Rafael Valera Benitez

Rafael Valera Benítez, Fefé para sus amigos íntimos, nació en Santo Domingo, el 9 de agosto de 1928. Poeta, ensayista, diplomático, doctor en derecho de la Universidad de Santo Domingo abogado en ejercició. Era hijo de una poetisa cuasi desconocida, de las primeras postumistas: Concepción Benítez, doña Concha. Fefé Valera era vehemente, apasionado, capaz de irse a los puños con cualquiera que le discutiera sus ideas. Bohemio de ley. Su antitrujillismo le llevó a la cárcel como parte del movimiento Catorce de Junio, padeciendo vejámenes y torturas como los demás. Falleció trágicamente cuando su vehículo, que había dejado sin el freno, lo arrolló en su propia casa en el 2001.

A la caída del trujillato fue el Procurador Fiscal que llevó los casos contra los espías y otros criminales del régimen. Embajador en Argentina, Uruguay y Colombia.

Su poesía es trasunto de su temperamento. Como miembro fundador de la Generación del 48, sus versos aparecen en Los Cuadernos Dominicanos de Cultura y en revistas y suplementos, en antologías importantes. Hasta que publica Trío en colaboración con Máximo Avilés Blonda y Lupo Hernández Rueda, 1957; Los Centros peculiares, 1963; Luz descalza y elegías, 1966; Canciones australes, 1979; El Desamparado y la provincia, 1994.

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Poemas de Rafael Valera Benítez

 

 

Se fue desnuda

Se fue desnuda, libre, por el viento

tan blanca como vino. Primavera

penúltima del sueño, luz primera

dinastía del arpa tras su acento.

*

Nunca probó la miel ni el alimento

del espejo del mar, del muro. Entera

su palabra nacía en la pradera

como el doncel más joven del lamento.

*

Vino y se fue su cuerpo: hervor, aurora

de todo amor yacente. Alta, a deshora,

volvió los ojos verdes tan callada

*

Que todo sobre el aire enamorado

menos del trino aquel y su armonía

el trino de su frente desolada.

 

La devoraba el canto

La devoraba el canto. La mecía

en el aire del año y cada año

era su voz un golfo, era un extraño

bosque de cuerdas, luz, melancolía.

Golfo del aire vivo. Nunca fría

cascada tu pavor ni sed ni daño.

Solo canto: pisada, abril y baño

del aire en su garganta cada día.

*

Y la música tiene retenidos

su cuerpo y su garganta como nidos

de pájaro, la luz y la blancura.

Cada noche que abriga una mirada,

cada vez que se quiebra alguna espada,

cada día que nace una criatura.

 

Cierra la puerta

Cierra la puerta. Acalla, acalla el canto.

Una guitarra abandona la esperanza.

Nada debe quedar, ni aún la danza

desnuda de tu frente. Vil espanto.

*

Debe solo reinar. Callas. En tanto

pasa la muerte, alada, muda, mansa,

con ciudades y dedos. Nada alcanza

para su sed, su río de amaranto.

*

Restos del canto yacen. El espejo

congrega los fantasma. Nada queda,

nada, sino la muerte, astillas, nada.

*

La muerte solamente, solo un dejo

del día moribundo tiembla, queda,

y la sangre al encuentro de la espada.

 

De aquí a morir hay mucho trecho todavía

De aquí a morir hay mucho trecho todavía.

Y espero desde el canto la visita

de la que ha de llegar a cada cita

con un paso de triunfo noche y día.

*

Llegará como siempre, dura, impía,

a anunciar nuevas muertes cuando invita

a comenzar la marcha hacia la ermita

antes de abrir la sombra más sombría.

*

Algo queda invencible ante la muerte:

queda el canto, la danza y la guitarra

y la belleza queda y la poesía.

Que nunca cede nada y no es inerte

sino siempre que vive y nos amarra

el amor para siempre en su porfía.

 

Primera Elegía

En la noche era solo la estatua

el designio perfecto, el ademán de

tu hermosura clavada o sollozante.

El espejo se movía hacia tu alma

y la noche cumplía en islas su deseo,

su sandalia, ceñida por un perfume

alto. No eras una sombra, un pétalo

doblado por la mano purísima, por

el sueño desnudo, libertado,

un nombre ya posible.

¿Estabas antes? Antes de mí.

soñando, joya muda, abierto

corredor por donde fui sin ojos

con un traje de sombra y de misterio

que solo conocían tus manos.

Solo podría volver a aquella casa

de crueles puertas donde moré

desesperado, ungido por tu luz

ligera, amor, amor que me envolviste

con tu breve conducta de lucero,

de árbol transparente, de agua

conquistada por la maravilla

de no ser sino el espejo,

el ademán, aquel designio

de rendir toda la primavera.

*

Sigue viviendo, voz dorada

por un mediodía de altas puertas

enjambre, sueño bajo la noche

en nubes como animales tibios

que te reconocían la garganta

cada vez que yacías como mar

o muerta siempre viva bajo mi

corazón, bajo mi pecho de ceniza.

*

Ahora la estatua ha enmudecido.

Un río de luz la sustituye, una

mujer dispone el breve día. Teresa.

 

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La fotografía

Tú y yo en un apartamento de Gascue