativa y social con sentido práctico e innovador.
El docente universitario necesita una práctica con direccionalidad y ésta se sostiene si el docente cuenta con un proyecto personal-profesional explícito y claro. Un proyecto con criterios de actuación definidos, con contenidos y lógicas que respondan a la complejidad de la educación universitaria, de la institución en la que trabaja y a la complejidad de la sociedad. Este proyecto ha de ser flexible y abierto a los cambios que derivan de los avances de la información y del conocimiento; de la realidad de la Educación Superior en el país y de las necesidades de los estudiantes. De igual modo, en la experiencia educativa del docente universitario ha de destacarse el sentido transformador de la propia práctica, lo cual implica una síntesis crítica y propositiva que tiene en cuenta el contexto social y académico en el que interviene. Esta dimensión transformadora supone también la asunción de un compromiso ético y una lectura reflexiva sistemática de la articulación entre el proyecto institucional y su proyecto profesional. El Siglo XXI demanda una práctica consistente y actualizada, desde ahí la necesidad de remirarla cotidianamente.
En este marco, el concepto de acompañamiento nos resulta cercano y de fácil comprensión. El diccionario de la Real Academia de la Lengua nos indica que significa estar o ir en compañía de otra u otras personas; supone juntar algo a otra cosa; implica participar en los sentimientos de alguien; juntarse con otro u otros de la misma facultad para ocuparse de algún negocio. Las diferentes acepciones de este concepto nos ponen de manifiesto que se realiza una acción compartida; una acción que compromete a las partes involucradas en aspectos cognitivos, afectivos, culturales, técnicos y prácticos. Asimismo, el proceso de acompañamiento implica el intercambio de saberes y construcción de conocimiento.
El conocimiento que se genera, cambia el modo de concebir el proceso de acompañamiento y refuerza la convicción de que éste, se construye a partir de voluntades compartidas y de decisiones sostenidas por acompañados y acompañantes. Los valores que se comparten emergen de la combinación de actitudes afirmativas de los actores del proceso de acompañamiento. Este proceso se construye socialmente; su naturaleza social garantiza el surgimiento de saberes plurales, de experiencias educativas multidimensionales y de aprendizajes divergentes.
Algunas evidencias del impacto del proceso de acompañamiento en las aulas universitarias responden a: incremento de la motivación de los estudiantes, adquisición de aprendizajes significativos, fortalecimiento de la responsabilidad de los sujetos acompañados, responsabilidad en los trabajos del aula, en los compromisos sociales y comunitarios. Además, se evidencia en un trabajo planificado y más organizado. Este impacto se nota también en la cultura del aula a través de un ambiente de estudio, de trabajo y de colaboración. Se nota también, en una relación elación y comunicación dialógica, en una mayor optimización del tiempo y de los recursos. Asimismo, en un trabajo más organizado, sistemático y retroalimentado. Se construye una cultura democrática, participativa y creadora.
En la práctica del docente universitario, el impacto del proceso de acompañamiento se expresa en el fortalecimiento de su desarrollo profesional; en una mayor capacidad de comunicación y de diálogo. De igual modo, en el interés y en la atención al estudio; en la importancia que se le otorga a la lectura, a la actualización y a la investigación. La disposición a la revisión de la propia práctica y una mejor gestión del conocimiento y del aula, constituyen aspectos relevantes.
El acompañamiento docente como estrategia para mejorar la práctica de los educadores en las aulas universitarias, requiere que los gestores académicos asuman este proceso como política académica institucional. De ser así, se podrá cuidar la calidad y la sistematicidad del proceso. Si esto no sucede, el acompañamiento a la práctica educativa seguirá siendo un discurso actualizado pero ineficaz.