La importancia de las redes sociales en la amplitud y la amplificación del mensaje político-electoral ha quedado demostrada en campañas de algunos países en los últimos años.
La audiencia mensual de usuarios permite entender las características de los receptores del mensaje electoral y la posible captación de una enorme cantidad de electores. Esta gran masa de espectadores con diversos niveles de crítica social y posturas políticas, son controlables y manipulables desde la tibia comodidad de un sabio smartphone. Por ejemplo: según cifras publicadas en Digital Studio 2018: Q3 Global Digital Shot, la red social Facebook se anotó 2196 millones de usuarios en un mes en este 2018 (47% mujeres, 53 % hombres), mientras que nuestra admirada plataforma de YouTube, marcó 1900 millones en un mes y WhatsApp 1500 millones de usuarios activos. Por su lado, Instagram cuenta nada más y nada menos que 1000 millones de usuarios mensuales.
De qué nos sirve saber esta importante información estadística?
Bueno, el enigma de cualquier estrategia digital es cómo generar el contenido indicado para atraer a grandes cantidades de usuarios como las hormigas cuando se percatan que has comprado un saludable frasco de miel. Estos targets de la propaganda digital se espera que se conviertan en destino real de los mensajes electorales de una manera altamente creativa para las elecciones del 20-20.
Se parece en algo al e-commerce que es moneda común en Internet con la gran pulsión de Amazon y Jeff Bezos. Bástenos decir que el dueño de Amazon, según la revista Forbes, el empresario más rico del planeta, es monitoreado milimétricamente en sus decisiones ejecutivas en el importante universo del comercio electrónico, un mundo que solo en el 2017 movió la mano de dos mil millones de personas. Como se ve, en el plano de la conducta socioeconómica de los consumidores, el mundo ha cambiado como surgen las fotos en nuestro timeline. Ahora, Netflix y streaming, una experiencia incomparable: ver 60 películas en una sola semana, ocho por día.
Aunque esto parezca más obvio que el hecho de que el sol sale por el Este, colocarse en Amazon genera una enorme visibilidad para tus productos, sean estos del área que sean, prometan rejuvenecer tu piel o conducirte por el indeclinable universo de la moda más chic o los gadgets más modernos.
En lugar de vender medias o pantalones de costosas marcas, el político vende a los nichos de mercado en las redes: ideas, posturas y estilo para crear masivas convicciones ideológicas, políticas y electorales. Con el ejemplo de campañas comunicacionales exitosas, se procura un approach llano, directo y horizontal. Reconocidos especialistas en marketing aclaran que debe combinarse el método tradicional y el virtual en el momento de manejar una campaña.
Pero qué se debe decir en las redes? Postear fotos lindas, y preciosas imágenes de una campaña monótona? Nada que ver: usemos entonces uno de los máximos principios de liderazgo del maravilloso Colin Powell, cuando nos decía de manera luminosa: Enfréntese a su enemigo. En República Dominicana, algunos candidatos de la oposición parecen fascinados con la hermosa labor política de sus propios adversarios, en una demostración de maravillosa idiotez que a veces se torna hilarante desde el punto de vista del análisis estratégico. La política es cero romanticismo e ingenuidades, como demuestra el arte de la guerra del viejo Sun Tzu o las viejas enseñanzas del general prusiano Carl Von Clautzweitz.
Pero hay redes y hay redes. Por ejemplo: cuando aparece alguien diciendo en su perfil que usa Snapchat, una aplicación de mensajería instantánea creada en el año 2011 por Evan Spiegel en Stanford, sorprende a muchos que la consideraban para un target más joven que el del usuario que la defiende. Arrastrado por la curiosidad y para que no me cuenten, me abrí una cuenta hace siete años y la cerré de manera relampagueante. No es que sea mala pero cómo puede uno manejar más de veinte aplicaciones en un celular? Alguien me dirá que tiene 90 y más. Bienvenidas sean a la pantalla.
No siempre se dudó que el mundo cambiaría, en mutaciones sociales muy diversas basadas en el avance tecnológico y en el proceso cultural de adaptación a esos cambios. Esto queda evidenciado en el interés global por el espionaje de las conductas ajenas, sustento de revistas, medios y noticias del espectáculo.
Por ejemplo: en la famosa novela del escritor británico George Orwell se nos hablaba del Big Brother, el mismo nombre que fue utilizado para un exitoso programa de televisión donde un grupo de jóvenes reunidos en una casa daban riendas sueltas a sus instintos más desaforados bajo la estricta e intensa vigilancia de las cámaras. Espiando cada momento y cada acción leve o espectacular de los protagonistas, el programa extasiaría el morbo de numerosas audiencias en Argentina, México, Chile y España, producido inicialmente por John de Mol en 1997 y trasmitido por CBS con un gran premio de 500,000 dólares.
Me preguntarás qué tiene que ver el Big Brother con las campañas electorales? Sencillo: ahora hablamos de Big Data, la importante recopilación de información de los votantes.
Pero, preguntará usted: es amigable el Big Brother? Es un tipo chulo?
Podríamos responder a esta pregunta lógica con la realidad –en algunos casos puesta en entredicho por escépticos que nada creen– que nos informan quienes hablan de teorías conspirativas, verbigracia Alex Jones: el mass survellaince, o vigilancia masiva que ya se demostró en el caso de Facebook y el escándalo de Cambridge Analytica.
Aunque no animo a nadie a asustarse, ya estamos pagando en el supermercado con smartphones. Como si fuera una broma sacada de algo típico de la ciencia ficción, se le están insertando microchips a las personas en el cuerpo en Alemania y en Suiza, por ejemplo.
Sin ánimo de ser apocalípticos –o el Heraldo que trae mágicas noticias sorprendentes–, algunos dicen que el asunto será masivo en los próximos años. Argumentan que el microchip es más cómodo que las tarjetas, aunque otros indican que, en un claro ejemplo de invasión a la privacidad de consecuencias insospechadas, puedes ser rastreado al baño o saber cuántas veces almuerzas y a qué hora o ser rastreado de manera permanente por cuerpos que se diseñen para el indeseable monitoreo milimétrico de los ciudadanos. Una hermosura.
Me decía alguien que la populares redes sociales que todos conocemos se han convertido en un territorio donde todo el mundo está igualado –dirás que una de las características es que existen claras, interesantes y segmentadas tribus urbanas– pero lo cierto es que ese universo de automotivación y de tiempo invertido en espiar hermosas vidas ajenas, y donde la creencia de que es la vida esencial, no es más que un indicador de un enorme ocio virtual claramente explotado por sedientos anunciantes dedicados a explotar la consciencia de sed irrefenable de un montón de consumidores zombies, a los que se nos inserta a nivel de subconsciente, como hubiera dicho el publicista Vance Packard, en Los Persuasores Ocultos, las marcas, los productos y los servicios que serán consumidos en el momento de utilizar los ingresos en algo.
La prueba de las nuevas modalidades políticas de campaña están ahí: la red social Twitter, que abrió al público en el 2013, y que ha perdido 9 millones de usuarios en los últimos cuatro meses, se convirtió con el modelo de Trump en una efectiva herramienta para comunicar tablazos políticos y declaraciones estratégicas.
Importantes cuentas de políticos en Instagram incluyen las cuentas de Angela Merkel, Narendra Modi, Rania de Jordania, Mariano Rajoy, Pablo Iglesias, JustinTredeau, Sebastian Kurz, Andrej Kiska, para solo citar a unos cuantos.