Chile, de ser ejemplo en Latinoamérica de progreso en base a una muy celebrada e imitada visión neoliberal de regulación de los mercados  y reducción de la participación estatal en la economía, buen manejo de sus recursos naturales, educación de calidad, organización y disciplina para el cumplimiento de metas que hasta hace unos pocos años hacía ver cercano el convertirse en el primer país latinoamericano  clasificado como desarrollado, ha pasado a ser escenario de tensas situaciones derivadas de una ruptura social.

Aparentemente ese crecimiento económico, con muchas tareas pendientes a nivel de inclusión e igualdad, y la existencia de una población educada que exige ser tomada en cuenta y es capaz de cuestionar las políticas públicas y demandar cambios manifestándose en las calles, no solo provocó la conformación de una asamblea constituyente para sustituir la Constitución aprobada bajo el régimen militar de Augusto Pinochet, sino que ha generado un cambio en el tablero político chileno, en el que ahora se disputarán la Presidencia dos candidatos que representan los extremos, luego de dos décadas marcadas por la tranquilidad que produjo la coalición de partidos de izquierda, centroizquierda y centro, conocida como la Concertación, que gobernó Chile de 1990 a 2010, seguida por la emergencia de la centroderecha chilena liderada por el actual y dos veces presidente Sebastián Piñera.

La historia es cíclica y por eso no debería ser tan sorprendente esta polarización que ya este país vivió. No obstante, es significativo que, a pesar de los celebrados logros económicos chilenos y de las reformas llevadas a cabo en las últimas décadas en ese país, las divisiones sociales sigan siendo tan latentes y es evidente que algo no se hizo bien.

Uno de los líderes estudiantiles que protestaron demandando una educación gratuita, libre y de calidad, Gabriel Boric, con apenas 35 años de edad, ganó la candidatura de los partidos de izquierda, quien se enfrentará en segunda vuelta con el derechista José Antonio Kast, en un cara y cruz en el que la sociedad chilena decidirá el rumbo que desea seguir, y aunque Kast lleva la delantera y se vaticina su elección lo que de inmediato se hizo sentir en los mercados, la rápida emergencia de Boric obligará a más de una reflexión.

Y no solo deben reflexionar los chilenos sobre lo que está aconteciendo en su país, en el que dos consignas distintas se oponen, la de establecer "orden y progreso" emulando incluso al fenecido dictador Pinochet, y la de "un Chile inclusivo, generoso, más preocupado de los suyos”, que reclama dejar atrás “la exclusión y los privilegios”, pues esos extremos están provocando el surgimiento de líderes de ultraderecha e izquierda en nuestra región.

Esos reclamos sociales que han repercutido en otros países de nuestra región y que se han hecho sentir en nuestro país, fueron abrazados por el joven candidato Boric, quien en su programa propone “acceso garantizado universal a la salud, un nuevo sistema de pensiones sin las controversiales Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP), un sistema educativo público, gratuito y de calidad, y la conformación del primer gobierno ecologista de Chile”, promesas que aunque pueden tildarse de poco realistas y que revelan su inexperiencia, conectan con las aspiraciones de los que se sienten excluidos o están hartos de los privilegios de unos cuantos y no hurgan en la viabilidad económica y consecuencias de estas.

Por eso nosotros que gozamos de una valorada paz social, a pesar de décadas de crecimiento poco inclusivo, debemos prestar atención a estas señales y darnos cuenta de que para preservarla es impostergable realizar reformas que mejoren el acceso a la salud y reduzcan el costo de bolsillo de la población, que hagan más equilibrado y justo el sistema de pensiones, que garanticen una educación de más calidad, y un adecuado manejo del medioambiente, en adición a ir más allá de la elección de un Ministerio Público independiente, como finalmente logramos, con ejemplos claros de igualdad de la ley para todos que dejen atrás la histórica perniciosa impunidad, que hizo sentir intocables a muchos que dilapidaron el erario en su provecho.