Nuestra sociedad recibió con estupor la noticia de que 11 niños habían fallecido recientemente en un fin de semana en el hospital pediátrico Robert Reid Cabral, aunque lamentablemente ni ha sido el número más elevado de muertes ni es excepcional según las estadísticas de dicho hospital.
No hay que ser un experto para saber las múltiples carencias con que operan nuestros hospitales debido a los escasos recursos que se dedican a la salud pública, a lo que se suma la falta de gestión efectiva en hospitales administrados por médicos y no por gerentes, la corrupción y falta a la ética de muchos profesionales de la salud que depredan los escasos recursos de los centros o los utilizan para su beneficio particular, la incapacidad y ausencia de compromiso de servicio de buena parte del personal médico y para médico apoyados por sus gremios, la falta de regulación, control de calidad, servicio al cliente y supervisión, entre otros factores.
Algunas de esas cosas pudieron haberse comenzado a mejorar hace años con la implementación de la red pública de salud, ordenada tanto por la Ley General de Salud como la de Seguridad Social, sin embargo no fue sino hasta esta reciente crisis que 13 años después se acaba de dictar el decreto 379-14 que establece un régimen transitorio hasta que se vote una ley que ordene la separación de funciones del Ministerio de Salud Pública y la constitución de la Red Pública Única de Servicios de Salud; lo que esperamos finalmente suceda.
Sin lugar a dudas la recientemente destituida directora del Robert Reid Cabral es una de esas personas que han asumido la causa de la salud de los más desposeídos, en su caso la de los niños víctimas del cáncer
No es imposible hacer que las cosas funcionen bien en nuestros hospitales, pues tenemos modelos de gestión exitosa en centros dirigidos por patronatos honoríficos y administrados con los más altos estándares de gestión, con inversión de recursos en tecnología y la debida educación del personal, planificación estratégica, control de calidad, excelencia en el servicio al paciente, así como manejo pulcro y transparente de los recursos; lo único que para lograrlo hay que dejar de lado la politiquería y enfrentar firmemente el desorden y las malas prácticas.
Gracias a la labor de muchos buenos médicos comprometidos, de ciudadanos que dan su tiempo a servir desinteresadamente en centros de salud o a mantener fundaciones que recaudan recursos para los mismos, de religiosas que realizan un apostolado de salud, miles de personas han logrado curarse o recibir las atenciones requeridas. Sin lugar a dudas la recientemente destituida directora del Robert Reid Cabral es una de esas personas que han asumido la causa de la salud de los más desposeídos, en su caso la de los niños víctimas del cáncer.
Esta crisis que aparenta haber sido deliberadamente provocada por la publicación de las lamentables estadísticas de muertes de niños puede estar guiada por una estrategia política cuya finalidad no sea poner el dedo en la llaga para comenzar a desmontar la maraña de distorsiones, complicidades, malas prácticas y muchos otros vicios existentes en nuestro sistema público de salud.
Ojalá que la misma no se quede solamente en una decisión política que partió injustamente la soga por el lado más flaco, porque todos sabemos que de esas muertes los principales culpables son aquellos que han permitido que nuestro sistema de salud opere bajo las precariedades y total falta de regulación, gestión y planificación, precisamente por no querer cortar la soga por el lado más grueso.