La primera cuestión a tomar en cuenta al hacer un balance de este  primer año de gobierno, es que este ha discurrido en medio de una pandemia de dimensión mundial. Esa circunstancia, estaría condicionando o limitando los alcances de medidas hasta ahora tomadas y/o por tomar por las máximas autoridades y también, el aprovechamiento de ese invaluable sentimiento/demanda de ruptura radical con elementos esenciales de los gobiernos del PLD, que se profundizó  durante los procesos eleccionarios de maro y julio del 2020. Pero, en términos administrativos e institucionales en el manejo de la cosa pública en este primer año, se han producido importantes cambios que marcan diferencias sustanciales entre el presente y  el antiguo régimen.

El balance del manejo de la pandemia de parte del actual gobierno ha sido globalmente positivo. Con la estructura administrativa y la cultura de la corrupción del anterior, difícilmente se hubiese podido enfrentar el Covid-19 con éxitos tangibles, el tramo que le tocó enfrentarla lo demostró. De igual modo, por su práctica del dispendio y del dolo, podría pensarse que ese gobierno hubiese sido incapaz evitar el despilfarro  de dinero en diferentes dependencias. Con el ahorro de ese dinero se ha podido combatir y/o paliar los efectos de la pandemia en las áreas sanitaria y en sectores claves de la economía: energía, turismo, etc., y el auxilio a los desempleados por los efectos del flagelo y a cientos de miles de familias pobres.

En plano de la administración de la Justicia, la principal figura del Ministerio Público del presente gobierno goza de una legitimidad prácticamente unánime, mientras que la del pasado régimen está en la cárcel, imputado de graves actos de corrupción cometidos durante su delictuosa gestión. Una incontestable diferencia. Y, a pesar de algunos yerros, la configuración de las llamadas Altas Cortes,  en términos de su proceso y de cómo se escogió a sus integrantes, la diferencia es notable con relación con la forma en se integraron en la anterior administración. Por consiguiente, la afirmación de que todo ha seguido igual en este gobierno es evidentemente inconsistente. Pero, es igualmente inconsistente negar la continuidad de no pocos lastres del anterior régimen.

Esos lastres se mantienen y por ser política y moralmente inaceptables, resulta imperativo enfrentarlos. Entre otros, siguen los privilegios de diversos sectores económicos, su acostumbrada participación decididamente onerosa en grandes proyectos del Estado, los subsidios de combustibles a empresas hiper millonarias, la auto asignación de la casi totalidad de congresistas de millones de pesos para labores clientelistas/envilecedoras, manifestación de nepotismo en algunas dependencias, la continuidad de la cultura de dirigir instituciones del Estado considerándola coto cerrado de su incumbente, por incompetencia, o falta de generosidad.

De igual modo, la preeminencia de poderes fácticos en áreas claves para mantener privilegios o posiciones de grupos económicos (algunos con casos de corrupción por investigar), el solapamiento de competencia de algunas instituciones del Estado, que es otra perversa expresión de la concepción de gestión/coto cerrado, en algunas dependencias. La situación de pandemia en que ha discurrido este primer año de gobierno, podría haber atemperado la subjetividad por el cambio en la población, expresada durante casi tres años de amplia e intensa lucha contra el continuismo peledeista. Eso, quizás, ha hecho más fuerte la resistencia al cambio y más ostensibles los indicadores de la continuidad, presentes en todo proceso de intento de transformación.

No obstante, es necesario destacar que, a pesar de no poder expresarse debidamente durante estos últimos 18 meses, por el contexto de pandemia en que ha discurrido la cotidianidad del mundo entero, aún está latente, a veces manifiesto, ese hondo sentimiento de demanda de una ruptura con las estructuras  de corrupción montadas por el peledeismo. Está latente en el contexto de un gobierno que tiene que legitimarse insistiendo en que surgió para producir un cambio, por lo que está obligado a mantener ese discurso/mantra. Es este, otro factor a tener en cuenta para afirmar que el país político que tenemos es diferente al de los pasados gobiernos del PLD, sobre todo del último. El no reconocimiento de esta circunstancia constituye un grave dislate.

Ello así, porque insistir en decir que nada ha cambiado contribuye a que se acentúe la tendencia hacia el retraimiento (máxime en un contexto de pandemia) de grandes sectores de la sociedad, un fenómeno que tiende a producirse luego de largas jornadas de luchas por un objetivo, independientemente de sus resultados. Por consiguiente, constituye un imperativo combatir la resistencia de la continuidad, la cual tiene expresiones tangibles y vergonzosas. Pero, persistir en el discurso de que nada ha cambiado en este primer año de gobierno constituye un desatino.