¿La sociedad dominicana se desempeña en un sistema de plutocracia o de meritocracia? La pregunta es de rigor cuando se observa la cifra de funcionarios que por mandato de ley revelan el monto de sus bienes. Es justo aclarar que poseer fortuna honesta no es delito; por el contrario, es un estímulo para quienes aspiran algún día llegar a la condición de millonarios por obra del trabajo propio y no del azar o lo mal habido.

El dilema es que en teoría la sociedad dominicana es una democracia participativa, donde el mandato del pueblo otorga un poder político a representantes electos por el sufragio, con la esperanza de lograr cambios que favorezcan a la mayoría y no sólo a los privilegiados o a intereses compartidos o afines.

Por lo tanto, cabe preguntar ¿a partir de cuándo el modelo político dominicano evolucionó al punto de que la democracia conocida, pese a sus limitaciones, se haya convertido en una plutocracia o gobierno de los ricos o empresarios, y en detrimento de un altísimo porcentaje de la población que no puede ejercer ese poder de manera libre, soberana e igualitaria?

Tanto tienes, tanto vales, afirma la cultura popular al dar prioridad al dinero como pieza decisiva y fundamental en la dinámica política, social y personal. Por lo tanto, la capacidad que posee cada individuo para hacer oír su voz o para imponer sus intereses particulares o de clase dependen, necesariamente, del dinero que se posea. Y es lógico que ello sea así porque en eso se fundamenta la percepción y el mensaje que se transmite a la población en general y que por error se acepta como bueno y válido.

Esta realidad fue confirmada en 2014 en un estudio de la ONG Intermón Oxfam, en el cual se subraya que las principales 85 fortunas del planeta están en manos de un grupo reducido de individuos, cuya capacidad adquisitiva es proporcional a los 3,500 millones de personas pobres en el planeta. Es decir, la mitad más explotada de la población mundial. En la primera categoría se incluye a los Warren Buffet, Bill Gates y George Soros, entre otros promotores y beneficiarios del sistema.

En la historia del país no ha habido ningún momento histórico donde, como en las últimas tres décadas, se haya acumulado una riqueza material tan desproporcional en un número reducido de individuos, mientras aumenta la población, la marginalidad, la exclusión y la distribución desigual entre segmentos sociales, lo que resulta en extremo algo grave. Y la tendencia no parece revertir, al menos en un sistema plutocrático.

La dicotomía se proyecta con mayor intensidad a medida que las empresas públicas y privadas insisten en promover de manera simultánea la idea de la meritocracia. Es decir, que el mérito sea el elemento primordial que determine el ascenso social y la capacidad económica de cada individuo, a fin de que la cultura del esfuerzo propio supere la desigualdad de base tanto a nivel individual como a nivel grupal.

Como pilar fundamental de sostén de esa plutocracia están los medios de comunicación, su concentración en manos de sectores políticos y económicamente poderosos; su mensaje homogéneo y repetitivo por la ausencia de críticas al poder establecido, por lo que una inmensa mayoría con poca educación llega a percibir como legítimo y natural la posesión de fortunas inmensas, a veces sin justificación, y el gobierno de la clase dominante.

¿La gente está loca?, se preguntarán algunos al ver, por ejemplo, la sed del consumo material desmedido vinculado al poder adquisitivo. No, manipuladas, afirmarán otros. Lo cierto es que muchos ciudadanos toman como ejemplo y modelos a seguir los nombres y apellidos vinculados al dinero como reflejo del narcisismo social y político que marcan las élites, algunas de las cuales reniegan de sus responsabilidades económicas y sociales en detrimento de la mayoría de los humildes.

Alguien, algún día, tendrá que explicar cuándo y cómo las clases política, económica y financiera dominicana cambiaron el rumbo de la sociedad y del sistema democrático de mandato de la mayoría y de equidad, para dar paso a una plutocracia evidente confirmada por el monto de bienes declarados por ley. Ojalá y no sea demasiado tarde para entonces y al final hayamos terminados todos siendo millonarios o pobres de antología.