Por primera vez en mi vida voy a violar el secreto de mi voto, a manifestar con antelación por quién voy a votar en las próximas elecciones presidenciales. Mi voto es por aquel candidato que me garantice antes de ese día, de manera pública, fidedigna y convincente, que después del 16 de agosto voy a conocer la verdadera identidad de alguien que se puso “García Careca”. Y de otro que se hizo llamar “Chacabana”.
Y de cada uno de los CODINOMES de las personas que cobraron 39 millones y medio de dólares para sabotear el trabajo que yo estaba haciendo gratis. Y de varias otras personas que igual a mí, posiblemente de la mejor buena fe, compartieron meses de esfuerzos en revisión de documentos y árduas discusiónes con tal de que el Estado pudiera tener en Hatillo, Azua (convertido después en Punta Catalina, Baní) dos plantas eléctricas de la mejor calidad, al menor costo y en las mejores condiciones de financiamiento.
Yo quiero saber quién fue ese multicampeón que se hizo llamar “Tigres”. Y también de “El Escogido”; no sé si este último, por tener un nombre que tanto recuerda a los leones africanos, tendrá alguna relación con “El León Árabe”, o bien con “el León Chacara” y de otros personajes tan fieros que todavía, tras más de un año de su descubrimiento, nadie se ha atrevido a decir su nombre verdadero. Ni nadie a averiguarlo.
No sé si alguno de los pretendientes de la silla presidencial estará en condiciones de prometerme que lo va a averiguar. Perdóneme el lector por hablar en primera persona, pero es que no quiero comprometer en esta intención de voto a niguna otra de las que me acompañaron a lo largo de los meses en que participamos en la Licitación para la construcción de Punta Catalina. Ademas, ellos tienen derecho a guardar el secreto del voto.
En esa Licitación trabajé con mucha gente, algunos que conocía de antemano y otros que fui conociendo a lo largo del proceso; algunos participaron directamente como miembros del Comité y otros indirectamente como asesores, analistas, asistentes, etc.; algunos en etapas y otros en el proceso completo; a muchos ya francamente, ni siquiera los recuerdo.
Pero no quisiera tener sospecha de ninguno. Quizás todos fuimos tontos útiles. Creo que tengo derecho a saber a quién corresponden los nombres en clave de “Boticario”, de “Casa 1” y “Casa 2”, de “Chacabana” y “Chaplin”, de “Comissão” o bien de “Fofão” y “Forca”.
Sería muy doloroso enterarme de que alguno de los CODINOMES corresponde a alguno de los compañeros de ocasión. Además, ellos mismos deberían estar muy interesados en que se elimine esa nebulosa y sus nombres queden definitivamente limpios.
Como habrá notado el lector, no espero mucho a cambio de mi voto. Tampoco el contexto es para abrigar muchas expectativas, pues en materia de economía, sea quien fuere el ganador, desde antes de la pandemia ya le esperaba un período bastante difícil, por la carga de la deuda y el exiguo presupuesto fiscal. Si eso era así, ahora no es que estará limitado, estará acorralado por la mayor deuda, la renovada exigencia de gastos, las menores recaudaciones, y mucho menos a quien cobrarle impuestos por la crisis económica nacional y mundial.
Por eso no aspiro a mucho. En realidad, no es un intercambio de votos como en cualquier mercado, pues ni siquiera mi voto vale tanto. Es un numerito entre millones. Pero podría ser el uno que complete el 50%+1. O definir el segundo lugar.
Ahora bien, si ningún candidato puede prometerme descifrar esos CODINOMES, entonces preferiría ejercer mi legítimo derecho a la abstención. El problema lo tendría si todos me lo prometen, lo cual no sería de extrañar, porque es lo que se esperaría que cualquier candidato prometa a sus ciudadanos.
A su vez, aquí se puede prometer cualquier cosa, independientemente de lo que se proponga hacer. Poca gente se cuestiona si es verdad o posible. Siendo así, si todos lo prometen entonces tendría que intentar descifrar la credibilidad, y eso me obligaría a hacer un esfuerzo para interpretarla a partir de su trayectoria y la de sus acompañantes. Aspiro a cosas más sencillas.