Nueva York.-Dicen que la política es el segmento de la industria del entretenimiento donde pueden brillar los actores mediocres, como Ronald Reagan, y descorazonadoramente feos, como Donald Trump.
El debate presidencial es un gran espectáculo, a medir por la audiencia.
El espectáculo lo verán más de 100 millones de votantes, la Serie Mundial de béisbol la ven menos de 50 millones aquí y en Canada. Sólo el Súper Bowl (football) con 114 millones, puede supera al debate presidencial.
El primer debate fue en 1960, cuando el jóven, apuesto y jovial senador John Kennedy humilló al volátil vicepresidente Richard Nixon.
Este debate tiene dos marcas históricas, Hillary Clinton es la primera mujer que debate por la presidencia, y Donald Trump es el primer candidato presidencial sin experiencia política.
Este es el primero de tres debates antes de las elecciones del ocho de noviembre, los candidadtos se preparan y ensayan, como las grandes estrellas. Invierten largas horas investigando, escogiendo ropas, colores, modulando la voz, sobre todo practicando ataques y defensas.
En el debate cada candidato debe cambiar las percepciones negativas que existan sobre ellos.
Trump debe mantener un delicado equilibrio, mostrándose como un “macho man”, sosegado, calmado, paciente caballeroso y considerado mostrándo el lado amable que todos sabemos que no tiene.
Trump tiene ventajas sobre Hillary: ella tiene mucha experiencia, de ella se espera mucho, de él no se espera nada.
Como actor, Trump es muchísimo mejor que Hillary, tiene más histrionismo, presencia escénica, empatía y dramatismo.
Para Trump, el niño malcriado y consentido americano, tres debates de 90 minutos quizá sean los 270 minutos más difíciles de su vida.
La pregunta es ¿Podrá mantenerse calmado durante 90 largos minutos sin escupir un insulto, sin que le salga ni una malacrianza?.
Si logra eso, en enero podríamos decirle Presidente Trump.