La crítica ni limita ni prohibe. Sólo proporciona puntos de partida. Su valor se encuentra por lo tanto en frases aisladas. Los críticos instalan en la literatura una "conciencia" que el lector normalmente obvia, inquiriendo de los textos un placer producto de la problematización del lenguaje (Barthes). A todo buen lector de obras literarias le interesa la crítica como arte. Por ser sólo lector carece de pretensiones académicas.

El poema es, pues, una forma de decir única. Se propone llegar a los mejores lectores, a esos lectores de temperamento artístico. Nadie escribe un poema para que sea estudiado por la crítica. Hay que mirar con mucho escepticismo cierta crítica, muy reputada de científica, cuyo decir -sería mejor: su no decir- está apoyado en las trampas del lenguaje.

Sólo es fértil la crítica textual; esa que se preocupa en saber cómo está compuesto enteramente un texto. La crítica que intenta abrir perspectivas imprevistas, todavía en espera de ser exploradas. No cabe dudas que interpretar un poema es reescribirlo. No hay crítica si no existe previamente un poema, una novela o un cuento.

En Grecia, la épica y la tragedia surgieron sin existir la crítica de los críticos. Lo mismo acaece con la lírica y con los primeros conatos narrativos helénicos. Sócrates a través de Platón, es quien inaugura la crítica en Occidente. Nietzsche afirma que ese espíritu crítico socrático iba a matar el mito, lo heroico y la tragedia. En Sócrates veía el gran destructor de la vitalidad del arte helénico (Nietzsche).

Todo buen crítico, pues, tiene que ser un formidable artista. No basta poseer dominio filológico o lingüístico. Es indispensable compenetrarse con el arte que se estudia.

Así el crítico deviene artista y consigue fundamentar una crítica dialéctica, en constante construcción. Cuando el crítico interpreta la obra literaria, y especialmente al revelar su "forma", trata por tanto de un lenguaje privilegiado: un lenguaje que está dedicado a su intención más alta y que tiende hacia el auto-entendimiento de mayor plenitud posible.

Martin Heidegger, orienta la crítica hacia una conciencia que participa en un acto de interpretación total. La relación entre el autor y el crítico no designa una diferencia en el tipo de actividad implicada, ya que no existe una discontinuidad fundamental entre dos actos que apuntan por igual hacia el entendimiento pleno: la diferencia es principalmente de naturaleza temporal. La poesía es la presencia de la crítica, y ésta, lejos de cambiarla o distorsionarla, meramente la revela por lo que es. La crítica, tiene que ser antitética, es decir, tiene que ser una serie de desvíos bruscos a imitación de actos únicos e igualmente creativos.

Los métodos críticos auto-denominados primarios vacilan entre la tautología en la que el poema es y significa por sí mismo, y la reducción, en la que el poema significa algo que no es en sí mismo un poema. La "crítica antitética" en el sentido de Harold Bloom  empieza por negar tanto la tautología como la reducción; una negación que se expresa del mejor modo afirmando que el significado de un poema sólo puede ser un poema, pero otro poema, un poema distinto del poema.

¿Qué sucederá, entonces, con el poema que vendrá?  ¿Es necesario que éste se apoye en la crítica para alcanzar su desarrollo específico y su porvenir? He aquí el verdadero problema que la crítica no parece plantear: inocua sombra de donde surge la pregunta inicial respecto al texto. Una sombra de pregunta asumida por el crítico como una ilusión; y  en este sentido, la más superficial, la más engañosa, y que es, finalmente, su más profundo límite, porque parece poder pensarse y formularse sólo si damos un paso atrás; hacia aquello que todavía pide ser analizado.