LONDRES – El presidente norteamericano, Donald Trump, quizá para sorpresa de pocos, ha denunciado fraude en la elección presidencial del 3 de noviembre, sin ofrecer lo que cualquiera consideraría evidencia real, más que el hecho de que los votos a favor de su contendiente demócrata, Joe Biden, siguen aumentando en estados donde Trump inicialmente lideraba el conteo. El presidente ya ha anunciado su intención de llevar la elección a la Corte Suprema de Estados Unidos, a pesar del hecho de que, al momento de su declaración, todavía restaba contar millones de votos en numerosos estados.

Sin embargo, las denuncias de fraude de Trump podrían ser parte de una estrategia psicológica, hábilmente ejecutada por un manipulador magistral. Si fuera así, el presidente quizás esté allanando el camino para persuadir a grandes cantidades de norteamericanos de rechazar la legitimidad de su derrota.

Un estudio científico único realizado el día antes y en la mañana de la elección presidencial de Estados Unidos de 2016, que analizaba los cambios de actitud de 1.000 adultos norteamericanos en edad de votar, determinó que la exposición a una retórica conspirativa sobre interferencia electoral produjo un profundo efecto psicológico. En particular, condujo a emociones negativas agudizadas (ansiedad y furia) y también minó el respaldo de las instituciones democráticas.

El estudio, recientemente reproducido en la publicación académica Research & Politics, determinó que quienes habían estado expuestos a teorías conspirativas respecto de fraude electoral estaban menos dispuestos a aceptar los resultados de una elección, y se volvían menos propensos a admitir el resultado cuando éste amenazaba sus objetivos partidarios. Sus autoras, Bethany Albertson y Kimberley Guiler de la Universidad de Texas en Austin, sostienen que las acusaciones de fraude electoral sacuden los propios cimientos de la democracia. Por ejemplo, pueden hacer que la población dude sobre si debería haber transferencias no violentas de autoridad nacional luego de una elección amañada.

Es más, el estudio afirma que las teorías de conspiración política pueden tener consecuencias ominosas, amplias y duraderas, como reducir la participación política, la confianza en el gobierno, la fiabilidad en las elecciones y la fe en la democracia. Las historias de fraude electoral inmediatamente después de una elección también pueden afectar profundamente el estado mental de los votantes. Además de volverse más enojados y más ansiosos, los votantes en el estudio también reaccionaron con mayor tristeza e indignación, y tanto demócratas como republicanos dijeron sentirse menos entusiastas y menos esperanzados.

Las autoras sugieren que los profundos efectos emocionales y psicológicos que descubrieron también podrían reflejar el hecho de que la gente estaba crispada el día de la elección, algo que hacía que ambos grupos de partidarios fueran receptivos a la retórica conspirativa. Concluyen que los norteamericanos son vulnerables a ser afectados considerablemente por las acusaciones de fraude electoral.

A lo largo de su presidencia y en las dos campañas electorales en las que ha participado, Trump ha demostrado una y otra vez una mejor percepción del estado mental de su electorado que la inteligencia y los intelectualoides de Estados Unidos. Estos grupos podrían desestimar las acusaciones de fraude de Trump y considerarlas simplemente reacciones infantiles de un mal perdedor, pero hay un método psicológico para sus argumentos aparentemente disparatados.

Otro estudio reciente publicado en Political Research Quarterly examinó por qué tantos norteamericanos son proclives a creer que el fraude electoral existe. Los autores del estudio, liderado por los politólogos Jack Edelson de la Universidad de Wisconsin-Madison y Joseph Uscinski de la Universidad de Miami, sugirieron que tal vez algo de responsabilidad puede estar ligada a un pensamiento conspirativo profundamente arraigado. Sugieren una fuerte vinculación entre sentimientos de impotencia y paranoia conspirativa. Por ende, es más probable que los simpatizantes del lado perdedor en una elección sospechen de engaños. Los republicanos en Estaos Unidos parecen especialmente proclives a creer que hay gente que vota que no debería, mientras que a los demócratas les preocupa más resultar perjudicados.

Después de la derrota del contendiente republicano Mitt Romney en la elección presidencial de 2012 en Estados Unidos, observan los autores, el 49% de los republicanos creía que un grupo activista demócrata había robado la elección para el presidente Barack Obama (sólo el 6% de los demócratas creía eso). De la misma manera, luego de la elección presidencial de 2000, el 31% de los demócratas creía que George W. Bush había robado la presidencia (sólo el 3% de los republicanos coincidía). Y el 30% de los demócratas dijeron que no consideraban que Bush fuera un “presidente legítimo”.

Pero los autores sostienen que algunas medidas destinadas a combatir las percepciones de fraude electoral en Estados Unidos, como leyes de identificación de votantes más estrictas respaldadas por la Corte Suprema, en verdad podrían empeorar las cosas. Ajustar los requerimientos de identificación de los votantes conduce a más teorías conspirativas de fraude electoral a través de la supresión del voto.

Finalmente, los autores citan un estudio previo de cartas al editor del New York Times de 1890 a 2010, que revela que los perdedores descontentos cuestionan prácticamente todas las elecciones presidenciales de Estados Unidos. La acusación de fraude de Trump en la elección de 2020 ha llevado esta práctica a un nivel nuevo y potencialmente peligroso, con consecuencias psicológicas y políticas impredecibles.

Los narcisistas, convencidos de su superioridad, nunca aceptan perder en ninguna contienda. La amenaza a su ego es demasiado catastrófica. A su modo de ver, nunca nadie puede derrotarlos limpiamente. Las acusaciones de engaño por lo tanto tienen absoluto sentido desde un punto de vista psicológico. Protege el ego de la amenaza que implica perder. Pero los simpatizantes tal vez no lleguen a apreciar la vulnerabilidad psicológica de un líder. Los seguidores y los líderes pueden entonces forjan un vínculo en su negación de un resultado emocionalmente angustiante.

La estrategia pasiva de Biden de “esperar y ver” puede ser psicológicamente ingenua, y reflejar una falla a la hora de entender el poder emocional de las fuerzas subconscientes que se desataron en su contra. Un psiquiatra podría aconsejar un compromiso más fuerte con los procesos mentales detrás de las acusaciones de fraude electoral de Trump, en lugar de desoírlas. De esto se desprende que el equipo de Biden debería haber anticipado y haber estado más preparado –políticamente, no sólo legalmente- para las maniobras de Trump.

La historia ha demostrado una y otra vez que cuando el narcisismo, la angustia emocional y la negación se combinan y se ponen en marcha, la democracia corre peligro de ser pisoteada.