En nuestra sorda democracia dominicana no hay espacio para las preguntas y mucho menos para las respuestas que en nombre de la misma democracia se reconoce como un derecho innegociable de los ciudadanos.

A diario los ciudadanos mediante “cadenas humanas”, cartas públicas, marchas y protestas formulan al gobierno central, a los gobiernos locales, a los legisladores, a los funcionarios, a las instituciones públicas y  privadas cientos de preguntas esenciales y nadie las responde.

Y algo más decepcionante. Quienes deben responder y rendir cuentas responden de manera  cantinflesca  preguntas esenciales que expresan el sentir de las comunidades, preguntas que son recordatorios de las responsabilidades contraídas con la sociedad, preguntas que son como gritos que se convierten en opinión pública con la ayuda de los medios de comunicación que todavía respiran libertad y de las redes convertidas en instrumentos libertarios para romper silencios cómplices. 

Quienes deben por mandato de la Constitución y las Leyes deben responder y rendir cuentas se escudan en una  prudencia mojigata y una diplomacia rupestre obviando los cuestionamientos que sacan a la luz pública su ineficiencia y su incapacidad y las malas intenciones que convierten sus murmullos irónicos en  insulto a la inteligencia de los ciudadanos.

En una verdadera democracia todas las preguntas deben ser respondidas y jamás mediatizadas ni ocultadas. Por esto, frente al “autismo político” de los deben responder, de los que en nombre de una “representación política esclerotizada” toman decisiones al margen de los reclamos de grandes mayorías de ciudadanos, el pueblo tendrá que preguntar y responder. Y habrá de hacerlo en voz alta. Con valentía y coraje cívicos, haciendo sentir su poder y su fuerza.

Como lo expresa una canción anónima: “¿cuántos hombres se necesita para hacer un país, cuántos países para hacer el mundo, cuantas libertades para una hacer una democracia: libertades”. Preguntar, cuestionar, procurar respuestas es una manifestación de libertad. Ninguna sociedad que olvida el arte de plantear preguntas puede encontrar respuestas a los problemas que la aquejan.

Perdamos el miedo a preguntar, a escudriñar  más allá de las verdades mediatizadas por el “relacionismo público manipulado” de las instituciones públicas y privadas. Más allá y por encima de las respuestas convertidas en carnaval del pensamiento.

Y si nos responden, sigamos preguntando, sigamos preguntando, sigamos preguntando…  Y si no nos responden, busquemos nosotros comunitariamente las respuestas y hagámosla sentir aunque tengamos que escribirlas en las paredes. Y nos contentemos con respuestas complacientes y maquilladas. Solamente cuando una respuesta genera otras preguntas es cuando el pensamiento continúa la indagación allí donde la justicia del país se muestra perezosa”.

Que los ciudadanos se organicen y se conviertan en comunidades reflexivas y críticas que “problematizan” sus luchas y sus necesidades. Que lo pregunten todo, que lo cuestionen todo, que “hagan parir a la verdad”, esa verdad que da miedo a los corruptos, mentirosos y embaucadores y que por eso la esconden sin importar el precio del “manto” que la oculta.

Preguntemos y exijamos respuestas sobre informes y discursos de gobernantes y políticos, de alcaldes, legisladores, funcionarios y autoridades. Sobre  la calidad de los servicios públicos y privados; sobre el alza de precios de productos y servicios; sobre préstamos,  iniciativas y proyectos públicos que afectan al país o a las comunidades locales y regionales.

Y si no responden, no admitamos el no como respuesta. Vayamos más allá de la hipocresía de los “respondedores” de oficio” o “a sueldo”. No nos  quedemos con los brazos cruzados. Rompamos su silencio con nuestros gritos. Quien pregunta está respondiendo. ¡No preguntar es la peor  de todas las respuestas!