Inquirir sobre el porqué de la poesía y su ontológica razón de ser no dista de la búsqueda de la razón de la conciencia, que transformada en vía de conocimiento gracias a la fusión cerebro-pensar y alma-sentir, imprime la huella que signa el existir humano. Por qué la poesía, es también munición, más bien arma, junto y gracias a la cual el poeta otorga sentido a la expresión de la memoria —la propia y la ajena— abrazado a interrogantes que han preocupado por igual a pensadores, lectores y artistas en el transcurrir de todas las culturas en todas las civilizaciones. La poesía es límite, antípoda y sueño; remedio contra la amenaza de nuestra insulsa, falsa y deshumanizante hipermodernidad. Ella es, en suma, como ya alguien dijo, “memoria de los sentimientos y las emociones capaz de otorgar identidad contra el olvido”.
Toda antología literaria, incluyendo las del género poético, en su proceso de conformación cabalga a manos del antólogo a riesgo perenne de que la dualidad inclusión-exclusión, innato y definitorio rasgo ligado a su existir, provoque un arcoíris de consecuencias que viajen desde la controversia académica y las rencillas del mundillo literario, hasta el rescate de la verdad poética bajo la seña de sus mejores hacedores quienes han fijado la mirada hacia el futuro. En el caso de la “Antología poética VII Semana internacional de la poesía”, aquellas consideraciones y desafíos sencillamente no existen; porque se trata de un hermoso fajo hijo de la circunstancia que, como ejercicio cuasi utópico, el comité organizador de la Semana internacional de la poesía en República Dominicana convoca anualmente en ágape de singular rasgo multinacional y multilingüe. En consecuencia, para quien suscribe, comentar sobre los textos que el lector encuentra en ella representa un rito celebratorio en el que leer y soñar a través de cientos de versos desprovisto de toda solemnidad crítica, más que goce o disfrute constituye un abrazo al festín que la palabra poética aquí reunida nos convida.
La crítica ha desnudado certeramente algunos rasgos de la crisis de la poesía contemporánea que sacuden su razón de ser: el agujero que en el espíritu han provocado los tentáculos del capitalismo salvaje; la desacralización del poema y el lenguaje como expresiones culmines del hecho humano pensante y sintiente; los peligros que se ciernen sobre la palabra, materia prima de la creación literaria, a consecuencia del avance de las tecnologías cada vez más cercanas a nuestra corporalidad física y cognitiva; y la no menos trágica inmediatez del “tiempo líquido”, añadiría yo, que arrastra vertiginosamente toda intención cuestionadora y con ella, por supuesto, todo rastro de memoria.
Por igual, los poetas han expresado sobresalto ante las dificultades experimentadas por el género que nos ocupa en la posmodernidad de las últimas décadas: lo ha hecho Mario Bojórquez al resaltar cómo los paralelismos facilitados por la cibernética solventan una crisis de identidad donde el individuo existe en realidades paralelas, en mundos hipervinculados; “En universos virtuales en los que opinan, se enamoran, ansían y construyen el modelo de ser al que aspiran”. Mas, sentencia el mexicano armado de cauteloso optimismo, que afortunadamente ya germinan estéticas de la escritura poética que darán cuenta de los procesos de comercialización global, de la entronización de las migraciones con los sub-productos de insaculación metalingüística, del dinero plástico y el capitalismo degradado que nos bautiza como estadística y no como sujetos de carne y hueso.
En una suerte de premonición a destiempo, también Heidegger se preocupó por la poesía explorando su esencia y transcurrir a través de la metafísica de los textos de Hölderlin, a su modo de ver el “poeta del poeta”. En tal travesía conformó un complejo marco conceptual de índole filosófico en el que esencialmente establecía que el lenguaje es la casa del ser y que es en la poesía donde este último se cobija; desafortunadamente, con sobrada justificación cronológica, ignoró lo que no podía advertir: el arribo de las verdades débiles y los falsos tótems que hoy atentan contra el ya aludido entramado palabra-ser.
Los cincuenta y seis poetas que hablan en las páginas de este libro, de una u otra forma y quizás sin intención explícita, entregan a través de sus textos propuestas esperanzadoras hacia la conformación de una nueva lectura del género colocados todos cimeramente en pleno centro del altar de la palabra. Allí, memorias y desmemorias al hombro, cargados de sus ansias y dolores, regalan al lector y su imaginación las herramientas que traerán luz; la luz del otro tiempo que vendrá, parafraseando al Ángel González que cito a continuación: Pero hoy/ cuando es la luz del alba/ como la espuma sucia/ de un día anticipadamente inútil,/ estoy aquí,/ insomne, fatigado, velando/ mis armas derrotadas,/ y canto/ todo lo que perdí: por lo que muero.
Cabe resaltar la presencia de un rasgo unificador que permea la mayoría de los poemas que completan este importante aporte a nuestra literatura: hablo del anhelo, el ansia —longing— de alcanzar lo inalcanzable; la nostalgia espejo del desasosiego provocado por eso que un día se fue para siempre o aquello que poderosa (y dolorosamente) deseamos mas, no poseemos. Saudade del corazón, quizás, aquel anhelo es la desesperación del escritor estremecido que insiste en salvaguardar la dignidad del hombre buscando puentes entre pasado y presente con la mira colocada en el qué vendrá a la visionaria usanza de Cernuda y los grandes españoles de la generación del 27 sobre quienes dijo una vez lo mismo el malogrado Jaime Gil de Biedma.
Felizmente, encontramos además en este libro anhelos de hombres y mujeres que igual persiguen el sabor del beso joven, la duda primigenia sobre el ser o el re-ser, y la insoslayable constancia de la muerte; lo hacen en textos sedientos del abrigo de la soledad ida, de la paz de la naturaleza rabiosa convertida en huracán, y de la sanación de la selva herida; en versos que apuntan hacia la tierra madre abandonada tras migraciones disfrazadas de supervivencia. Se trata, pues, de poetas héroes y heroínas que pretenden romper el silencio donde yace el recuerdo de una muchacha y la resignación ante su partida; el mismo silencio que no permite cuestionamientos al Dios voyeur impertérrito ante la desazón del crimen y la guerra. Y mil cosas más.
Profetas o arúspices, los antologados reparten a los cuatro vientos, como las lluvias de estrellas en una clara noche primaveral, irrebatibles declaraciones sobre el devenir de los códigos éticos contemporáneos a favor de las voces que claman el digno respeto a la vida. Maldicen en contra del olvido y la indiferencia defendiendo a gritos la palabra cuna de la verdad; y en anticipo a los temibles tiempos de mentiras que ya asoman en el horizonte, rasgan las sílabas y los sueños convencidos, sin duda alguna, de que la poesía sigue viva entre nosotros. Existiendo y contagiándonos. Carente de límites. Porque ella es, en suma, la verdadera libertad.
Meditando sobre la poesía, Rodolfo Alonso ha dibujado lo que a nuestro modo de ver constituye el veredicto de dicho género ante la palabra herida contundentemente expresado en el lienzo que ha sido tejido en esta antología: Pero bien sabemos que, por ahora, la única gloria honestamente deseable ya no es siquiera ni la de vivir en el corazón de los otros, de algún otro, sino más humilde y sabiamente el honor y el placer, la angustia y la ansiedad de haber escrito, de haber sido capaz del poema, que por nosotros circuló y ahora está vivo, fragante y tibio, latente carne de lenguaje, recién amanecido, temblorosamente inclinado, tendido hacia los otros…