Bajo este aguijón, el poeta no es el que ha sido abandonado, sino el que se abandona y sufre en medio de una sociedad que le es indiferente. El poeta es el que arrastra, como dice Cioran, su desierto en las ferias y despliega su talento de leproso sonriente, de comediante de lo irreparable. Grandes poetas como Sade, Lautréamont, Verlaine, Baudelaire y Artaud, eran felices como los goliardos, no conocían el simulacro, no tenían nada que ocultar; no esgrimían más que su ética de abandono. El dejar-ser en su existencia lo desasiste al mismo tiempo, sin jamás abandonarlo. Así, manteniendo a distancia, según Heidegger, el existente se mantiene en él mismo, se da como estando en el poeta su propia apertura. Él se retiene entonces y se reconstituye para sufrirse a sí mismo.

Pero esto no es entonces sino una ilusión. El deseo de retenerse en él, por el cual el existente se des-une del dejar-ser, procede aún a pesar de esta negación del mismo dejar-ser. Al rehusarse en sí y presentándose como subsistente de un entorno que le es hostil, el poeta está siempre sumergido en el resplandor de una crisis. La exigencia misma de vivir como si cada acto de su vida pudiese resultar el momento conclusivo, último, y al mismo tiempo, el momento de una vida irrealizable.

En todo acto, en todo hecho externo, en el acto-sentimiento, en el acto cognoscitivo, el futuro del paria se  impone como un sentimiento trágico, que mueve su acto presente, pero que jamás se realiza en su hacer. El enfoque "pariánico" del ser exige ante todo que no le creamos del todo, ni contemos con él, sino que lo aceptemos por encima del rechazo social y la desesperanza; que no nos encontremos con él y en él; sino siendo el ente revelador e indefinido del para-ser de su destino.

Esta sustitución o proyección de su devenir que, como afirma Jacques Derrida, tiene lugar como un puro juego de huellas y de suplementos o, si se prefiere, en el orden del puro significante que ninguna realidad, ninguna referencia absolutamente exterior, ningún significado trascendente, vienen a delimitar o controlar, esa sustitución que es un rechazo o abandono, que se podrá considerar "loca" porque tiene lugar como efecto de infinito en una permutación y una forclusión consciente y deseada a una vida abyecta e inarraigada.

La imagen externa de este tipo de acción y su relación externa y visible con respecto a los objetos del mundo exterior, nunca son dados a la misma persona que actúa, y cuando irrumpen en la conciencia activa inevitablemente se convierten en freno, en punto muerto de la acción. La acción desde el interior de una conciencia de rechazo niega por principio la independencia valorativa de todo lo dado, existente, habido, concluido; destruye el presente del objeto en aras de su futuro anticipado desde adentro.

La destructividad del tiempo y la fatalidad del declive forman parte de sus temas principales. Desde la noción india de la Edad de Kali a las visiones terroríficas de corrupción y pecado transmitidas por los profetas judíos; y desde la desilusionada creencia de los griegos y romanos en la Edad de Hierro, hasta el sentido cristiano de vivir en un mundo maligno próximo al dominio de la maldad absoluta (el reino del anticristo) como se anuncia en el Apocalipsis, el poeta siempre ha decantado su autodestrucción.

La estrategia de esta "dialéctica de lo negativo" es la decadencia asumida por los simbolistas franceses, que arrastra la inquietud y una necesidad de autoexamen, de compromisos agonizantes y renunciaciones momentáneas. La decadencia no es, por tanto, una estructura, sino una dirección, un temperamento, una actitud.

Hoy podemos matizar este juicio mediante la evitación de toda confusión de pasado y tradición con "oscuridad reactiva" y de toda masiva asunción de novedad y modernidad con progreso ético y estético. Hoy es posible alcanzar una concepción más refinada y crítica de lo histórico-poético, pensado como recuperación del éxtasis capaz de iluminar y recrear la tradición y abrir un futuro viable como ámbito de posibilidades infinitas, capaz de concebir el tiempo presente como ámbito de discernimiento, en el que la capacidad de juzgar se ciñe al caso singular, singularísimo de nuestra fugitiva realidad presente. Quizás este refinamiento de un juicio histórico de este tipo, actualmente, caracteriza el comportamiento de muchos de los poetas dominicanos.