Dados sus méritos como ciudadano emprendedor (hasta condecorado por el Presidente de la República); sus merecimientos como lobista (con gordo maletín en ristre) entre honorables senadores y diputados; su gran anfitrionía (ofreciendo los mejores banquetes a todos los tutumpotes en su paradisíaco feudo del Este); por sus temerarias hazañas como intermediario y testaferro de grandes empresas internacionales, que tanta fama le han dado a esta patria que ya no sabemos de quién es (menos de Duarte, claro), en Brasil y ahora en España; por todo eso, digo, que a Ángel Rondón se le nombre Embajador de Buena Voluntad, para que se acabe la vaina.