Farah Hallal

Farah Hallal  nació en Salcedo en 1975, narradora, poeta, editora, activista cultural, publicista y animadora a la lectura y escritura.  Fundadora y editora de la revista infantil Revulú (2005-2006).Participó en el desarrollo del proyecto de animación a la lectura Lero Lero Leo de la Biblioteca del Centro Cultural de España, reconocido −en 2011− como la mejor propuesta cultural del Centro ese año. Coordinó el Programa Lectores Saludables en la Fundación Propa-Gas (2013-2015). Ocupó la Dirección del Sistema Nacional de Creación del Ministerio de Cultura de Rep. Dom (2016-2018). Actualmente dirige Kabubu Gestión Cultural y coordina las animaciones a la lectura para público infantil del Centro Cultural de España en Santo Domingo. 

Ha publicado los poemarios: Sol Infinito obra galardonada en la VI Feria Científico-cultural organizada por la UNPHU (1994); Una mujer en caracol (2009, Ediciones Ángeles de Fierro), Borrándome (2013, Zéjel Media Group) y Cuarto Oscuro (2017, Amargord); bajo el sello Alfaguara Infantil publica Sábado de ranas (2013) que es merecedor, al año siguiente, del Premio Nacional de Literatura Infanto-Juvenil Aurora Tavárez Belliard. Su novela infantil Un adiós para mamá fue reconocida con el Premio El Barco de Vapor 2013 que otorga la Fundación SM en la República Dominicana. En 2015 publica el cuento Las gallinas son eléctricas de la serie Muñequitos de Editora Nacional y Un conejito con suerte de Ediciones CP. En 2016, bajo el sello El Barco de Vapor de Ediciones SM, publica La caja de la esperanza, libro seleccionado como uno de los mejores 80 libros publicados en todo el mundo por el Grupo SM en sus 80 años de fundación. Bajo el auspicio de Fundación Propa-gas publica en 2017, El ave perdida, y este mismo año, con Fundación SM, Mi Mariposa quiere volar.

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Poemas de Farah Hallal

 

Cuarto oscuro

La luz ciega más que la sombra

su misterio reduce la condición humana.

No lo ve. Como no ve el ojo arrojando su vacío

pero lo lleva cuidadosamente a su cansancio

y descorre la cortina para ahorrarle luz

y ya confiado en el silencio de su sombra

como una imagen necesitada de su proceso,

como una amante de su cuarto oscuro,

hurta la humedad al barro
se abandona a un deseo líquido

corre sin decir a nadie lo que ha robado al rocío.

 

Estampa 

A la luz del calendario, un viajero sueña

el oscuro deseo de lamer sus páginas…

El día pasará sin miedo

por la agudeza circular de su centro.

 

Irreverente es la navaja de la evocación

que besa la cuerda por el lado más fino.

 

El filo del cuerpo que duerme

en el fondo de la codicia cotidiana

es viajero que se estampa en el paisaje:

su conciencia de sí tiene formato de postal.

 

Circular es el morbo de su iris

y de tanto ver se contrae su apetito.

A nadie contaremos que parpadea y transpira

en el tic tac de su deseo.

 

Es concéntrico y dado a la inmolación

tartamudea palabras en fuga y reanuda su paso

deseando conducirse bajo fuego al precipicio.

 

Paisaje: el rocío humedece  el silencio íntimo.

Mis pies descalzos desandan su rumbo: Agonía.

 

En el ombligo caben sus ojos quebrados,

allí todas las negociaciones se consuman.


En un movimiento confuso el viajero alucina

con volver su cara en retirada

mas pronto recobra su conciencia

y se abalanza hacia el abismo del vientre.

 

Saliva: desafío húmedo de aroma salino.

Lengua: unidad indivisible de cosquillas.

 

El viajero sigue ruta en el punteado de la sábana

ríe de la inocente cara de la vigilia.

Es de algún modo tragaluz de arquitectura

que no teme vagar sin diseño por el vacío de la calle.

 

Y observa, su negación constante es mirar.

Será que su ansiedad desuella el temblor de un ojo

y omnipotente se avergüenza de sus membranas

y en venganza remuerde el parpadeo

rebelado con mímica ante su mudez:

su apertura maníaco depresiva dice lo de siempre.

 

Es por eso la hora de ofrendarle al sacrificio

y ofrecer el sueño a precio de baratija.

 

Duda: miedo originario fugado con la sangre.

Confianza: lengua que muerde la astucia de su cola.

 

Paisajes de lujuria

  

Nació en Palermo en el siglo ocho,

antes de Cristo.

 

Para entonces

sus picos no sangraban leche

se llenaban solo de un nombre fenicio.

 

Su boca era un puerto natural

              una flor dulce
pronunciando mortales y hambrientos.

 

Para entonces

su desnudez era arte rupestre

superficie leyendo el futuro.

 

En la cueva donde se dibuja

entrará un hombre nuevo.

En su rostro curtido de incierto

ha decrecido la barba.

 

Cada sueño es una hebra y cuenta.

  

La ansiedad por el hambre de la playa

come minuto a minuto su falda de arena.

 

Aun el libro de muchas páginas

              desconoce su símbolo.

Su estantería se descompone

junto a quienes murieron de placer

y yacen ahora bajo la carne.

 

La historia de la región muere con su jornada

y amanece putrefacta en la línea del cuaderno.

 

Un nombre se ha roto como cántaro.

Tantas veces cayó del tramo más alto

que solo se conduele de sí y solo se repone. 

Vuelve entonces a su presagio de cueva.

Vuelve su espera errando en el deseo.

 

¡Ya sabía que ese tamaño, esas lágrimas

que apenas caben en su dolor de pecho

no fueron modeladas para darse a la leche!

 

La maternidad es un goce miniatura

desenfreno goteando a toda hora. 

 

Los recién nacidos despreciaron su amor lactante.

  

La mayor renegaba y escupía con violencia

en huelga de hambre veneraba la tetera.

 

El menor repudió de un modo más fino,

                          mamaba sin deseo,

indiferencia que le llevó a rendirse
antes de derrotarle la pereza de su sed.

 

 De la mano va el bosque sediento de pájaros.

 

Pasión de mañana

Si abandonase la escritura

y se desnudara ante el espejo,

tendría siete años de mala suerte.

 

El deseo rompe el reflejo de lo que es,

y agrieta los ojos del hombre

que en vez de mirar hacia el escenario,

giró hacia el asiento de la segunda fila.

 

Enciende electrodomésticos y desordena

la clasificación de los períodos históricos.

 

Es temprano para las cortinas

sin culpa mueven la abundancia

se burla de esta ansiedad

su estado de relajación pura.

 

Aún duerme el circo.

 

La mañana camina

                          sobre la cuerda floja.

                                                

La boca abierta de un día lúcido

corta la altivez de la mirada.

La vuelve sumisa

                          a fuerza de humillación.

Cerrada la forma luminosa

se recluye en la oscuridad

                          del dormir ajeno.

Procura no ver demasiado.

 

La niña es extensa como el tiempo.

Su silencio nace de capullo

caótico por dentro mas

de textura suave y reprimida.

 

Ella aprendió a quererme dibujando

a una mujer hermosa

                          que no se parece a mí.

Su pelo se enmaraña cada noche

porque su descanso es deseo:

capaz de mover el eje de la Tierra.

 

A veces sueña con elefantes de colores

y un día estuvo en esos menesteres

nada más y nada menos que soñando

que huía hacia mi amor y caía del trapecio.

 

Dicen que cada madre es buena

pero el sueño de un hijo triste

no sabe al dedillo cómo tomar

la fórmula que borra de la memoria

el miedo al abandono.

 

Las madres nacen para desertar

en algún momento de la vida.

La niña lo sabe.

Por eso lloraba en la cuna y el preescolar.

Por eso, desde las tres de la mañana de ayer.

Siempre que puede llora el pasado

y se aterra cuando amorosamente

le susurro habrá mañana.

 

¿Será que la niña es un niño al revés?

 

El niño duerme como muerto.

Dobladitas sus manos en el pecho,

su quietud compensa el espíritu.

 

Parece camisa doblada en la gaveta.

Inamovible sueña con mis brazos y el biberón.

 

¿Qué habrá sido de todas sus teteras?

 

No hay que espiar en su conciencia

para saber que sueña con ellas

                                      y se deleita en el acto.

 

La mañana sueña el placer.

Lo confirma la hora exacta

de confiscar un cuerpo solo.

La pasión no saciada se pierde

sobre la floresta de la sábana.

 

Es parte de la estampa.

Silueta sometida a su condición de forma.

 

La cortina mantiene su altivez

burlesca y hermosa en su movimiento.

Ambas sabemos su propósito: esa es su ventaja.

 

No he cambiado mucho

                          desde que fui como ellos.

También velé el sueño de mis seres naturales,

de mi continente

              de mi noche reumática

                                      de mi tensión de parto

de la tormenta jamás avisada por la prensa.

 

Yo también velé el sueño de sus nombres

y me caí en la cuenta de que no estaré

cuando se inicien en el desvelo del morbo.

 

Hay que velar el tobogán en su respiración

sus ojos cansados de tragar esta idea de mundo.

                                      Pero en medio del poema

sus cuerpos dejaron la cama inundada de vacío

y corrieron para izar el día entre pelotas y tele.

 

A cada lado de la cabeza late

la punzante sabiduría del organismo

nos consume la mortalidad.

 

La carnicería es el oficio del tiempo.

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La fotografía

Orquídeas en el orquidario de María Reyes de Mateo