Escrito con gran economía verbal, Trazos (1997), libro del poeta mexicano Octavio Paz, es un hermoso breviario que rescata ágilmente el pensamiento del filósofo y poeta Chuang-Tzu. Además de otros autores menos conocidos de nuestro entorno cultural. Chuang-Tzu nació a mediados del siglo IV (300) antes de Cristo, en una época de extrema violencia política. Se cree que murió en el siglo III (275) antes de Cristo, desarrollando sus actividades dos siglos después de creado el taoísmo, y de las enseñanzas de Confucio y su más egregio discípulo, Mencio, entre otros. Aunque Chuang-Tzu no hace mención alguna al discípulo de Confucio, por el contrario, Mencio sí menciona con frecuencia al maestro.

En Trazos vamos a encontrar una breve selección de textos taoístas. El maestro Chuang-Tzu blande su gracia, sus especulaciones paradójicas e intuitivas, de humor y sátiras contra los filósofos, poetas y políticos. Según Paz, "estas anécdotas nos enseñan a desconfiar de las quimeras de la razón y sobre todo a tener piedad de los hombres". Acá encontramos a un Paz más sabio, menos "inocente" y reposado.

Paz desarrolla una breve síntesis de las distintas corrientes del budismo, y, traza, además, una compendiosa línea de contrastes, analogías y correspondencias entre las diversas filosofías de Oriente. "La filosofía, o mejor: la moral-y mejor aún: la política de Confucio (Kung-FuTzu) y sus grandes sucesores (Motzu o Mencio), fueron el fundamento de la vida social", expresa el mexicano.

Y dice, más adelante, que sus principios dominaban lo mismo la vida de la ciudad que de la familia. Sin embargo, la ortodoxia confuciana no dejó de tener rivales: los más poderosos fueron el taoísmo y, más tarde el budismo. La semejanza espiritual de estas tendencias o búsqueda de liberación predican la pasividad, la indiferencia frente al mundo, el olvido de los deberes sociales y familiares, la búsqueda de un estado de perfecta beatitud, la disolución del yo en una realidad indecible.

Empero, hay entre ellas, una franja imperceptible entre la realidad y el sueño. La parábola más recurrente en el taoísmo es la de Chuang-Tzu, quien sin darse cuenta soñó que era una mariposa. Revoloteaba gozosa; era una mariposa y andaba muy contento de serlo, se asombraba de serlo, pero al despertar no hubo manera de averiguar si era Chuang-Tzu que soñaba ser una mariposa, o era la mariposa que soñaba ser Chuang-Tzu. Al respecto, y refiriéndose a nosotros y nuestros manidos hábitos de pensar, el mismo Chuang-Tzu nos enseña: Cuando sueñan no saben que sueñan. En el mismo sueño tratan de interpretar y comprender sus sueños. Al despertarse ven que no ha sido más que un sueño. Sólo con un gran despertar se puede comprender el gran sueño que vivimos. “Los estúpidos se creen despiertos”.

A diferencia de estas ideas sobre el soñar soñándose, el budismo, según Paz, se distancia del taoísmo respecto a la negación del yo y la persona; al contrario, los taoístas afirman su ego ante el Estado, la familia y la sociedad. El budismo niega toda posibilidad de un ente posesivo y fijador. El taoísmo es un disolvente. No hay dualidad ética posible. Allí donde hoy es y no es, bueno esto y malo aquello, vida y muerte, comienzo ni fin. Todo es "es"… unidad, quietud y calma. Allí hay un principio que no tiene principio. Un principio anterior a ese principio sin principio. "Había seres. Había la Nada. Había la Nada anterior a la Nada. De pronto existe la Nada y no sabemos del Ser y de la Nada cuál existe y cuál no existe" (Chuang- Tzu).

No obstante, a pesar de ciertas coincidencias, los seguidores de Confucio ven allí una tendencia antisocial, enemiga de la sociedad y el Estado. Salvo estas diferencias, los arquetipos de ambas corrientes son los mismos: el orden cósmico, la naturaleza y sus cambios recurrentes. Pero, como afirma Paz, en el dominio de la política, la moral y las ideas sus diferencias son insalvables.

La sociedad con que soñó Confucio es imperfecta como todo lo humano, se llevó a cabo y se convirtió en el ideario y el patrón utópico de un imperio que duró dos mil años. La sociedad de Chuang-Tzu y Lao-Tze, es ciertamente irrealizable, pero ambas proponen modelos corrosivos y sumamente críticos. Los dos merecen nuestra admiración y cierta simpatía. En un mundo, como dice Paz, donde lo que predomina es el poder, el éxito, el dinero, el parecer y la fama, dos iluminados predicaban hace casi dos mil años: la oscuridad, la inseguridad, la incertidumbre y la ignorancia, es decir, la sabiduría y no el conocimiento. En fin, una utópica sociedad de "sabios rústicos", donde no hubiera gobierno ni tribunales ni técnica; "nadie ha leído; nadie quiere ganar más de lo necesario; nadie teme a la muerte porque nadie pide nada a la vida" (Chuang-Tzu).