Si bien sabemos que la cultura gratis no es ni siquiera en la menor medida potable, – sobre la base de temas básicos, no de proyectos utópicos – ¿Hasta qué punto puede un Estado abandonar o desligarse del desarrollo cultural de un país?
Pocas áreas han sufrido un desgaste y estancamiento en todos los niveles de su estructura, como es la cultura en el país. Tres ministros y el manejo de cientos de millones de pesos no han valido para crear una verdadera base con herramientas que permitan el avance saludable y sistemático del quehacer cultural; sobre todo las artes visuales. Hemos visto como han surgido distintos esquemas de financiamiento, programas para convocatorias de proyectos, “las mil y una noche larga de los museos” una sinopsis apológica con la que se pretende salvar la cultural historia popular, entre otras intenciones, todas con un aire de improvisación y personalismo ministerial.
Sin embargo, al margen de estos episodios, vemos cómo en el orden privado cualquier iniciativa puede distinguirse, porque ante todo impera la visión y planificación. En el ámbito nacional instituciones como: el Centro León, el Centro Cultural de España en Santo Domingo, el Centro Perelló, la Casa de Arte de Sosúa y la Casa Colson (para enumerar algunos destacados), además de un gran número de pequeños espacios físicos y otros colectivos, se van apropiando de la dimensión accionaria, ya huérfana, para responder a las necesidades de sus comunidades y entorno.
El hecho de que surjan iniciativas de este tipo es de gran importancia para el crecimiento socio cultural nacional; lo lamentable es que muchas de ellas son productos totalmente terminados, pero no cuentan con la indulgencia burocrática que rige al estado dominicano, por lo que a veces no logran agotar un ciclo que les permita la sostenibilidad y permanencia.
El mecanismo de la escena artística visual nunca ha contemplado la integración formal de estos movimientos y organizaciones, obviando incluso acuerdos internacionales basados en el compromiso de trabajar por el fortalecimiento de las políticas públicas, que incluye al sistema nacional de museos, lo que abre otra ruptura en la funcionalidad de las grandes salas de exposiciones, dejando en evidencia la falta de gerencia e inoperancia de la estructura ministerial en las acciones de atención y preservación del patrimonio material que actualmente se encuentra en extremo riesgo.
La cultura define casi en su totalidad la imagen de un país y ante una “Ley de Mecenazgo Cultural” que transita de forma inevitable como instrumento para sostenerla, la actual coyuntura prescribe como única salvación privatizar la cultura. Al cine le ha costado decenas de malas películas, pero en esta área existe desde hace años un inventario de valores tangibles, que se espera queden exentos de los intereses grupales y el oportunismo que se avecina.