Alberto Fujimori (1990-2000) fue en su mejor tiempo el hombre más fuerte y temido del continente, con sobrada fuerza para disolver a pura testosterona el Congreso de su país, pero no pudo evitar una condena de 25 años de cárcel por las matanzas de 25 personas en 1991 y 1992 perpetradas por el grupo militar Colina y el secuestro de dos personas en 1992. Alain García (1985-1990 y 2006-2011) después de su primer mandato fue investigado por lavado de activos y enriquecimiento ilícito. Alejandro Toledo (2001-2006) es actualmente un prófugo de la Justicia peruana solicitado en extradición a los Estados Unidos, donde reside, acusado, entre otros delitos, de recibir un soborno millonario de Odebrecht. El expresidente Ollanta Humala (2011-2016), es investigado por lavado de activos y asociación ilícita, también en el caso Odebrecht. Hace apenas unas semanas, Pedro Pablo Kuczynski (2016-2018) tuvo que dimitir atormentado por las acusaciones de aceptar pagos de Odebrecht y de sobornar a congresistas para evitar una segunda propuesta de vacancia por parte del Congreso para destituirle. En síntesis y en un relato breve: ¡todos los expresidentes peruanos con vida se hallan investigados, presos o prófugos!
Esa inédita realidad llevó al papa Francisco, en su reciente visita a ese país, a preguntarse: ¿Qué le pasa a Perú que cada vez que sale un presidente lo meten preso? Humala está preso, Toledo está preso, Fujimori estuvo preso, Alan García está que entra que no entra; y presos con rabia ¿no? El sistema llama la atención. La repuesta a esa inquietud papal es tan simple como recitar el Ave María; en la lógica dominicana se condensa en una sola razón: ¡son unos pariguayos! Vengan aquí para que sepan lo que es ¡un presidente de “a verdad”!
Para los peruanos que lean este trabajo, el vocablo “pariguayo” no tiene nada que ver con Paraguay; alude a un dominicanismo de uso frecuente y que, según el Diccionario del español dominicano, es “una persona apocada, de pocas reacciones; o poco diestra en alguna actividad”.
La República Dominicana fue el segundo país, aparte de Brasil, en encabezar los montos de los sobornos pagados por Odebrecht para ganar licitaciones tóxicas. El cerebro estratégico de la mafia política, Joao Santana, dirigió personalmente las campañas presidenciales de Danilo Medina desde el propio palacio presidencial y su firma consultora todavía brinda servicios estratégicos de comunicación al Gobierno dominicano. Odebrecht, por razones de “seguridad y facilidades”, trasladó su centro internacional de sobornos (Operaciones Estructuradas) a la República Dominicana. El Gobierno dominicano ejecuta una de las obras más grande del catálogo de Odebrecht en el mundo, cuyo costo final nadie sospecha: la central termoeléctrica Punta Catalina, prestación del presidente Medina a favor de la constructora según los arreglos del entramado mafioso transnacional. Pese a ese cuadro de reproches, insinuar una investigación al mandatario o sugerir un juicio político (¡zape!) es herético en un país donde la corrupción es culto oficial. Los burós empresariales, despavoridos, salen huyendo como el “diablo a la cruz”; a la anémica oposición política le falta fuerza para sostener una palabra y a la “gente normal”, cuando no está impedida de hablar por la autocensura, le da “tres pitos” esa vaina. Si esta crónica no es lo suficientemente concluyente, ahí les va el remate: el presidente dominicano se da el lujo de pensar si opta o no por una tercera repostulación a pesar de impedírselo una prohibición constitucional que él mismo consintió en establecer para no volver más; pero, ¡asómbrense! (sentados, por favor): si se decide, ¡puede ganar con más de un 60 %! ¿Qué les parece, peruanitos pariguayos? ¡Eh! Eso se llama tener un tolete de presidente y un pueblo sensible.
Perú debe seguir la sabia recomendación de los dirigentes empresariales dominicanos cuando opinan que activar ese tipo de agenda aleja la inversión y la estabilidad; que un clima de “tranquilidad” supone tragar en seco esos pecados con tal de no crear crispaciones sociales que perturben sus intereses. Ese discurso pink de paz y concordia, si bien ha consentido un Estado segregado (con quiebras espantosas en los índices de inclusión, competitividad, desarrollo, igualdad, transparencia, equidad y seguridad) nos ha permitido crecer, crecer y crecer hasta más no poder (aunque sí sabemos para quiénes). Los dominicanos nos gozamos a nuestros presidentes, tanto que nos coge con ellos; lo creemos cemíes y les celebramos, con las honras rituales más serviles, todos sus delirios. Por eso se creen paridos por el mismo destino. Aprendan, peruanos: los presidentes nunca se retiran y a los ex les seguimos llamando presidentes.
Danilo Medina debe dar cátedras en América Latina de lo que es el culto a la investidura presidencial y la indemnidad que esa alta condición atribuye. Ya lo dijo una vez el Guapo de Gurabo: “los presidentes no se tocan”. Eso de estar renunciando por presioncitas es de pariguayos. A los pueblos se les domina con indiferencia, olvido y silencio, recursos que Danilo Medina maneja a su antojo sin grandes arrojos.
¿Qué imagen proyecta al mundo un país con todos sus exmandatarios perseguidos judicialmente? ¡No ombe!, aprendan de los dominicanos. La estabilidad económica se nutre de la impunidad; esas pretensiones de “justicia” son berrinches populistas o, usando la retórica enlatada del CONEP, “envían mensajes confusos a la inversión, a la competitividad y al mercado”…Si quieren protección, vengan para acá y traigan sus capitales que “la República Dominicana lo tiene todo”.
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