Mientras el gobierno Venezolano culpa a otros de sus problemas internos, es más evidente que nunca que el experimento de “revolución bolivariana” ha sido un gran fracaso. Algunos dicen que la revolución ha sido un éxito porque ha logrado ganar elecciones, pero el éxito no se mide cuando se ganan elecciones, sino cuando se logra conquistar los objetivos para los cuales o por los cuales el gobierno fue elegido por los electores. Lamentablemente, el chavismo se ha quedado corto.

El chavismo fracasó porque nunca tuvo un proyecto real de país y de futuro. Sólo consignas. Porque le prestó mayor atención al trabajo proselitista que al verdadero ejercicio de gobernar. Desde un principio se volvió un aparato burocrático vacío de contenido. Como en muchos países de América Latina, los gobernantes chavistas no eran expertos calificados en sus respectivas áreas, sino un reducido grupo de políticos más preocupados por acumular riquezas secretas que con enriquecer al pueblo.  Como decía George Orwell, este era un sistema donde todos serian iguales, pero al final algunos terminaron siendo más iguales que otros.

El chavismo fracasó porque se movió con ideas atrasadas sobre la economía y el papel del Estado, porque se auto-hipnotizó con la idea de que la renta petrolera era suficiente para impulsar proyectos sociales insostenibles, y porque se creyó el cuento cubano de que la imposición de una ideología era más importante que el sentido común y el bienestar social. Fracasó porque el libre ejercicio del periodismo objetivo e imparcial se convirtió, a los ojos del gobierno, en un acto de oposición.

Es inconcebible que Venezuela, con la fortuna en petróleo de los últimos 15 años, esté hoy económicamente peor que cuando empezó, con una industria en retroceso y con los niveles de inflación más altos del mundo.  Incluso el Presidente del Banco Central de Venezuela, Nelson Merentes, reconoció recientemente que las políticas económicas chavistas no han tenido éxito. En una entrevista televisada, Merentes dijo que a pesar de haber usado la riqueza petrolera del país para mejorar los niveles de vida de muchos venezolanos, esa mejora ha sido contrarrestada y totalmente opacada por los altos niveles de inflación que ha venido sufriendo Venezuela en la última década. A ese problema se le suma la escasez de productos de primera necesidad y un sector industrial de muy bajo rendimiento.

La ola de criminalidad que ha arropado al país durante los últimos 14 años –coincidentes con el establecimiento de la “revolución bolivariana”– ha dejado un saldo que, según estimaciones, superan con creces anualmente la cifra de muertos por el conflicto en Irak. Esto es evidente en un informe publicado recientemente por el Observatorio Venezolano de Violencia (OVV), cual concluye que el año pasado los asesinatos ascendieron a 24,763 (mayor que las 10,000 muertes en Irak), equivalente a una tasa de 79 por cada 100.000 habitantes, una de las más altas en todo el planeta.

El chavismo fracasó porque nunca permitió el libre intercambio de ideas para llegar a consensos.  Con el tiempo, adoptó un tono cada vez más estridente contra los críticos de la llamada “revolución bolivariana”.  Recientemente, hemos visto como se ha intensificado la represión contra opositores como Leopoldo López y Antonio Ledezma, quienes fueron enviados a cárcel sin haber sido condenados por la justicia.  Además,  33 de 50 alcaldes opositores enfrentan en estos momentos  cargos legales por las protestas estudiantiles del año pasado.

En parte,  esto ha sido posible gracias al silencio cómplice de países de la región (incluyendo a la República Dominicana), a quienes les resulta más fácil seguir recibiendo un bajo financiamiento en sus facturas petroleras que oponerse a las acciones represivas y anti-democráticas que todos hemos visto en Venezuela.

En fin, más que cualquier otra razón, el chavismo y la “revolución bolivariana” fracasaron porque nunca se dieron cuenta de que un país no puede desarrollarse a base del odio y la división,  sino a base del respeto mutuo, el consenso y la confraternidad entre ciudadanos.