Si algo he aprendido en mis años de ejercicio periodístico es reconocer que la realidad sobre la que escribo no puedo hallarla siempre en los escritorios de una oficina como la mía, sino en el corazón de las comunidades que la padecen. El jueves pasado asistí a los actos de inauguración de 25 nuevos planteles escolares construidos en las provincias más lejanas del sur, encabezados por el presidente Danilo Medina, el último de los cuales se realizó en Barahona, ciudad donde nací. El moderador dijo que era un invitado. Para ser honesto, me auto invité. Quería ver y escuchar el significado que la inauguración de una escuela tiene para una comunidad pobre, donde no hay mucho que hacer y los jóvenes no alcanzan a ver futuro alguno.

Para la mayoría de los que cubren para los medios esas actividades se trata de una simple asignación; parte de la rutina diaria. Para los que pretenden forjar opinión pública por lo regular son apenas temas para un artículo o un comentario. Pero en los ojos de muchos niños y adolescentes y sus padres pude ver en esas cuatro horas lo que es imposible percibir desde mi escritorio: el nacimiento de un nuevo mundo de esperanza.

La enorme brecha social que caracteriza nuestra sociedad se ensancha a diario a causa de la pobre calidad de la educación pública. Y a medida que el mundo se globaliza y se hace más competitivo, los mejores empleos y oportunidades serán, de hecho ya lo son, para los hijos de las familias pudientes que pudieron enviar a sus hijos a escuelas y universidades bien acreditadas.

La “revolución educativa” que impulsa el gobierno del presidente Medina a través del programa de tanda extendida y la construcción de planteles intenta atacar esa deficiencia que reproduce el circulo vicioso de la pobreza. Al presenciar el efecto esperanzador que ese programa tiene en las comunidades, me dije que muchas veces al opinar sobre temas fundamentales ignoramos el valor que realmente tienen para la gente.