Eunice Odio

Eunice Odio, poeta costarricense nacida en San José el  18 de octubre de 1919, fallecida en Ciudad de México el 23 de marzo de 1974. Desde muy temprana edad se inició en la lectura de los clásicos cultivando el ensayo, la narrativa y la poesía con una gran riqueza de los recursos líricos, para dar vuelco a las inclinaciones tradicionales de los textos bíblicos  y temas tradicionales, convirtiéndola en un punto de referencia importante en el panorama literario de Centroamérica. Viajó a Guatemala a recibir el premio y allá se quedó; por motivos personales se fue a México y a Estados Unidos, finalmente en esta primera ciudad, muere. Por haberse pronunciado contra Fidel Castro en plena euforia izquierdista, fue atacada y menospreciada.

Su obra poética incluye entre otros textos: Los elementos terrestres, Premio Centroamericana, septiembre 1947, editado en 1948; Zona en territorio del alba, 195; El tránsito de fuego, 1957; El rastro de la mariposa, México,  19..,Territorio del alba y otros poemas, 1974; Eunice Odio Antología, 1975; Obras completas en tres tomos. Edición de Peggy von Mayer, Costa Rica, Editorial de la Universidad de Costa Rica-Editorial de la Universidad Nacional, 1996. 

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Poemas de Eunice Odio

 

Acorde final

Al borde de alegres segadores tiembla el agua,
y ofrece para el orden del labio complacido
dulce rumbo crecido de preñadas mañanas,
y agraria transparencia, dulcemente encendida.

El trigo coronado de apretada espesura,
retiene el desbordado color con que le ordenan
–vecino de la carne– colmarse en primavera.

El ganado decrece tiernamente en lo oscuro
donde dilata el suelo su asombrosa corriente,
y la abeja termina su tránsito de nieve,
y su majada oculta sobre tímidos jaspes.

Y tú, Amado,
que pones rumbo fijo al arado
que circuye la tarde y apresura la rosa,

Dónde tienes el pecho frondoso de raíces,
dónde la sien desnuda sin regazo ni término.

Sobre los pastos suaves, cándidos mayorales
habilitan la uva en que se aloje el vino,
y congregan el clima en que crezca su aroma
y reparta en la lengua manojos de alegría.

Así el verano atiende su reciente hermosura
y sobre el viento solo distribuye sus pájaros.

Así el nácar esparce su quietud y deleite
y su color silvestre reanuda y apacienta.

¡Oh dádivas,
Oh dones terrestres,
Oh suaves alimentos;

Sólo agotar la siembra con el pecho,

Sólo desembocar al gozo y detenerse

Oh piel,

Oh ceniza colmada y balbuciente!

 

Aprisionada por la espuma

I

Aprisionada en cárceles de espuma,
en la medida de tu cuerpo,
no veo pasar la noche,
solo veo el día
que entra por tus axilas transparentes
y te desnuda.

Veo, amor mío,
el lecho donde estamos
y compartimos
las dádivas,
los cielos…
Todo lo que nos negó y afirmó como lo que somos:
mil años de alegría corporal
y materia sin sombra
y palabras
que se dicen diurnamente porque vienen del aire
y hay que oírlas y decirlas
a través de los árboles
y en lo que no se escribe porque

aún no se inventa su nombre;
porque su júbilo
todavía no ha sido descubierto
y las flores de su alrededor
aún no son cosas del viento
(aún no han ido a un invierno ni regresado a la primavera).



II

Voy a tu cuerpo igual que ir a los ríos,
igual que van los ríos a los pájaros
y ellos al espacio desatado y florido.

Vengo de ti a la era
donde todo es de todos:
los que llegan, los que se han ido,
los que aún no han venido,
los que no volverán…

Porque eso es tu cuerpo:
un adentro, un afuera compartido
por mí y por el viento,
por el mar y los seres que lo guardan;
por el color y las embestidas del otoño,
y las andanzas del verano
¡que viste cosas silvestres
y es custodio de las abejas
y funde las hierbas en un crisol matutino,
en una prolongación de azucenas.

Poema primero (Posesión en el sueño)

Ven
Amado

Te probaré con alegría.
Te soñaré conmigo esta noche.

Tu cuerpo acabará
donde comience para mí
la hora de tu fertilidad y tu agonía;
y porque somos llenos de congoja
mi amor por ti ha nacido con tu pecho,
es que te amo en principio por tu boca.

Ven
Comeremos en el sitio de mi alma.

Antes que yo se te abrirá mi cuerpo
como mar despeñado y lleno
hasta el crepúsculo de peces.
Porque tú eres bello,
hermano mío,
eterno mío dulcísimo.

Tu cintura en que el día parpadea
llenando con su olor todas las cosas,
tu decisión de amar,
de súbito,
desembocando inesperado a mi alma,

Tu sexo matinal
en que descansa el borde del mundo
y se dilata.

Ven
Te probaré con alegría.

Manojo de lámparas será a mis pies tu voz.

Hablaremos de tu cuerpo
con alegría purísima,
como niños desvelados a cuyo salto
fue descubierto apenas, otro niño,
y desnudado su incipiente arribo,
y conocido en su futura edad, total , sin diámetro,
en su corriente genital más próxima,
sin cauce, en apretada soledad.

Ven
te probaré con alegría.

Tú soñarás conmigo esta noche,
y anudarás aromas caídos nuestras bocas.

Te poblaré de alondras y semanas
eternamente oscuras y desnudas.

De "Los elementos terrestres"

 


Epígrafe

I

Tu mano en que desdoblan ruiseñores
su pálido desnudo,
su ancho pecho de musgo coronado,
es mano que abre al viento reclinado
claro jazmín entre la sien oscura.

Sí, deshojada el agua entre la frente,
labra pequeña placidez de lirio
y entre los dedos gajos de violines.

II


Tiende el oído y óyeme esta canción
que es como semilla de estaciones.

Que es como la casa de verano
donde me crece de la mano un niño,
y el alma da empujones a la orilla,
y es como piel el alma -no se siente.

Entraremos de pronto en el verano como árboles
vegetalmente abiertos de oídos y de polvo,

Porque todo refluye hacia el arribo,
asciende el vientre a capital de fruto
y el aire hacia ecuación de golondrina.

¡Brotes sacramentales de la hierba,
oh, dádivas subiendo de la entraña,
suma de transitados alimentos!

Y a la altura del pecho y la labranza
semilla de silencio y luz desierta.

Todo regresa hasta su forma exacta.
La vida retoma su ambición pequeña
de ser, del todo, vegetal profundo,
recóndito edificio y luz abierta.

 

Preludios

Óyeme esta canción que en mí te nombra
carne para la fruta necesaria.

Cuando la soledad
bajo tu nombre oída y apretada,

Cuando yo era como niño enterrado
a quien llaman por su nombre pasado,
y responde, y no se oye en sí mismo;

Y mi mano en el fondo,
confundida,
tenía ya atisbo, llave, forma mía,

Y se sentía más arriba del pecho y del abrazo
como corona alegre y consumada.

Tú me llamabas a tu nombre,
y vine,
con clara identidad de nacimientos,
con la veraz acostumbrada gracia
con que sueñan su honor las catedrales.

Tú eres ya de día junto a la noche.
Ya soy contigo el día,
y en virtud de la ausencia en que me evoco
miro cómo mi forma me comparte,
cómo respiro en pelo y a mansalva,
por dentro de mi voz y no a lo largo.

 

La fotografía

Flores en el jardín del Residencial Pedro Livio Cedeño
Rosa en el Residencial Pedro Livio Cedeño